[*IBM}– Anécdotas y personajes: Fernando Lacoste ante el peligro / Juan Fermín Dorta

14-09-10

Juan Fermín Dorta

Como hemos resaltado en varias oportunidades, Fernando era un raro espécimen: introvertido, y en ocasiones con un gran sentido del humor. Siempre alejado, como a su aire, pero, ¡ojo!, sin descuidar sus deberes.

Hoy me imagino que entonces su mente funcionaba compartida, aunque todavía no se había inventado la multiprogramación y mucho menos la memoria virtual.

Transitaba entre ideas para resolver problemas, amargos recuerdos de su nativa Italia alternados con pícaros recuerdos de su amada Argentina y vivencias de Venezuela que, aunque en ese momento no valoraba, hoy reconoce que vivió en Venezuela en este país en los tiempos «cuando éramos felices y no lo sabíamos».

Bueno, al grano.

Terminado el Club (HPC) de Acapulco (sería allá por 1975) un grupito de IBMistas volamos Acapulco-Miami.  Recuerdo que en la fila de atrás, pasillo por medio, estaba el mentado Ferdinando.

Como a la media hora de vuelo comienza tremenda tempestad. Se oían truenos y las ventanillas se iluminaban muy seguido con relámpagos, mientras el avión hacía pequeños baches.

De los que estábamos hablando, muchos siguieron haciéndolo, pero yo presentí que la cosa era en serio y callé.

La tormenta seguía intermitente cuando ¡PATAPLÚM!: el supercoñazo (perdonen la palabrota, pero es que no hay en el amplio idioma español otra expresión más fuerte).

Se oye el trancazo del rayo contra el avión y éste que, valientemente, aguanta, al tiempo que se iluminaba todo su interior como si de un enorme flash se tratara.

¿Milagro? No sé, porque fue sólo hasta hace pocos años cuando incorporaron pararrayos a los aviones.

Se produce un silencio terrible, como premortal. Nadie habla. Yo, que siento la mano de Fernando en mi brazo, me vuelvo esperando una palabra de aliento y el tercio que me dice:

—¿T’as caga’o, carajito?

Aquello fue de una risa (¿nerviosa?) general. Me calenté por su inmutabilidad ante el peligro, y creo que lo tildé de inconsciente, algo que hoy, a décadas de distancia, me pareció una mariconada nerviosa de mi parte.

Yo, que me había perdido en una curiara en el Orinoco por día y medio; que haciendo pesca submarina en la playa de Oricao había sentido cómo un verraco tiburón me pasaba por encima; que al ver a un italiano ahogándose en Playa Verde lo voy a salvar y se quiere aferrar a mí; etc., no sé si porque todo eso me había pasado siendo yo más joven, pero en ese momento me pareció que Fernando no tenía sangre en las venas.

El tipo era siempre inmutable, y aún no estaban de moda el Lexotanil, el Litio y otras menudencias, y nunca supe si estaba en una secta tipo zen.

Si el jefe le quería cambiar sus prioridades, él alzaba sus ojos y, uniendo sus manitas —la mochita y la otra— clamaba al cielo.

¡Cuántas cosas debió vivir ese alma de Dios que nada le sacaba de su impasividad!

Nando: un fuerte abrazo. Lo que escribo lo hago de corazón. Ojalá podamos vernos algún día.

Nota: El blogmaster tiene mis teléfonos.

5 comentarios sobre “[*IBM}– Anécdotas y personajes: Fernando Lacoste ante el peligro / Juan Fermín Dorta

  1. Según lo que yo he entendido, desde que me propuse redimir el tiempo, en ese vuelo iba alguien muy especial; pero, haciendo honor a la verdad, probablemente eran varios y no uno solo, con alguna vinculación con la ciudad de Caracas o la región de Venezuela.

