[*Drog}– El fascinante (y peligroso) engranaje del amor: pura magia,… bioquímica

Carlos M. Padrón

Complace saber que el tema del amor, o del drogamor, es objeto de tan detallados y variados estudios.

Sin embargo, las conclusiones no varían con respecto a las que he mencionado en esta sección. Se menciona que, al igual que una droga, actúa en un toxicómano como el deseo de consumir cocaína.

Si bien se atribuye ahora importancia al factor genético, no hay que descartar la importancia de la educación y formación recibida en la casa, en el seno de la familia.

Hay que destacar que se confirma que el amor no es una emoción sino un instinto; es algo universal que se ha encontrado en todas las culturas porque es un fenómeno común a todos los humanos, que está íntimamente ligado al afán de la Naturaleza por perpetuar la especie.

Y, por supuesto, es teoría extendida que su variante, generalmente inicial, de enamoramiento romántico, o amor pasional —lo que llamo drogamor— es obsesivo y no suele durar, pues pierde intensidad con el tiempo, y, en caso de que perdure hay que considerarlo, según Freud, como signo de patología.

No hay que ser médico para entender que algo malo tiene que sobrevenir si la dopanima, serotonina, testosterona, estrógenos, oxitocina y demás sustancias que genera el drogamor continúan pasando por tiempo al torrente sanguíneo,

La parte buena es que, cuando al fin pasa el drogamor, en el mejor de los casos la pareja comparte más un afecto, un acompañamiento, y unos intereses.

En otro artículo, publicado el 13/02/2012 en ABC, se dice que «Hasta doce áreas del cerebro —entre las que se cuentan el hipotálamo, la corteza prefrontal, la amígdala, el núcleo accumbens o el área tegmental frontal— están involucradas en el sentimiento del amor por lo que, según los expertos, sería más adecuado decir «te amo con todo mi cerebro» en lugar de «con todo mi corazón»»

La Dra. Stephanie Ortigue fue incluso un poco más allá al considerar que sólo se tarda medio segundo en enamorarse, puesto que es el tiempo que le lleva al cerebro liberar las moléculas neurotrasmisoras que generan las distintas respuestas emocionales.

No obstante, ha aclarado que «mientras el amor parece inhibir parte de las zonas donde se procesan las ideas racionales, el odio las hiperactiva».

Y en otro, también de ABC,, se dice que en tan sólo medio segundo nuestro cerebro puede vincularnos a otra persona —es el conocido flechazo—, y condicionar nuestra esperanza de vida porque libera al torrente sanguíneo sustancias que afectan a todo el organismo, como adrenalina, dopamina, serotonina, oxitocina y vasopresina.

Un cóctel químico que hará que nuestro corazón vaya más rápido (adrenalina), que al pensar en la persona amada, nos centremos en ella (dopamina), y que ésta ocupe nuestros pensamientos (serotonina) en la tormenta emocional que llamamos enamoramiento.

Posteriormente podremos crear lazos duraderos gracias a la oxitocina y la vasopresina, que ponen en marcha el apego.

Estas moléculas están pluriempleadas, y muchas actúan también como hormonas, de ahí que una de las áreas del cerebro que se encienden cuando nos enamoramos sea el hipotálamo, el regulador hormonal.

  • La adrenalina incrementa la frecuencia cardíaca, contrae los vasos sanguíneos, dilata los conductos de aire, y participa en la respuesta de lucha o huída.
  • La dopamina es clave en el mantenimiento de la atención y en la regulación del dolor.
  • La oxitocina se libera durante el parto y la lactancia; y,
  • La vasopresina se ocupa de regular los fluidos en sangre.

Sin embargo, son las implicadas en la fase de enamoramiento las que tienen mayores repercusiones sobre la salud del cuerpo.

¿Puede considerarse sensato y de fiar tomar una decisión —que, como la de formalizar una relación de pareja puede afectar toda una vida— basándose en algo que apareció en apenas medio segundo, que provoca una tormenta emocional y otras  consecuencias imprevistas, y que no es racional?

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10/02/2012

El engranaje del amor

Por tanto soñar en el amor, vivirlo, escribir sobre él, llevarlo al cine, y llorar por él, será difícil para muchos admitir que tiene menos de irracional de lo que se creía.

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Pero así es, aunque no deja de ser fascinante: es pura magia,… bioquímica. Al sentir amor, lo que se experimenta es una compleja reacción biológica.

Aunque el amor lo condicionen factores psicológicos y sociales, se origina en unos mecanismos que se activan en el organismo, en que intervienen neurotransmisores cerebrales, hormonas, y genes, seguramente.

La Ciencia va deconstruyendo el amor para comprender mejor al ser humano.

¿Por qué María se enamoró de Santi y no de Luis, aunque les conoció a la vez, y hasta los dos hombres guardan cierto parecido?

“Hasta ahora, una de las grandes preguntas que no sabemos responder es ésa, por qué uno se enamora de una persona y no de otra”, reconoce Helen Fisher, profesora en el departamento de Antropología de la Universidad Rutgers de Nueva York, aunque es más conocida como la antropóloga del amor, por los años que lleva dedicada a su estudio.

Pues bien, Fisher cree que ha dado con alguna respuesta a esa incógnita, y explica:

«Después de descodificar la bioquímica del amor, hemos constatado que hay cuatro tipos de sistemas cerebrales, según la sustancia que más se segrega, y que estarían ligados a personalidades distintas, y que tendrían un papel en el enamoramiento.

  • Si una persona produce mucha dopamina, que es un neurotransmisor cerebral, esa persona tiene una personalidad exploradora, curiosa, energética;
  • Si produce mucha serotonina, que es otro neurotransmisor, tiene una personalidad que yo llamo de constructor, convencional, meticulosa;
  • Si produce mucha hormona testosterona, es lógica, con gran decisión; es una de esas personas a las que les gustan la ingeniería o las matemáticas; y,
  • Si produce muchas hormonas estrógenos u oxitocina, es de personalidad negociadora, imaginativa, compasiva.

