«“Tierra Canaria”, o la búsqueda de la identidad isleña en Cuba (1930-1931)», es un trabajo de Manuel de Paz realizado con cargo al proyecto PI1999/085, subvencionado por la Dirección General de Universidades e Investigación del Gobierno de Canarias.
Publicado en Padronel por cortesía del Dr. Juan Antonio Pino Capote.
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El equipo editorial de “Tierra Canaria”
En el número 12 de la revista, correspondiente a febrero de 1931, con motivo de su primer aniversario se publicaron las fotografías y los nombres del «Cuerpo de redacción» de Tierra Canaria.
Sus principales mentores fueron su director Benjamín T. Rodríguez, el director artístico Manuel Martín González, el administrador Justo A. Alfonso Carrillo y el diligente jefe de redacción Tomás Capote Pérez, pero, además, colaboraron seriamente con la publicación otros personajes significados de la colonia canaria de Cuba, como Antonio Pino Pérez, Luis F. Gómez Wangüemert, José E. Perdomo, José Clavijo Torres, Dolores Regalado, y el poeta y jurista cubano Andrés de Piedra Bueno, vate honorario de la colonia.
A juzgar por la cantidad de colaboraciones y por su responsabilidad a la hora de imprimir el tono ideológico-cultural a la revista, merecen especial atención entre los mencionados los nombres los de Tomás Capote Pérez, Manuel Martín González, Antonio Pino Pérez y Justo A. Alfonso Carrillo. Respecto al primero, la propia publicación destacó, en diciembre de 1930, su especial dedicación e interés por el alcance social de la revista.
«Tierra Canaria ha sido injusta con su ilustrado Jefe de Redacción. Tierra Canaria, ingrata y desmemoriada, en sus nueve meses de vida fecunda y rutilante, se ha ido olvidando lamentablemente de la incalculable modestia del Dr. Capote». Según se indica a continuación la revista le reconocía nada menos que su propia línea editorial. «El Dr. Capote ha venido haciendo durante todo este tiempo los Editoriales viriles y profundamente canarios de nuestra Revista. El ha sido su orientador ideológico más robusto hacia las cumbres del éxito. Él es el sillar más potente de nuestra publicación humilde. Él, a más de ser un buen médico y literato, es poeta, ha cantado, en el molde exquisito de sus versos armoniosos, los encantos rotundos de nuestros paisajes pletóricos de belleza y la mística sublime de nuestros mares… “.
Según David W. Fernández, Capote Pérez había nacido en El Paso (La Palma), en 1891 y falleció en Sancti Spiritu (Cuba), a los setenta y cinco años de edad, en 1966. Médico de profesión, gozó de prestigio profesional en La Habana, habiéndose vinculado, al finalizar sus estudios de Medicina, a la Quinta de Salud de la Asociación Canaria de Cuba, a la que prestó grandes servicios. Desde su juventud demostró un notable interés por las labores periodísticas y literarias, habiendo colaborado en la prensa palmera con varios poemas, antes de su marcha a Cuba en 1909. También tuvo fama de excelente orador.
Años más tarde, tal como asevera el cronista Jaime Pérez García, fue presidente, y uno de los fundadores, del Ateneo Canario de La Habana, fundado el 17 de febrero de 1928, y previamente había pertenecido al Partido Nacionalista Canario de Cuba, erigido el 30 de enero de 1924. Sus convicciones ideológicas nacionalistas están, pues, fuera de dudas, tal como demuestra además la colección de textos que reproducimos en la sección documental del presente trabajo.
El pintor tinerfeño Manuel Martín González, por su lado, nació en Guía de Isora (Tenerife) el 7 de junio de 1905 y, tras realizar algunos estudios de pintura en su isla natal y trabajar como empleado en la Litografía Romero de la capital tinerfeña, emigró a Cuba donde no tardó en obtener encargos como dibujante publicitario para algunas revistas y periódicos locales, realizando asimismo carteles y vallas anunciadoras, actividad que compaginaba con su empleo en una destacada empresa litográfica de la capital cubana. Allí conoció también a la que serpia su esposa, Pilar Ramón Mesa.
Precisamente, en octubre de 1930, Tierra Canaria dedico una página a glosar el éxito que su director artístico había conquistado, a la sazón, en la Perla de las Antillas. El mes anterior la famosa revista Bohemia había encargado su portada al artista isleño que, con el titulo de «Frutas Cubanas», había tratado de simbolizar la exuberancia tropical con un cartel en el que una joven criolla mostraba satisfecha una bandeja de frutos del país.
«Martín González —aseguraba la publicación canaria de Cuba— ha compartido con nosotros los sinsabores y las alegrías de esta ingrata profesión de periodista, pero en justicia queremos hacer constar aquí que muchos de nuestros éxitos se le deben a su labor magnífica de artista», y añadía a continuación que el artista canario estaba en el camino de consolidar sus triunfos profesionales.
«Su pincel y su lápiz han formado ya su trayectoria, y por ella sigue de triunfo en triunfo. Ha presentado cuadros y ha recibido honores en exposiciones importantes de esta República, como la que tuvo lugar hace dos años en el antiguo convento de Belén de esta capital. También en el Salón de Pintores y Escultores, donde fueron reconocidos por sus méritos varios paisajes canarios».