    Pero lo que motiva mi intervención es algo distinto, que no pretende desviar la intención del tema que es lo que mantiene «arriba el ánimo» de Fernando. Nosotros decimos aquí cataplum, lo que significa pa’bajo y con sonido, caída aparatosa, pero eso no ocurrió y no sabemos si fue gracias a esas personas especiales que mantuvieron «arriba el ánimo», que se resistían a ir KATA, hacia la tierra.

    Tu siempre tienes una razón para el uso de las palabras: ¿Por qué PATAplum y no KATAplum?

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  2. Vicencio Díaz: es la segunda vez que leo algo tuyo y me llama la atención tu esoterismo, definitivamente, práctico e ilustrado, muy ilustrado. Nuestro webmaster, con su carita de yo no fui, tiene también sus detallazos numerológicos que para qué te cuento.

    Por mi parte seguí —mejor, me gradué— en los cursos de parapsicología que se dictaban en el I.V.P. Las experiencias que tuvimos fueron de antología: Un brujo de La Guaira, coleado, que no tenía «los papeles en regla», al que le daban morideras, a lo Linda Blair, pero en negro feo y con cara diabólica.

    Una preciosa chiquilla, en trance, hablando en francés, y cuando le CHAPURREO que quién era, atusándose un virtual moustache me dice algo como «Je suis un brave soldier de la France, gravement blessè en La Martinique…«, etc.

    Tenemos que hablar con personajes como Charlie Brown que TAMBIÉN tiene lo suyo.

    He aprovechado esta breve presentación para distraerme y diluir en mi garganta una terrible emoción salada que además me agua los ojos y que amenaza cada vez que escribo algo de personajes como nuestro querido Ferdinando y, en general, de aquellos chicos de antaño,… que cada vez somos menos. CHAN, CHAN. (FIN DE TANGO)

    Caracho, ¡qué sentimentales nos volvemos los viejos!

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  3. J.F., serás viejo pero ¡has sobrevivido al PATAPLÚM! Y no sé si lo que te preguntó Fernando —»¿T’as caga’o, carajito?—— se cumplió de verdad. ¿Te habías cagado?

    Tuve dos experiencias similares, y te aseguro que no son nada agradables.

    En una, volaba desde Londres a Caracas. Yo estaba durmiendo, como de costumbre cuando vuelo, y de repente un gran coñazo y ¡PATAPLÚM! El avión estaba todo a oscuras y oía a toda la gente rezando; en mi subconsciente pensé: «Coño, estoy en el Cielo».

    La otra, un vuelo de Milán a Caracas. Mientras servían la comida, otro ¡PATAPLÚM! Los carritos de comida volaron por los aires y se pegaron al techo. Hubo heridos, sobre todo una azafata y un sobrecargo a quienes les cayó un carrito encima. Yo, afortunadamente, tenía puesto el cinturón y no me moví de mi sitio, pero varios pasajeros se dieron unas buenas sacudidas, volando desde sus asientos.

    Y, como te dijo Fernando, «Me cagué»…. las dos veces.

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  4. Viviendo ya en Chile, durante un solo año tuve que viajar 47 veces desde Santiago a Bs As para reemplazar el sistema de préstamos en una sucursal bancaria. La cifra es exacta ya que tuve que presentar 47 cuentas de gastos.

    El vuelo de ida es solo de 1 hora y 40 minutos, pero el paso por la cordillera es simplemente cabrón, especialmente en invierno. la comida, los tragos y las bandejas volando, y las aeromozas amarradas igual que los pasajeros.

    Llevé a uno de mis mejores programadores, y pasó lo mismo: un rayo golpeó el fuselaje del avión, cayeron las máscaras de oxígeno, el «gallinero» gritando, y al ver a mi colega que viajaba por primera vez en avión, y ante mi deber como súper jefe y con muchísimas horas de vuelo, tuve que mantener la compostura, y, para tranquilizarlo, no se me ocurrió nada mejor que decirle: ¡¡CAGÓ EL PROYECTO DE PRÉSTAMOS!!

    A veces pienso si mis canas comenzaron ese día.

    Un abrazo a Fernando y Fermin.

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