Pues hemos observado que las personas que tienen una personalidad curiosa o una convencional tienden a enamorarse de alguien que sea como ellas; en cambio, quien tiene una personalidad donde domina la testosterona, tiende a sentirse atraído por quienes expresan mayores niveles de estrógenos, y viceversa».

Habría tanta razón en aquello de que las personas suelen enamorarse de quien se les parece como en que los extremos se atraen.

Fisher aún trabaja en estos resultados, obtenidos al estudiar, con entrevistas y cuestionarios, a miles de personas enamoradas, y medir su actividad cerebral mediante técnicas de neuroimagen (tomografías y resonancias magnéticas funcionales).

Por ejemplo, se ha medido su reacción a un estímulo, como ver la foto de la persona amada.

Esta base biológica de la personalidad, y su papel en el enamoramiento, campo en el que Fisher se ha volcado en los últimos tres años, le ha abierto otra puerta: la genética del amor, un ámbito en el que apenas se ha profundizado.

“Probablemente, hay razones genéticas, que aún no conocemos —al menos el 50% de lo que somos y hacemos es genético—, por las que, según cuál sea tu personalidad, eliges a alguien del mismo u otro tipo de personalidad”,

dice la antropóloga.

Habría —subraya— una determinación biológica en enamorarse de una u otra persona, además de los factores que se habían considerado hasta ahora: aspectos psicológicos, la atracción visual, compartir unos valores y una cultura, o tener un nivel de inteligencia y socioeconómico similar.

El psicólogo social Arthur Aron, de la Universidad de Nueva York-Stony Brook, también cree que la genética tiene mucho que decir en el amor.

Aron y Fisher han colaborado en los últimos años en diversos estudios, junto a la neurobióloga Lucy Brown y otros investigadores.

En 2005 firmaron una investigación, publicada por la Sociedad Americana de Fisiología, que detalló por primera vez qué experimenta una persona en su cerebro cuando se enamora, es decir, los sistemas cerebrales del enamoramiento. Los hicieron visibles gracias a la neuroimagen.

“Hay diferentes sistemas cerebrales que se activan, por separado y compartiendo algunas áreas, para el sexo, el enamoramiento y el amor duradero, y entendemos ya esos circuitos básicos”,

explica Helen Fisher.

El deseo sexual se activa por las hormonas sexuales (testosterona y estrógenos) y, sobre todo, en regiones del cerebro, como el hipotálamo y la amígdala. Es un mecanismo más primario que el del amor, y menos coincidente con él de lo que se pudiera creer.

En el enamoramiento, el estudio de los investigadores estadounidenses evidenció que se activa, sobre todo, una zona cerebral (área ventral tegmental, en la región subcortical) que segrega dopamina, el neurotransmisor cerebral que rige el placer.

Además, las resonancias magnéticas funcionales mostraron que al ver la persona una foto de su enamorado/a, aumentaba mucho la actividad de uno de los sistemas cerebrales que funcionan con la dopamina, el de recompensa, intencionalidad, y motivación para conseguir algo.

Arthur Aron ya llevaba años trabajando en una teoría que este estudio confirmó: el amor no seguía los parámetros cerebrales de las emociones (como la euforia), sino el de las motivaciones o necesidades.

Aunque a nivel neurológico intervengan emociones (esa motivación origina euforia o ansiedad) y conductas, el amor no es una emoción sino una motivación, sostiene Aron.

Ese mecanismo de gratificación que se activa en el enamoramiento está por debajo de los sistemas cognitivos y emocionales en el cerebro, y regula comportamientos de supervivencia, como los que responden a la necesidad de comida o los que también se ha visto que actúan en un toxicómano ante el deseo de consumir cocaína.

En el amor, sería un sistema primario de búsqueda de pareja.

Los investigadores observaron actividad en otras áreas cerebrales.

Stephanie Ortigue, profesora de Psicología de la Universidad de Siracusa, contabilizó en 2010 que al enamorarse se activan 12 áreas distintas.

Entre ellas, las hay más cognitivas —como las de recuerdo, representación mental o el concepto de imagen corporal—, u otras donde se sopesan los riesgos de pérdidas/beneficios, ante el amor, pero igualmente en cuestiones económicas.

Dice Helen Fisher que “El amor es una de las fuerzas que mueven el mundo; por eso decidí estudiarlo. Está en nuestro interior y es universal”.

Subraya que no se ha encontrado una cultura en la que no esté presente. Obedecería, en buena medida, a esos mecanismos naturales.

“Hace 30 años que estudio el amor, y la verdad es que en las múltiples investigaciones que se han hecho sobre qué pasa en el cuerpo, en el cerebro de una persona, cuando se enamora, se ve lo mismo sea cual sea su sexo, edad o incluso su cultura, clase socioeconómica y el lugar donde vive. Es un fenómeno común a todos los humanos”,

corrobora Arthur Aron.

Hay diferencias en el amor, pero más bien parecen culturales (como que en algunas culturas esté mal vista la pasión), y se han observado diferencias biológicas por sexos, pero no se sabe hasta qué punto son fruto de años de influencias culturales. Y nunca alteran los mecanismos básicos.

Señala Fisher que

“A las mujeres y los hombres no les gusta lo mismo, ni actúan igual, aunque cuando se enamoren funcione el mismo mecanismo cerebral con pocas diferencias. En los hombres, por ejemplo, hemos visto más actividad en zonas del cerebro relacionadas con lo visual, y en mujeres, con los recuerdos. Si se reflexiona, durante milenios el hombre miraba a una mujer y juzgaba si le valía como pareja, mientras que la mujer muchas veces no podía ver a ese hombre; también el hombre es mayor consumidor de pornografía… Otra diferencia es que parece que las mujeres se enamoran más rápido, pero el hombre quiere ir a vivir juntos más rápido que la mujer… Hay diferencias a la hora de la elección de pareja, pero no sabemos cuánto las condicionan los factores psicosociales».

