Carlos, de nuevo nos sorprendes con recuerdos, nombres y buenos ratos de aquella IBM, pero me resisto a que se quiera meter entre los «cerebros» de IBM a gente que no tenía sentido del humor. Aún se les veía el tricornio de guardia civil.
Con respecto a la «Fuente de Fuenmayor» todo el mundo opina. Ya van como 144 que se atribuyen lo de la espuma, pero aquí va la verdad.
El cuento es que ese caballerito, que sabía de todo (???), vio un hueco en un largo pasillo del Edf. Capriles y se le ocurrió poner una fuente, en 1 m3, y justo por donde se pasaba apuradito al baño.
Monta la fuente, que se filtraba, y dale con la impermeabilización, una y otra vez. ¡Y cómo jorobaba con el panegírico a su obra!
Un señorito que vivía en San Antonio cogió un puñadito de jabón en polvo y él solito lo echó en la fuente. ¡Cuando empezó a entrar el agua aquello parecía la espuma de un dragón furioso!
Como era de suponer, cualquiera de los alcahuetes que todo lo arreglaban con «¡Voy a Chuao!» así lo hizo. Apareció Tales de Mileto vuelto una furia: amenazas, sanciones, crucifixiones,… ¡y rivalizando con su fuente en echar espuma por la boca!
Se lo hicieron por segunda vez y amenazó con cancelar aquella «obra de arte». ¡¡Na guará!!
Amigos, si han oído «Yo fui», que dijo uno, «No, fui yo», que dijo otro, mándenlos a todos a bañarse. Algunas —pocas, de las grandiosas secretarias que tuvimos— eran filtrosas y no podían saber u oler nada porque «para Chuao me voy, y Jaime lo va a saber», así que yo moría con el secreto.
JUAN FERMÍN DORTA HERNÁNDEZ reivindica la autoría. Y ahora, vete, chismoso, vete y díselo a Covelo, que Dios lo tenga en la gloria como a tantos hombres buenos que pasaron por IBM, entre los cuales está el inefable don Jaime Trillas.


Carlos, si esa broma a la que se refiere Juan Fermín fue repetitiva y él también la hizo, no lo sé. Te recuerdo que yo pasaba en el año hasta varios meses fuera de Caracas o del país, entre asistencias técnicas, montado en un barco o en cursos.
Como decía Sócrates: «Yo sólo sé que no sé nada» de lo que pudieron hacer otros, pero sí muy bien de lo que hice yo.
He estado buscándola, pero no la he encontrado, una respuesta que me mandó Alberto López (q.e.p.d.) sobre este asunto, ya que él fue uno de los que también quisieron inculpar, y el único al que me encontré esa tarde en Capriles, mientra yo hacía mi faena, pero él nunca comentó nada.
Mi suerte fue que nadie, aparte de Alberto, pudo ubicarme en Capriles esa tarde-noche ya que yo tenía que terminar un trabajo en un cliente para poder viajar a Santo Domingo la mañana siguiente. Aprovechando que tenía que irme a Los Ruices a buscar un repuesto, pasé por Capriles a buscar una herramienta que me hacía falta. La mañana siguiente, bastante temprano, de casa fui directamente por Ultramar Express, que creo estaba en la Av. Andrés Bello, por Las Palmas, donde me esperaba Urbina, y luego salí disparada para el aeropuerto porque el vuelo de Viasa salía como a media mañana.
Por todos estos factores, toda sospecha sobre mi persona, quedó descartada.
Si yo fui el primero, o si esa broma ya la habían hecho antes, sinceramente no lo sé; sólo sé que yo sí la hice, con «el patrocinio» de FULLER y la complicidad silenciosa de Alberto López,… pero no tuve la satisfacción de ver los resultados de la misma.
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Pues sí, Leo, ahora que lo mencionas recuerdo que lo de la espuma en la fuente ocurrió más de una vez; por lo menos dos.
Y también recuerdo que luego de mi susto con lo de «La tendencia de la moda masculina», al menos dentro de IBM no quise saber más de ese tipo de bromas.
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Eso estuvo muy simpático. A lo mejor fue JAIME TRILLAS. A él le gustaba hacer bromas, que te lo digo YO.
Y quizá a este señor le tocaba que le hicieran una. Me acuerdo cuando pintó una pared de negro y a Jaime no le gustó..
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No, Lily, ya has visto quienes fueron los autores de la broma, por demás merecida, pues esa fuente era un peligro porque salpicaba de agua el pasillo, y cualquiera que pasara por él podría resbalar y darse una buana caída.
