Carlos M. Padrón
El artículo que sigue, Hasta que la escoba nos separe, publicado en ABC (España) el 20/05/2010, dice, en dos platos, que la culpa de que haya tantos divorcios es de los maridos porque no ayudan a sus mujeres en las tareas del hogar.
Su lectura me hizo recordar otro artículo —Monólogo de la mujer liberada— que publiqué aquí el 28/12/2006, cuya lectura recomiendo para mejor entender lo que sigue, y del que entresaco algunos párrafos que me parecen clave.
«Me gustaría saber quién fue la bruja imbécil, la matriz de las feministas, que tuvo la “gran” idea de reivindicar los derechos de la mujer, y por qué hizo eso con nosotras, que nacimos después de ella»
dice la autora refiriéndose a lo difícil que lo tienen ahora las mujeres «liberadas», las que trabajan fuera de casa, y continúa así su lamento:
«¡Cuántas horas de paz, solaz y realización personal nos trajo la tecnología! Hasta que vino una pendejita —a la que, por lo visto, no le gustaba el corpiño— a contaminar con ideas raras sobre “vamos a conquistar nuestro espacio”, a varias otras rebeldes inconsecuentes»
mientras despotrica del famoso «espacio» exigido por las mujeres de ahora:
«¡¿Qué espacio ni qué coño?! ¡¡¡Si ya teníamos la casa entera!!! ¡¡¡Todo el barrio era nuestro, el mundo estaba a nuestros pies!!! Teníamos el dominio completo sobre los hombres; ellos dependían de nosotras para comer, vestirse y para hacerse ver bien delante de sus amigos. Y ahora, ¿donde carajo están? Ahora ellos están confundidos, no saben qué papel desempeñan en la sociedad, huyen de nosotras como el diablo de la cruz. Ese chistecito, esa maldita gracia, acabó llenándonos de deberes. Y, lo peor de todo, acabó lanzándonos dentro del calabozo de la soltería crónica aguda».
(Y tan confundidos, añado, que hay algunos que cuando su mujer está embarazada dicen, sin pena ni sonrojo, «Estamos encinta», y soy yo el que se sonroja).
Para cuando este cambio social arrancó, en la década de los 60, ya yo me había casado, y como fui formado en la vieja escuela tenía bien claro lo de la división de roles en el hogar: mi mujer tenía el rol clásico de ama de casa, y yo el de proveedor de los recursos necesarios para cuidar del mantenimiento de a la familia —o sea, de mi mujer, de mí mismo y de nuestros hijos—, y de la educación de éstos.
Sin embargo, nunca he visto con buenos ojos eso de «¡Cariño, tráeme una cervecita, que estoy muy cansado!», pues prefiero valerme por mí mismo y no recurrir a otros para algo que bien puedo hacer yo.
En esto aplico el principio de mi padre: «Si quieres ganar, anda; si quieres perder, manda». Y en eso de «¡Cariño, tráeme una cervecita que estoy muy cansado!», hay mucho abuso y mucho que perder.
Dicho esto, debo añadir que me dan risa —y no puedo evitar recordar a Esther Vilar y su best seller «El varón domado»—, lo de que el estudio es «un toque de atención a los hombres», y que muchas mujeres piensan que «mejor criar sola a un hijo que cargar con otro niño grande».
El toque de atención que habría que dar a los hombres es que aprendan a sacar cuentas sobre qué ganan en un matrimonio en el que, en el mejor de los casos, los dos trabajen y los dos compartan las tareas del hogar. Es una cuenta fácil de hacer si la mente del hombre no está nublada por el drogamor.
Lo que ganan las mujeres lo tengo claro: lo he escrito en este blog varias veces, y gira en torno a la imperiosa necesidad de ser madres y de conseguir un macho que dé a ella y a sus crías ayuda en el sustento, y protección en toda la extensión de la palabra. Pero el hombre lleva las de perder porque, de haber quedado soltero o libre, podría vivir mejor, con menos presión, menos responsabilidades y menos dinero.
Sin embargo, al menos a los varones de antes de los 60 nos educaron creyendo que era cierto lo que dijo la mujer del Monólogo:
«… ellos dependían de nosotras para comer, vestirse…».
Y no lo es, pues cuando me tocó vivir solo en Madrid por dos años y medio, la pasé más que bien, y no necesité depender de una mujer «fija» (novia, esposa o pareja) para divertirme, comer, vestirme, limpiar la casa, o lavar y planchar la ropa.
Simplemente, yo iba a donde me gustara; hacía lo que quería; comía donde me viniera a mano, o llevaba a la casa algo fácil de preparar; me vestía como me gusta hacerlo; y para limpiar, lavar y planchar le pagaba a una señora que una vez por semana venía a mi apartamento y hacía todo eso.
¿Para qué, entonces, habría necesitado yo una mujer «fija»? ¿Para tener sexo? ¡Por favor! Como ya he dicho otras veces, las mismas feministas que crearon el mundo del que se lamenta la autora del Monólogo abarataron el sexo de forma tal que ya no pueden extorsionar con él; está totalmente devaluado. Necesitan poder responder con algo sólido, plausible y demostrable a la temida pregunta de «¿A cambio de qué?«
Así que si la mujer moderna, la «liberada», no está conforme con lo que hace «su» hombre, pues se divorcia, y de ahí el desmesurado aumento que tienen las tasas de divorcio, y la conclusión a que han llegado los abogados que tramitan rupturas matrimoniales: «La pareja se divorcia cuando la mujer quiere».