Fisher sostiene que la razón por la que el amor es universal, y sus mecanismos naturales tienen rasgos comunes en diferentes especies animales, es que el amor humano derivó de un mecanismo primario, el de apareamiento, que desde Darwin se ha observado en muchas especies de mamíferos y hasta de aves. En su opinión, el amor es un instinto.

“En la evolución hay selección natural y, al mismo tiempo, actúa una selección cultural. Desde un principio, existía un mecanismo encaminado a favorecer la reproducción y la continuidad de la especie. En muchas especies, se da el cortejo entre el macho y la hembra, que no es más que un sistema natural de acercamiento, de test de complementariedad para el apareamiento. En los homínidos, a partir de un momento determinado, eso derivó en algo social, cultural (y sometido a evolución): el cortejo o el apareamiento ya no tienen necesariamente como objetivo la reproducción, y se estipulan diferentes mecanismos sociales en la relación macho/hembra. Ese sexo social da lugar al amor, que es un sistema neuroquímico, una producción de sustancias cerebrales que pasan al torrente sanguíneo, pero que se complementa con una actividad social; hoy el amor son adquisiciones que se han ido haciendo poco a poco con la evolución”, sostiene Eudald Carbonell, catedrático de Prehistoria en la Universitat Rovira i Virgili de Tarragona y codirector de las excavaciones arqueológicas de Atapuerca.

Carbonell desarrolló esta teoría “porque comprendí que para entender la evolución sexual había que relacionarla con los cambios sociales”, dice, y la recogió en su libro «El sexo social».

Ese salto del apareamiento con fin reproductor al amor social, Carbonell lo sitúa “probablemente hace unos 400.000 ó 500.000 años, cuando creemos que aparecieron los mecanismos de conciencia social (cuando los ancestros empezaron a enterrar a los muertos, adquirieron estructuras simbólicas…); hasta entonces, seguramente había un comportamiento biológico, como el que mantienen otras especies”.

Las primeras representaciones de aspectos sexuales y amorosos que se han hallado datan de hace 30.000 ó 40.000 años.

Helen Fisher señala que un rasgo de ese mecanismo de apareamiento, común en diversas especies animales, es una fuerte y rápida atracción inicial (en algunos estudios se ha visto que se activan también en animales los circuitos de la dopamina o de un factor de crecimiento nervioso) que en las personas sería lo que se llama amor a primera vista.

Pero la sofisticación del amor humano es enorme. Siempre se ha discutido, por ejemplo, si el encendido amor inicial puede durar. La teoría más extendida es que, con el tiempo, pierde intensidad, y la pareja comparte más un afecto, un acompañamiento, unos intereses,…

Se pone a menudo fecha de caducidad a ese amor inicial. Freud consideraba, incluso, que si perduraba era signo de patología.

Un estudio de Bianca Acevedo, neurocientífica de la Universidad Cornell de Nueva York, con Aron (de quien fue discípula), Fisher y Brown, desveló en 2009 el tercer mecanismo del amor, tras el sexual y el enamoramiento: el del amor duradero. Y no dejó de sorprender, porque mostró que el amor inicial puede perdurar.

La investigación se hizo con personas que tenían relaciones de pareja de 10, 15 años ó más, y que se declaraban muy enamoradas.

La neuroimagen reveló que, en su reacción cerebral ante el amado/a, seguía funcionando el mecanismo del amor inicial de dopamina y área de gratificación.

Además, se activaban otras zonas cerebrales distintas (en mayor número incluso que en el enamoramiento inicial), en las que se producen los péptidos oxitocina y vasopresina, que regulan los lazos afectivos intensos, la empatía, lo que se relaciona con el apego y el compromiso.

Se segrega también serotonina —neurotransmisor que modula las emociones, y que en el amor inicial tiene una baja actividad—,y hay una actividad en el área de receptores opiáceos que funciona al tomar fármacos contra el dolor o la depresión, lo que explicaría que estas relaciones largas sean de bienestar y más calmadas.

La oxitocina, llamada hormona del amor, se segrega en gran cantidad en el acto sexual y en el parto, momentos en los que se establece un lazo intenso con otra persona. Los mecanismos cerebrales del amor duradero coinciden en parte con los que se activan en el amor hacia los hijos.

Otro de los destacados neurobiólogos que han estudiado el amor —Semir Zeki, del Colegio Universitario de Londres— comprobó, además, que tanto en el amor romántico como en el maternal se inhibe la actividad en el área cortical del cerebro donde radican el juicio y el razonamiento, lo que explica aquella consideración popular de que a veces el amor es ciego.

Lo que se sabe del amor no resuelve todavía todos sus misterios.

Si hay una base biológica en cómo experimentan los humanos el amor, ¿cómo se explica que a unos les vaya tan bien y otros sean desgraciados?

Responde Fisher: “Es que en el circuito del amor hay muchos eslabones que aún no hemos descifrado. Y una persona puede enamorarse de otra que, por personalidad, incluso genéticamente, es su media naranja perfecta, pero no funcione la relación.

¿Por qué? Pues, quizás, porque no estaban preparadas una u otra para el amor. O una pareja puede estar locamente enamorada, se da el chute bioquímico en el cerebro, se lanzan a la relación, pero después les va mal. ¿Por qué? Pues porque la gente cambia, pueden tener hijos, o uno u otro pueden perder el trabajo, o hacerse adictos al alcohol…. Hay factores que pueden estresar una relación, muchas experiencias que influirán más allá de la biología, y depende de cómo las gestionen”.

Para entender mejor algunos aspectos, Aron estudia ahora la biología de caras negativas del amor, como el ansia o los celos (en los que la oxitocina también tiene un papel).

Acevedo ya estudió el amor pasional, más obsesivo (en que parece que se activa menos el área ventral tegmental básica en el enamoramiento romántico), y concluyó que no suele durar, y que resulta menos satisfactorio que el amor duradero. Ahora estudia el amor compasivo.

Fisher ha analizado el rechazo amoroso como otra vía para entender el amor.

