[*Otros}– Los Canarios en América / José Antonio Pérez Carrión: Felipe Verdugo y Barlett

Nació Felipe Verdugo en Santa Cruz de Tenerife, y pertenecía a una de las más nobles familias del Archipiélago Canario.

Su padre era comandante general de artillería del sexto cuerpo del Ejército, y en Canarias residen habitualmente sus familiares.

El capitán Verdugo estuvo mandando la compañía de artillería destacada en la fortaleza de la Cabaña, y, lo mismo en guarnición que en la sociedad civil, fue objeto siempre de cariñosas demostraciones de afecto y consideración.

Viajó mucho por Francia, Alemania, los Estados Unidos e Italia. Su afán de explorador lo llevó hasta el interior de Marruecos, solo y en arriesgada expedición llena de azares y peligros.

Era un pintor notable y buen escritor. Colaborador en La Ilustración Española y Americana, en el Diario de Tenerife, y en casi todos los periódicos de Canarias. Formó parte de la Sociedad Filarmónica Santa Cecilia, de Santa Cruz de Tenerife, de la que fue vicepresidente y socio de mérito. En esa Sociedad ejecutó trabajos al óleo que le valieron los aplausos unánimes de los inteligentes.

Fue uno de los más entusiastas trabajadores para la instalación de la luz eléctrica en la capital de Canarias, y llegó su entusiasmo hasta el extremo de, a sus expensas, llevar de los Estados Unidos un hermoso dinamo que instaló él mismo, siendo a su vez director y obrero, que le dio satisfactorios resultados.

El Ayuntamiento de Las Palmas lo comisionó en los planes para con instalar el alumbrado eléctrico en esa importantísima ciudad.

A su inteligencia y buen gusto —que eran notables— corrió el adorno y embellecimiento de la Catedral de La Habana el cuatro de diciembre de 1894, día de Santa Bárbara, patrona del arma de artillería.

Cuando la infanta Eulalia estuvo en Canarias, el fue quien dirigió los celebrados y artísticos arcos de triunfo que en honor de la viajera se elevaron en la Villa de La Orotava.

Fue socio fundador de la Sociedad La X, que tan buenos servicios presto el año 1894 en Santa Cruz de Tenerife durante la epidemia colérica.

Pintaba al óleo admirablemente, y a su fallecimiento dejó trazados los bocetos de algunos cuadros y retratos que hubieran llamado la atención en la inteligente y culta ciudad de La Habana.

Y, agrega el semanario Las Afortunadas del siete de abril de 1895: «La vida toda de nuestro malogrado amigo acusa una laboriosidad sin límites y un amor inmenso y entrañable a las hermosas peñas donde vio la luz. A ellas dedicó sus constantes esfuerzos, y al servicio de su mejoramiento puso su prodigiosa actividad y su clarísima inteligencia».

La prematura desaparición de Felipe Verdugo es una desgracia que debemos lamentar profundamente los Canarios amantes del progreso y engrandecimiento de nuestro país. Joven, lleno de vida —pues apenas tenía treinta años— ¡quién es capaz de adivinar las ideas grandes y generosas que bullían en el privilegiado cerebro de nuestro pobre amigo!

No hace mucho tiempo publicó Las Afortunadas, en lugar preferente, un brillante articulo debido a la bien cortada pluma de Verdugo. En dicho trabajo, titulado Pro patria, ensalzaba nuestro amigo las excelencias y bellezas de su país natal, y, como si presintiera su proximidad de su muerte, terminaba con estos hermosos párrafos, que ponen de relieve el amor entrañable que profesaba a su tierra.

«Yo te amo, Canarias. Te amo aunque estuvieras envuelta en andrajos; eres mi madre, quien me dio el ser y la conciencia del ser. Como tu imagen la veo siempre orlada en las luces más brillantes que concebir alcanza el pensamiento, tu recuerdo no puede obscurecerse jamás. Y, cuando deje de existir; cuando las celdillas de mi cerebro no conciban esas siluetas de las abruptas montañas; cuando se extingan las palpitaciones de mi vida; cuando se agite mi corazón por ti, que me cubran tus arenas para besarlas eternamente».

¡Pobre Felipe! Ha muerto sin realizar esa nobilísima y patriótica aspiración. Ha muerto lejos de su país; de aquel país que amó tanto y al que dedicó todas sus actividades y todas sus energías; sin tener a su lado una madre amante y cariñosa que cerrara sus ojos y recogiera su último suspiro.

El entierro, presidido por el general segundo cabo, se verificó el domingo 31 de marzo 1895, a las ocho de la mañana, con un lúcido acompañamiento. Sobre el féretro iban varias coronas dedicadas al capitán Verdugo por sus amigos, todas ellas con expresivas dedicatorias.

Respecto a la familia que en Canarias lleva ese apellido ilustre, cuéntase que casi toda es afecta a la milicia.

Nosotros hemos conocido en nuestros tiempos cuatro generales: D. Federico, D. Domingo, D. Santiago y D. Pedro Verdugo y Massieu, y todos de reconocido valor cívico-militar.

De Domingo corre la anécdota verídica que pone de manifiesto el carácter correcto y pundonoroso de nuestros compatriotas.

Discutíase un día en las Cortes una moción que el general Domingo Verdugo combatía con acaloramiento y resolución, cuando un señor diputado, general también y que estaba a sus espaldas, gritó desde su asiento: «¡Ese señor diputado está loco!».

Entonces, Verdugo, volviendo el rostro hacia atrás, con la velocidad del relámpago, replicó: «El diputado que ha dicho tal injuria que levante el dedo…». ¡Silencio sepulcral!

Y nuestro compatriota Verdugo continuó su discurso en la misma forma en que lo había empezado.

Lo que sucedió después de concluida la borrascosa sesión, la historia lo consigna en sus páginas y no hay para qué repetirlo aquí. Los Canarios jamás han conocido el miedo, y que no lo conocen, bien probado lo tienen.

Felipe Verdugo habría sido también, como sus tíos, una gloria militar para las Canarias, pero falleci muy joven en La Habana.