Pero el señor la puso porque, según él, el ruido del agua iba a aumentar nuestra productividad, igual que puso de fórmica blanca todos los muebles de Capriles porque con eso iba a erradicar el uso de lentes entre los empleados, pues nuestras afecciones en la vista iban a corregirse todas.
Por su carácter se prestaba a que le hicieran bromas. El famoso «Viejo Morales» le montó una buenísima que por poco el causa infarto; otro más, pues tuvo como tres, que yo haya sabido.
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Carlos, un detalle mása.
He recordado que vi cuando alguien maniobraba la fuente, aunque yo no estaba presente cuando se activó.
Fue una tarde-noche cuando, estando yo de guardia, regresando a Capriles vi a alguien que con un paraguas estaba moviendo los chorros de la fuente, que apuntaban hacia la pared, para que apuntaran hacia afuera, o sea, hacia el pasillo.
Lástima que a la mañana siguiente, como de costumbre, salí de viaje y me perdí el espectáculo, que me contaron que fue de cine.
Quien hizo eso era o vendedor o analista de la Sucursal Finanzas. Al verlo haciendo aquello le dije “Yo no he visto a nadie”, y él me contestó «¿Nos conocemos?».
La risa fue mutua y ahí quedó todo.
La verdad es que esa fuente. cuyo espacio fue luego convertido en almacén, fue motivo de muchas anécdota o historias.
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Yo también oí comentrios acerca de las trastadaas que se hacían en la fuente. La tentación era grande. Un abrazo.
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Amigo Padrón:
Haciendo memoria de mi paso por Capriles, te diré que la famosa fuente era motivo de frecuentes tentaciones para hacer alguna trastada. No recuerdo de nombres de autores.
Yo me imagino que esas cosas se hacían fuera de horas de trabajo y cuando no había nadie presente.
Un abrazo,
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Por supuesto, con todos los «cazadores de méritos» (aka, chivat@s) que había en esa época de nuestros comienzos en Capriles, había que tener muchísimo cuidado en no meterse en arenas movedizas.
Por descontado está que los de los departamentos técnicos —tanto DP como OP— nos llevábamos siempre la palma, aunque «a veces» no teníamos nada que ver en el asunto.
En mi opinión personal, la «chivata mayor» era la que estaba en caja; llamémosla «La cajera». Recuerdo que tenía un Mercedes tipo ranchera, y que en el estacionamiento mecánico había casi siempre esperando unas muchachas (varias y distintas, pero todas muy jóvenes y «buenísimas») a las cuales con gusto les tirábamos los tejos (piropos), pero ellas no nos paraban ni medio. Sin embargo, al aparecer la «La cajera», la muchacha —¡trágame, tierra!— se montaba en su carro y nos dejaba con un palmo de narices.
Fuese o no fuese de la otra acera «La cajera», esto del estacionamiento siempre nos dio a los técnicos muchísimas sospechas.
Yo no le tenía mucho cariño que se diga, porque más de una vez tuve que viajar de urgencia poniendo mi dinero o utilizando mi tarjeta personal, porque a «La cajera», aunque estuviese en su cubículo, no le daba la gana de adelantar el dinero, y por eso fue necesario llegar al extremo de tener en el Departamento Técnico una caja chica.
Recuerdo que una vez justo a mi regreso de Maracaibo pasé directamente por Capriles a recoger el pasaje y el dinero porque tenía que irme a otro país para una asistencia técnica, y aunque la correspondiente solicitud estaba autoriza con las firmas de medio mundo, a «La cajera» no le dio la gana de darme el dinero porque yo no había presentado ni liquidado la cuenta de gastos anterior. Ya eran como las 5:30 pm y justo hacía apenas 5 minutos que había entrado yo en la oficina. Le dije que me diera media hora para prepararla y me contestó que ella ya se iba, y se fue.
Recuerdo que Edreira, Viera, Pereira, Petersen y otros gerentes más habían tenido peos con ella por el mismo problema del dinero, como si a un técnico se le pudiese programar cuándo tenía que ir a una asistencia de emergencia.
Una vez volvía yo de noche de Cumaná o Puerto la Cruz, para irme al día siguiente creo que a dar asistencia en un barco, y Uwe Petersen se brindó para retirar el pasaje y el dinero y llevármelo a casa esa misma noche, pues los dos vivíamos en El Marqués. Cuál no sería mi sorpresa al ver que Uwe me había traído sólo solo el pasaje y unos pocos dólares que me estaba prestando de su bolsillo, pues a «La cajera» no le había dado la gana de entregarle el dinero.
Hay sucesos y personas que nos dejan rencores que uno no olvida fácilmente, y ésta es una de ellas.
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