Una investigación con personas que habían sido dejadas por sus parejas deparó paradojas como que al mostrarles las fotos de sus examados se activaban en su cerebro las zonas que rigen el cálculo de riesgos, la del dolor, pero asimismo el sistema de recompensa del amor inicial, como si las personas se esforzaran aún más en conseguir a quien amaban.

La antropóloga concluyó que se acentuaba todavía más la coincidencia con los mecanismos de las adicciones.

Semir Zeki fue más allá, y analizó los circuitos biológicos del odio (que en el córtex y el subcórtex cerebral comparten actividad con los centros de decisión para actuar o la agresividad) y comprobó que, aun siendo engranajes diferentes a los del amor, había actividad común en algunas áreas (como las de los estímulos).

Y, curiosamente, la mayor diferencia que halló es que, si bien ya había comprobado que en el amor baja la actividad en amplias áreas cerebrales ligadas al juicio y al razonamiento crítico, eso no ocurre en el odio, sino más bien al contrario, se activan.

Si se conoce la fórmula química del amor, cabe pensar si no se comercializará a no tardar una píldora del amor. Algunos psicólogos y neurobiólogos ya lo han apuntado y, de hecho, se comercializa una supuesta oxitocina, aunque no están probados sus efectos.

Ni Fisher ni Aron, por ejemplo, creen que se vaya a comercializar una píldora del amor aunque fuera posible reproducir artificialmente la fórmula química (igual que hay drogas que alteran diferentes puntos del cerebro o fármacos para modular la producción de serotonina o de hormonas) y o aunque hasta pudiera ser útil para terapias contra la depresión o para problemas de pareja.

“Yo creo que una persona quiere enamorarse de manera natural, y no quiere amar de forma abstracta; hay muchos aspectos de contextualización en el mecanismo cerebral del amor. Si estás listo para enamorarte y encuentras a alguien con una personalidad que encaja en la tuya, y te gusta el tiempo que pasas con esa persona,… no creo que eso pueda reproducirse mediante una poción”,

apunta Fisher.

Añade Aron:

“No sería una sorpresa si se reprodujera en laboratorio la experiencia química que supone el amor en el cerebro, pero es que el amor no es sólo ese mecanismo químico, hay otros aspectos asociados: la relación con otra persona, o lo que compartes con ella, es difícil de reproducir. Entre los últimos estudios, hemos visto que el amor se autoalimenta; que, en relaciones duraderas, la asociación con la pareja, lo que comparten, el hacer juntos cosas excitantes,… aumenta el amor, lo que se evidencia en cambios de actividad cerebral. Esto sería muy complejo de reproducir sólo con fármacos”.

Aunque en los últimos años haya desvelado muchos aspectos, la biología no explica científicamente todo sobre el amor. Hay que recurrir, además, a la sociopsicología, y faltan estudios con más población y más diversidad de parejas.

Pero los resultados nunca dejan de sorprender. Una muestra: un estudio realizado en 2008 con parejas estadounidenses de 18 a 46 años indicó que las actitudes de un integrante de la pareja hacia el otro tienden a parecerse, pero también que todavía se nutren de estereotipos.

Así, ellos exageraron, y ellas subestimaron el temor de sus parejas al abandono, y lo mismo se constató al preguntar a los hombres por el deseo sexual de sus mujeres (era mayor de lo que ellos creían), y a ellas por el deseo de independencia de sus hombres (era menor de lo que las mujeres decían).

Fuente: La Vanguardia

[*Opino}– Españoles en el mundo… atrapados en el norte

Carlos M. Padrón

La tragedia que describe el artículo que copio más abajo me hace recordar los sentimientos que me inspiran los programas de TV «Españoles en el mundo » y «Destino España», que pocas veces he visto; las más de ellas por acompañar a mi mujer que, por supuesto, no ve tales programas en la forma en que yo los veo.

En primer lugar, desconfío de todos los reportajes de TV porque sé que son preparados con antelación, y luego editados según ciertos intereses o fines; o sea, que son manipulados desde el principio hasta el fin y, por tanto, carecen de la espontaneidad que pretenden aparentar.

Y en lo que concierne a estos dos, seguro estoy de que los casos son seleccionados con lupa.

Y en segundo lugar porque, conociendo como conozco el sentir de los españoles que están en España, el programa «Destino España» me parece un canto a la hipocresía.

En cuanto al otro, el llamado «Españoles en el mundo» me hizo mucha gracia un caso que considero excepcional: la respuesta que un español que lleva años viviendo en Costa Rica dio a los reportes de TVE cuando éstos le preguntaron sí él querría regresar a España.

Ni corto ni perezoso el tipo soltó un espontáneo, sonoro e incrédulo «¿¡Quéeeeee!?» que tuvo la virtud de hacerme reír a placer.

Volviendo al caso que nos ocupa, que es el artículo que sigue, vuelve a ponerse de relieve el hándicap que tienen los españoles que no saben ni papa de inglés, lo cual se debe, en gran parte, a que, al menos desde los tiempos del franquismo, su gobierno insiste en doblar cuanto material de cine o televisivo saca a consumo público.

No entiendo por qué los gobiernos de izquierda que España ha tenido últimamente —gobiernos a los que, como a todos los de su signo, les encanta cambiar todo— no han eliminado esta norma «franquista» a pesar de que, al menos el último, arremetió con saña contra todo lo que oliera a Franco.

La explicación que me parece más probable es que el doblaje representa un jugoso negocio para intereses económicos muy poderosos.

La frase de que los españoles que buscando trabajo llegan ahora a Noruega «se sienten observados con recelo por los compatriotas que ya estaban allí» hace inevitable que uno recuerde lo de que la envidia es el deporte nacional de España.

Cuando viví en Madrid escuché, contado como algo muy gracioso, que un periodista preguntó una vez a Lola Flores que si ella hablaba inglés, y Lola respondió: «Josú, ¡que ni Dios lo quiera!».

Me pregunto si esos españoles que ahora las están pasando canutas por no hablar inglés seguirán riendo esa «gracia» de la Flores.