La explicación de tal incremento está, además, en este otro párrafo del Monólogo:
«Antiguamente los casamientos duraban para siempre. ¿Por qué —díganme por qué— un sexo que tenía todo lo mejor, que sólo necesitaba ser frágil y dejarse guiar por la vida, comenzó a competir con los machos? ¿A quién carajo se le ocurrió?»
Mientras los hombres sigan con el «¡Cariño, tráeme una cervecita que estoy muy cansado!», y las mujeres no tengan algo mejor que ofrecerles que la repartición de deberes domésticos, o habrá cada vez menos matrimonios o seguirán aumentando las tasas de divorcio, pues el drogamor, principal motivo de que los hombres no sepan analizar con claridad en qué se meten al casarse, sigue campeando por sus fueros.
Y no se me acuse de mencionar sólo a los hombres en la forma en que lo hago, pues el artículo que sigue deja bien claro al final (copio textualmente) «la importancia de tener en cuenta las relaciones entre el comportamiento de los hombres y la estabilidad matrimonial».
O sea, que la responsabilidad de tal estabilidad nos la echan sobre nuestros hombros. Si alguno se lo cree será problema suyo.
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20-05-10
Hasta que la escoba nos separe
Cristina Garrido
«En la salud y en la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza… y hasta que la escoba nos separe».
Toque de atención a los hombres que quieren conservar su matrimonio. Las tasas de divorcio son más bajas en aquellas parejas donde el marido participa en las tareas domésticas. Puede parecer una obviedad, pero a juzgar por las altas tasas de separación todavía deben quedar muchos que cuando llegan a casa de trabajar, en vez de ayudar a su esposa a hacer la cena se sientan en el sofá y dicen aquello de: «¡Cariño, tráeme una cervecita que estoy muy cansado!».
Un estudio realizado sobre 3.500 matrimonios británicos que acababan de tener su primer hijo ha venido a confirmar que cuanto más ayudan los maridos en las tareas domésticas, las compras y el cuidado de los niños, menos posibilidades de que la pareja acabe rompiéndose. Pensarán muchas que mejor criar sola a un hijo que cargar con otro niño «grande».
La investigación, realizada por la Escuela de Ciencias Políticas y Económicas de Londres, se publica en la última edición de la revista Economía Femenina.
Esta afirmación rebate la explotada teoría de que los matrimonios son más estables si los hombres se centran en el trabajo remunerado y las mujeres son responsables de las tareas domésticas. Los resultados del estudio demuestran que la contribución del padre a las tareas domésticas y cuidado de los hijos hace más estable el matrimonio, independientemente de la situación laboral de las mujeres.
Los economistas han sostenido durante mucho tiempo que las crecientes tasas de divorcio, que comenzaron en la década de 1960, están vinculadas al aumento del número de mujeres casadas que trabajan. Sin embargo, no se habían parado a analizar la responsabilidad que juega el marido en este nuevo tipo de familia.
El doctor Sigle-Rushton, profesor titular de Política Social en la LSE e investigador asociado en el Centro para el Análisis de la Exclusión Social, cree que los economistas han gastado demasiado tiempo en examinar y tratar de explicar la asociación entre el empleo femenino y el divorcio. «Esta investigación sugiere que la contribución de los padres en las tareas del hogar estabiliza el matrimonio, independientemente de la situación laboral de las madres», asegura el experto.
El rol masculino en el nuevo modelo
La investigación del doctor Sigle-Rushton recogió los datos de un estudio que analizaba a las parejas casadas que tuvieron su primer hijo en 1970, cuando la mayoría de las madres se quedaban en casa. Una información obtenida del Bristish Cohort Study, representativo a nivel nacional, que siguió la vida de 16.000 niños nacidos en una semana de 1970.
El experto se centró en 3.500 parejas que habían permanecido juntas al menos durante cinco años después del nacimiento de su primer hijo. Alrededor del 20% se divorciaron cuando el niño tenía 16 años. Más de la mitad de los padres, en 1975, no habían realizado ninguna tarea o sólo una tarea durante una semana (51%), 24% llevaron a cabo dos tareas, y la cuarta parte habían llevado a cabo tres o cuatro, la máxima contribución. En esta época, cerca de un tercio de las madres trabajaban fuera de casa, y sólo el 5% lo hacía a tiempo completo.
Otro de los descubrimiento de la investigación es que, en relación con las familias en las que las mujeres son amas de casa y los hombres contribuyen poco a las tareas domésticas, el riesgo de divorcio es un 97% más alto cuando la madre trabaja fuera del hogar y su marido hace una contribución mínima en la casa.
Sin embargo, no hay mayor riesgo de divorcio cuando la madre trabaja y la contribución de su esposo al trabajo doméstico y cuidado de niños es al más alto nivel.
«Los resultados sugieren que el riesgo de divorcio entre las madres trabajadoras se reduce sustancialmente cuando los padres contribuyen más a las tareas domésticas y cuidado de los niños. Este estudio subraya la importancia de tener en cuenta las relaciones entre el comportamiento de los hombres y la estabilidad matrimonial. En la investigación económica y sociológica, se ha enfatizado mucho en el trabajo remunerado de la mujer, y no se ha prestado suficiente atención a la división del trabajo no remunerado», señala el director de la investigación,
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Cortesía de Rafael García