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11 Feb 2012

Españoles en el mundo,… atrapados en el norte

«Hace tiempo que se me habían acabado todas las ayudas. Mis padres, ya mayores, llevaban varios meses pagando los 540 euros de mi hipoteca. No me salía nada, las expectativas eran muy malas. Recuerdo que estaba en un bar que tenía al fondo la tele puesta. Echaban ‘Españoles en el mundo’. Salía un hombre que vivía al norte de Noruega, decía que ganaba 4.000 euros. Se le veía contento al tío. De pronto se tiró al agua de un salto… Y me dije: Paco, allí te tienes que ir».

Francisco Zamora, de 44 años, de Alcantarilla (Murcia), es un tipo tranquilo. Lleva una bufanda con triple vuelta al cuello para esquivar el frío punzante. Tiene un graduado de electrónica, experiencia en la construcción y en fábricas, llegó a ganar 3.000 euros al mes. Pero hace tres años que todo eso quedó atrás.

Como él, cientos de españoles que llevan meses en el paro han emigrado de una España en crisis y han puesto rumbo a uno de los países más ricos del mundo; la elección no podía fallar. Pero, una vez allí, el mito se les ha quebrado. Sin calificación o idiomas, les cierran las puertas.

Las autoridades no quieren saber nada de ellos. Algunos se han gastado sus ahorros y malviven, durmiendo incluso en la calle. «¿Sabes lo que es buscar en la basura?», pregunta un catalán que nació en democracia y para quien la palabra emigrar era cosa del pasado.

El pasado agosto, Paco pidió de nuevo dinero prestado a sus padres y compró un billete, sólo de ida, a Bergen. Era la primera vez que salía de España. Llevaba 225 euros en el bolsillo.

«Aterricé a las ocho de la tarde. Mi plan era pasar la primera noche en el aeropuerto, pero tenía tantas ganas de ver la ciudad que me subí al autobús. Cuando llegué, estaba anocheciendo y hacía un frío que te mueres. Toda la ropa que llevaba me la puse encima, y dormí en la calle como pude. Me echaba en una marquesina, andaba, me metía en un portal…».

Paco pasó la primera semana dando vueltas por una de las ciudades más pintorescas del mundo. El mar, la montaña, coloridas casas de madera… «Llevé un macuto pequeño que cabía en las taquillas de la estación de tren. Pagaba cinco coronas (0,75 euros) por usar el baño, y allí me aseaba. Un día me crucé con otro español que me habló de un albergue al que podía ir de día a por comida y a entrar en calor».

La Fundación Robin Hood ocupa dos plantas de una casa de madera del centro de Bergen. Está al lado de un McDonald donde una hamburguesa BigMac cuesta 6,50 euros (frente a 3,80 en España).

El albergue se inauguró en 2003 «con la idea de dar cobijo a las familias noruegas con menos recursos que no pueden pagar cuatro euros por un café en un bar», explica Wenche Berg Husebo, la mujer con rasgos de hobbit que preside esta fundación privada (que se financia con 270.000 euros de origen público). El nombre se eligió pensando en los niños que tuvieran que frecuentarlo.

Es miércoles por la mañana, y en Robin Hood el idioma que domina es el español. Entre 60 y 100 personas pasan por allí a diario. Y la mitad de ellos, dice Marcos Amano, su director, son españoles.

La entrada no está bien señalizada para no poner en evidencia a sus usuarios. Hay todo tipo de tés, galletas y fruta pelada. También computadores y ropa. En una esquina cogen polvo varias cajas llenas de latas de mostaza de vinagre de Módena que les ha regalado una tienda gourmet.

«Antes     venían     noruegos,     polacos, alguna familia de refugiados políticos… pero en marzo empezaron a llegar españoles. Desde ese mes han venido 250. Al principio eran hombres de todas las edades, después llegaron treintañeras solteras. Y luego, padres de familia, algunos con sus hijos. La mayoría no consiguen trabajo porque no hablan ni noruego ni inglés»,

explica Husebo.

Paco tardó varios días en dar con Robin Hood; no encontraba la entrada. Allí conoció a Mauricio, un ecuatoriano que imparte clases gratuitas de noruego y que ha sido el salvavidas de más de un español. A Paco consiguió colarlo en la lavandería de un hotel.

Durante tres meses, el murciano durmió allí escondido. Entraba de noche, se ponía el despertador a las siete para salir antes de que llegaran los empleados. «Una mañana me quedé dormido y me descubrió una empleada. Pero no dijo nada, se portó bien», cuenta.

Noruega, con su petróleo, su (hoy más que nunca) envidiable Estado del Bienestar, sus políticas de conciliación y, sobre todo, con sus elevados salarios y bajísimo desempleo (3% de tasa de paro), ha visto llegar en los últimos meses un nuevo perfil de emigrante que ha abandonado España empujado por el paro prolongado y por la progresiva merma de los salarios. Los periódicos noruegos los han bautizado «los refugiados laborales del euro».

Jesús Tierno, un catalán de 60 años que lleva cerca de un año en Bergen, lo resume con tino: «Españoles por aquí ha habido siempre. Estudiantes en verano, el clásico aventurero, gente que echaba la temporada, ahorraba sus buenos dineros y vivía de eso el resto del año. Pero en los últimos meses han empezado a llegar los desesperados. Gente de entre 30 y 55 años que necesita un trabajo de verdad».

El propio Jesús abandonó España siguiendo a su mujer, que decidió emigrar cuando el sueldo medio al que podía aspirar se redujo «de entre 1.300 y 1.000 euros a 800. Y con eso no nos daba».

El grueso de los ingresos del hogar (tienen una hija de nueve años) los aporta ella limpiando habitaciones de hotel. Jesús colabora con «un desahogo» reciclando botellas de plástico que encuentra en la basura. Por cada una que mete en una máquina obtiene una corona (0,13 euros).

Para ver a estos españoles sólo hay que sentarse en uno de los cómodos sofás de Robin Hood y esperar. Entonces aparece por allí canturreando José Andrés, de 47 años, enjuto, de ojos claros y acento andaluz. Nació en Francia, hijo de inmigrantes españoles, y era un niño cuando la familia regresó a España.

José Andrés se pasea por Bergen con un gorro de lana calado hasta el cuello. Lleva un año y siete meses dando tumbos por Noruega. Es albañil. «Pero aquí la construcción es de madera, y nosotros somos del bloque, del ladrillo, la teja…».

Hace unos meses se vino a Bergen tras pasarlas canutas en Oslo. «Una noche que hacía 10 grados bajo cero nos metimos en un hospital, yo y un sevillano de 55 años. No podíamos más del frío. ¡Y nos querían echar! Que de aquí no me voy, hombre, que me muero fuera, les decía».

En Bergen tampoco ha tenido suerte: «Desde Navidad no pego palo al agua. Económicamente estoy en las últimas. Este mes ya no me alcanza para la habitación».

¿Y qué va a hacer? «Pues una manta,… y a la calle a dormir. ¡Qué voy a hacer!».

Pasa un rato. Llega Manolo, de 45 años y de Petrer (Alicante), que habla sin parar. Manolo ha hecho de todo en la vida: la vendimia en Francia, ha sido camarero, albañil. «Soy un todoterreno. Lo mismo te hago un iglú que te cambio el cuarto de baño entero».

No le gustan los currículos («lo mío es el cara a cara»), pero ha transigido y se ha hecho uno en noruego. Se pasa el día pateando Bergen con su mochila al hombro, a la búsqueda de algo.

Hace dos años hizo un curso de instalador de gas, condición necesaria para cobrar el paro. «Me salió un curro, pero al mes cancelaron la obra y nos echaron. Después me ofrecieron una cosilla en Albacete, pero me dije: ¿y si vuelve a parar al mes? Mejor me marcho. Estaba ya harto de España. A ver si en Noruega veo las cosas en color y no en blanco y negro, pensé. Y aquí llevo desde diciembre. Si el día 25 no me ha salido nada, tiro para el norte… Me habían avisado de que la cosa estaba jodida, pero tenía que verlo por mí mismo». Se queda pensativo. «Yo lo que soy es gilipollas», musita.

Entonces entra Emilio (nombre ficticio), catalán de 35 años. La semana pasada regresó triunfante a Robin Hood tras encontrar trabajo «de lo suyo» (una profesión ligada a la construcción, que pide no se mencione) en otra ciudad noruega.

Reparte consejos y abrazos a los demás, pero se pone tenso ante la presencia de los periodistas. Su mirada, que ora rehúye ora desafía la del interlocutor, transmite muchas cosas. Zozobra y también resentimiento.

Llegó a Bergen en mayo con 3.000 euros encima. «Fue como una inversión». Tenía sus esperanzas puestas en el mercado del pescado, bien pagado y uno de los puntos más turísticos de la puerta de los fiordos (como se conoce a Bergen). «Yo me imaginaba un mercado grande, con camiones saliendo, y cuando llego y me encuentro con cuatro puestos…». A Emilio, que tiene en España una hipoteca de 900 euros que le oprime, se le cayó «el alma a los pies». «Se pasa fatal. ¿Sabes lo que es buscar en la basura?», dispara cortante. Emilio no está dispuesto a que se frivolice con su historia.

La prosperidad noruega, y también los programas de «Españoles en el mundo» —muchos los nombran cuando se les pregunta el porqué de la elección del país; sus tres últimas entregas dedicadas al país han tenido entre 3,5 millones y 2,8 millones de espectadores— han ejercido de canto de sirena para un número creciente de españoles (en la Embajada española, el número de españoles inscritos ha pasado de 358 en 2010 a 513 en 2011, aunque muchos no se registran).

Pero una vez en el país se han topado con una infranqueable barrera formada por tres elementos: el frío polar, el idioma y unos precios desorbitados (alquilar una habitación cuesta 600 euros; un brick de leche, dos euros).

Aunque Noruega ha rechazado formar parte de la Unión Europea, sí firmó el Acuerdo de Schengen, lo que da libertad de entrada a los ciudadanos de la UE. Sin embargo, el país carece de infraestructura pública de apoyo a quienes recalan por allí sin nada.

«El Gobierno no les ofrece alojamiento, dinero o ayudas. Eso queda en manos de Cáritas, Cruz Roja o el Ejército de Salvación», explica Bernt Gulbrandsen, de Caritas Oslo.

«Hemos percibido un aumento del flujo de inmigrantes sin preparación. Carecen de redes sociales y familiares aquí, que es la mejor forma de encontrar trabajo, y se les acaba el dinero pronto».

Gulbrandsen no está alarmado: «Si la cifra sigue creciendo, no llegará a ser un problema, pero sí un desafío para las ONG, y el Estado tendrá que aumentarnos la subvención. El Ejército de Salvación hace una semana nos dijo que estaba desbordado».

Los medios de información locales no han tardado en recoger historias de estos nuevos inmigrantes. En un país con apenas cinco millones de habitantes, la noticia ha tenido su impacto.

En Bergen (260.000 habitantes), una ciudad próspera donde apenas hay vagabundos (una española que lleva allí años, sólo recuerda haber visto dos, «el sueco comunista» o «el loco de la bici»), periódicos y cadenas les han dedicado varios reportajes.

«Huyeron de la crisis en España, pero la vida en Bergen no es como habían imaginado», dice un titular. O también: «Muchos refugiados del euro viven en la pobreza en Bergen», «La búsqueda de trabajo se convirtió en una pesadilla».

Especial impacto causó el caso de Gonzalo, un madrileño de 34 años, grandullón y posiblemente con una depresión, que llegó a Bergen a principios de diciembre.

Al mes se le acabó el dinero y pasó tres noches en la calle. La imagen de Gonzalo sosteniendo una taza de té con las manos hinchadas hasta lo grotesco fue portada de un periódico. Lo que los noruegos no saben es que Gonzalo llegó tras dejar atrás a su mujer y sus dos hijos.

Llevaba tiempo en el paro, y hace unos meses sus padres le abrieron una panadería en su pueblo. Pero, por algún motivo, a principios de diciembre Gonzalo intentó empezar de cero bien lejos. Dejó las claves de sus tarjetas del Banco y una nota en la que pedía que no le buscaran, se iba a buscar trabajo.

El día en que posó para el periódico noruego estaba en las últimas. Pasó aquella noche en casa de Mauricio, de Robin Hood, que se apiadó de su estado. A la mañana siguiente apenas podía levantarse, y el ecuatoriano llamó a una ambulancia. Gonzalo fue hospitalizado con síntomas de congelación.

Estuvo ingresado doce días. Su familia le pagó un billete de vuelta a Madrid hace ahora dos semanas. Las tres últimas noches en Bergen las pasó en casa de una pareja de jubilados que leyeron su caso en la prensa.

«Nunca había visto una situación tan angustiosa en Noruega», dice Astrid Dalehaug Norheim, una de las periodistas que ha cubierto este asunto en el periódico Vårt Land. «Me recuerda a una visita que hice a Moscú durante la crisis de finales de los noventa, cuando los rusos de las zonas rurales empezaron a emigrar a las ciudades buscando trabajo, pero acabaron arruinados en albergues».

El testimonio de Tuna, una de las empleadas de la Cruz Roja de Bergen, muestra cómo están viviendo el caso algunos noruegos:

«Antes venían por aquí, sobre todo polacos, pero de pronto han empezado a llegar españoles. No tienen comida ni trabajo, y piden ayuda; da miedo. Noruega está muy cerca de España, que es nuestro país de vacaciones. Para los refugiados políticos sí tenemos ayudas, pero no para quienes vienen de forma voluntaria. Los que trabajamos en esto no estábamos preparados».

Juan Criales, de 57 años, abandonó Bolivia hace 30 años huyendo de la dictadura de García Meza. Lleva desde entonces en Noruega. «Este país acoge muy bien a los refugiados políticos; entramos con sus mismos derechos, pero el trato a los inmigrantes es muy distinto».

Criales trabaja en una de las oficinas de empleo de Bergen, donde la semana pasada 75 españoles intentaron buscar trabajo. Los que no hablan inglés procuran coger turno de forma que les atienda Criales.

«Entre septiembre y noviembre fue cuando más vinieron, unos tres o cuatro españoles al día», explica. «La mayoría tienen entre 25 y 40 años y no disponen de estudios elevados. Están preparados en la construcción o en hostelería, pero no hablan idiomas. Es difícil».

Hablar noruego es una de las puertas para conseguir un empleo, y aprenderlo se convierte en una obsesión. Pero los cursos son caros (unos 500 euros). Cruz Roja da clases gratuitas, pero sólo oferta 50 plazas (la lista de espera es larga). También ellos han notado un aumento de solicitantes españoles.

«Antes no venían, y ahora son la tercera nacionalidad, tras polacos y rumanos. Para nosotros no son población prioritaria. Ayudamos a quien más lo necesita, no a los que han emigrado de forma voluntaria, y algunos tienen bastante nivel de estudios», dice Rita, una portavoz.

Camilo González, chileno, de 46 años, es uno de los afortunados que han conseguido plaza. Como miles de inmigrantes que rehicieron sus vidas en España, ha tenido que volver a emigrar. Llevaba 12 años en Cataluña, trabajaba para Grúas Torres. Lo cuenta nervioso, enlaza una idea con otra. ¿Cómo te encuentras? La pregunta le desarma y brotan las lágrimas. «Me fui de Chile en el año 2000 por una recesión. Y me encuentro de nuevo con la misma piedra».

«¿Cuántos de los españoles que hay aquí ahora habrán criticado en su momento la inmigración en España?», no puede reprimir un latinoamericano que comparte ahora penurias con ellos. Él llegó a Bergen hace unas semanas, con su mujer y sus cuatro hijos (españoles que hablan con acento español). Viven los seis en una habitación.

También ha acabado en Bergen un joven de origen árabe (pide que se especifique el país) que llegó a España a los tres años, y al que todos llaman «el malagueño» (y en cuanto abre la boca entiendes por qué). O un subsahariano que llevaba 15 en Valencia..

Jueves 2 de febrero. 12.45. Unas 20 personas esperan el reparto de comida en la iglesia Korskirken, en el centro de Bergen. Nieva. Algunos llevan media hora en la calle y empiezan a notar cómo se adormecen las puntas de los dedos de los pies.

En el reparto hoy hay un poco de todo: plátanos, queso, e incluso paquetes con sushi. Comida, a punto de caducar, de tiendas y restaurantes. «Nos vamos a quedar tontos de comer comida caducada», bromea un español… «¿Algún programa de televisión español ha animado a la gente a venir a Noruega?», pregunta curiosa Norum Noremark, coordinara del reparto.

Algunos de los españoles recién llegados a Noruega tienen sentimientos encontrados respecto a su situación.

Se sienten observados con recelo por los compatriotas que ya estaban allí, pero ellos mismos ven problemático que lleguen más. «Si no saben noruego, mejor que no vengan», dice Susana, una camarera alicantina de 37 años que minutos más tarde cuenta exasperada que otra española le aconsejó que se volviera a España por no hablar noruego. «O sea, que tú si puedes y yo no, le dije».

Susana llegó en noviembre junto a su amiga Sissy, ecuatoriana, compañera de trabajo en un bar de Alicante cuyo dueño dejó de pagarles. Juntaron 4.000 euros y se compraron sendos billetes de avión.

En Bergen comparten habitación (cuesta 780 euros) y penurias. El primer empleo lo echaron a cara o cruz; había trabajo para una sola. Ahora limpian por 18 euros la hora donde les manda una empresa que les ha hecho un contrato de seis meses por tres horas al día, más sustituciones. Insuficiente para mantenerse, pero sienten que han dado el primer gran paso. «Hemos tenido suerte», repiten.

Los empleos que encuentran los españoles sin titulación son, sobre todo, de lavaplatos y limpiando, casi siempre por medio de ETT. Los sindicatos están alertados de que a algunos les hacen trabajar más horas de las que figuran en su contrato. «Me pagan tres, pero me dan tarea para cuatro o cinco horas», dice un español que no quiere ser identificado. «Dicen que el problema lo tengo yo, que soy lento».

Después de varios meses dando tumbos («salticos», dice él), Paco ha conseguido trabajo, aunque no tiene contrato. Le pagan por horas, unas cuatro al día: limpia de madrugada el McDonald y otros negocios. Ha alquilado una habitación a cuatro kilómetros del centro, y va siempre a pie para ahorrarse el transporte.

Gana lo justo para mandar algo a casa y devolver a sus padres la ayuda, el alquiler y tabaco. «Llevo aquí cinco meses, pero tengo la sensación de llevar años», dice, aunque acto seguido te sorprende con un «pero no quiero dar una imagen demasiado positiva. A mí me ha ido bien, pero otros españoles que han venido este invierno lo han pasado fatal y se han tenido que volver».

Los españoles que llegan a Noruega disponen de seis meses para encontrar trabajo. Si pasado ese tiempo no lo encuentran, pueden permanecer, pero sólo si tienen dinero suficiente para mantenerse, una cantidad que la ley cifra en 2.200 euros mensuales. En caso contrario, pasan a ser ilegales.

A pesar de la norma, las autoridades noruegas no buscan a los inmigrantes sin recursos, más bien lo contrario. Marcos Amano, director de Robin Hood, cuenta que ha acompañado a comisaría al menos a seis españoles que se quedaron sin dinero y se entregaron pidiendo ser deportados. Si lo han conseguido o no, las autoridades guardan el misterio. Solo informan de que «unas cuantas personas, menos de diez, lo han solicitado».

El asunto de los refugiados laborales ha abierto un debate en Noruega. El periodista Sjur Holsen escribía en Bergens Tidende, uno de los periódicos con mayor tirada, esta reflexión: «A los españoles se les puede culpar de ingenuos al venir con la esperanza de encontrar un trabajo sin conocer el idioma. Y sí, hay personas en el mundo que sufren más que ellos, pero la suya también es una forma de necesidad y tenemos que afrontarlo. Si los españoles que viven en la calle consiguen hacernos reflexionar sobre si somos parte de Europa y si la solidaridad es una moneda de uso en la eurozona, se habrá conseguido algo importante».

En enero, sin embargo, la ministra de Trabajo, Hanne Bjurstrom, fue tajante: los inmigrantes europeos que no encuentren trabajo deben marcharse; Noruega no puede atenderlos. La responsable de políticas sociales, vivienda y desarrollo local de Bergen, Lisbeth Iversen, se muestra preocupada por el asunto. Tras una charla en la que menciona los derechos humanos o los suburbios de chabolas de México DF, uno comprende que su duda se reduce a una: ¿debe o no debe Noruega facilitar alojamiento y comida a los españoles que acepten retornar a su país?

Jueves 2 de febrero. Unas 500 personas de veinte nacionalidades asisten a la Feria Internacional de Carreras, que se celebra en un hotel del centro de Bergen. La mayoría de los aspirantes disponen de licenciatura o máster. Paco, José Andrés, Manolo, el malagueño y otros españoles también se presentan con fotocopias de sus currículos.

Trude Drevland, la alcaldesa de Bergen, inaugura el evento. Lleva el pelo cardado y luce un grueso collar con el nombre de su ciudad.

«Entiendo que desde vuestros problemas en España esto parezca el paraíso terrenal, pero no es tan fácil. Aquí las cosas están reguladas, no estamos obligados a dar ayudas a los españoles. Me da pena verles pasándolo mal en mi preciosa Bergen, pero las cosas hay que prepararlas. No se alcanza el cielo en un día», dice más tarde.

Marit Warncke, directora de la Cámara de Comercio e Industria, organizadora del evento, es tajante: «No podemos hacer nada por los españoles sin formación que no hablan ni inglés ni noruego. Es trágico que se gasten sus ahorros en un viaje sin esperanza».

Tras la inauguración, los aspirantes desfilan por los stands de las empresas petroleras, firmas de energías renovables, tecnológicas… Los españoles miran desorientados a su alrededor. José Andrés es el primero en desaparecer. Manolo se despide con un «esto no es lo mío». Paco le da sus currículos al malagueño: «Toma, mete uno mío debajo cuando des los tuyos». El malagueño se acerca al primer stand. El entrevistador sonríe: «¿Hablas noruego?».

Fuente: El País

Cortesía de Antonio Pedro Dorta Martín

[Hum}– No sex since 1955

A crusty old Marine Sergeant Major found himself at a gala event hosted by a local liberal arts college.

There was no shortage of extremely young idealistic ladies in attendance, one of whom approached the Sergeant Major for conversation.

—Excuse me, Sergeant Major, but you seem to be a very serious man. Is something bothering you?

—Negative, ma’am. Just serious by nature.
The young lady looked at his awards and decorations and said,

—It looks like you have seen a lot of action.

—Yes, ma’am, a lot of action.

The young lady, tiring of trying to start up a conversation, said,

—You know, you should lighten up. Relax and enjoy yourself.

The Sergeant Major just stared at her in his serious manner. Finally the young lady said,

—You know, I hope you don’t take this the wrong way, but when is the last time you had sex?

—1955, ma’am.

—Well, there you are. No wonder you’re so serious. You really need to chill out! I mean, no sex since 1955!

She took his hand and led him to a private room where she proceeded to «relax» him several times. Afterwards, panting for breath, she leaned against his bare chest and said,

—Wow, you sure didn’t forget much since 1955.
The Sergeant Major said, after glancing at his watch, said,

—I hope not; it’s only 2130 now.

(Gotta love military time)

Courtesy of Bob Meehan