En aquellos momentos, el pintor tinerfeño había prometido realizar una exposición en el Ateneo Canario, que no tardó en llevarse a cabo. En efecto, en su numero dieciséis correspondiente al mes de junio de 1931, la revista se hizo amplio eco de la exposición de su director artístico bajo los auspicios del Ateneo Canario de Cuba, cuya inauguración había tenido lugar en los salones de la Asociación Canaria el 27 de mayo anterior, permaneciendo expuestas las obras hasta el día 7 del propio mes de junio de 1931.
A la apertura del evento, que presidió Capote Pérez como primer directivo del Ateneo canario, concurrió también la junta de gobierno de la Asociación Canaria, así como numeroso público, corriendo la presentación a cargo del abogado y poeta Andrés de Piedra Bueno, natural de Unión de Reyes (Matanzas) y, a la sazón, presidente de la Sección de Literatura y Bellas Artes del Ateneo isleño.
En su florido discurso puso de relieve la belleza de las obras de Martín González, de quien dijo que un día «dejó la isla minúscula: Tenerife y se abrazó al Océano para abrazar la mayor de las Islas Canarias: la Isla de Cuba, la República de Cuba, mi patria, hermana grande del archipiélago afortunado, estrella madre de las siete estrellas que un día lucirán libres en la cárcel del mar…”.
Según la presentación de Piedra Bueno, Martín González había emigrado a Cuba cinco años antes, en torno a 1926. «Hace cinco años de su salto oceánico. Cinco —vino a los veinte— años en que ha laborado constante, infatigable y hondamente por captar ondas verdes, ondas azules, ondas rojas, ondas grises: toda la maravilla de su tierra lejana, presente a diario en su espíritu, abierta a diario en la sangre de sus pinceles espirituales, arrancada a la distancia en los veintitrés lienzos que hoy ofrece a la sociedad”.
Sobre el estilo artístico del homenajeado añadió también el presentador algunas consideraciones valiosas. Destacó, por ejemplo, que Martín González no se había afiliado a ninguna tendencia pictórica. «Apenas tuvo escuela. Apenas tiene escuela. Pinta como ve las cosas, claras, sencillas, grandiosas, enormes, florecidas… Pinta, como un lente cromático que recogiera diáfanamente el paisaje. Pinta como si arrancara la tierra y la plasmara en color», matizó, incluso, que no estilizaba el paisaje «—hasta un ensueño de hadas— como el nuevo pintor de Tenerife: Juan Ismael», de quien muy pronto ofrecerá este Ateneo una exposición» y, además, indicó también que Martín González no «espeja los jardines como don Francisco Bonnín en sus acuarelas».
Entre las obras presentadas destacó algunas de especial relevancia como, por ejemplo, la consignada con el número 1 en la exposición, esto es, «El Teide visto desde Las Cañadas», aspecto recurrente en la obra posterior del paisajista isleño; «El Roque Nublo», en Las Palmas; «La Caldera de Taburiente» y «Almendros en Flor» en El Paso (La Palma), o «Tierra Seca», obra alusiva a Fuerteventura, «el martirio de Fuerteventura» como diría el vate matancero. «Arena, arena y el mar. Y. en medio de la arena, entre unas aulagas raquíticas y piadosas, una palmera eleva su lanza oscura, como índice vegetal de los caminos del cielo'».
No tardó en regresar a Tenerife el pintor isleño, atenazado por la nostalgia de su tierra de origen. Casó en Cuba y regresó, según Crespo de las Casas, en enero de 1932, y a partir de entonces desarrolló una intensa labor hasta su muerte, que permite admirar una vasta colección de obras, algunas de las cuales —como sucedió con las de otro gran artista isleño retornado a Canarias desde Cuba: el gomero José Aguiar— decoran también suntuosos edificios públicos y religiosos de Tenerife. Martín González se decantó siempre por el paisaje, rompiendo con sus furtivos ensayos figurativos de la etapa cubana que, sin embargo, forman parte de la herencia artística del pintor isorense, junto a la colección de portadas de Tierra Canaria creadas por él.
El odontólogo Antonio Pino Pérez, por su parte, había nacido como su paisano Tomas Capote Pérez, en El Paso (La Palma), en 1904. Distinguido como orador y como poeta publicó numerosos trabajos y poemas en periódicos y revistas, que más tarde fueron recogidos en parte en un tomo editado en 1982. De regreso a España tras su singladura cubana —durante la que colaboró en Patria Isleña y, naturalmente, en Tierra Canaria, entre otras publicaciones— cursó estudios de odontología y se estableció en Santa Cruz de La Palma y en El Paso, ciudad esta última que le distinguió con el título de Hijo Predilecto por acuerdo de su Ayuntamiento.
En Tierra Canaria publicó varios ensayos que poseen un notable interés desde el punto de vista de la definición literaria de la identidad insular, como sucede con este fragmento de su articulo «La patria de los andariegos». que reproducimos en su totalidad, junto a otros ensayos suyos, en la selección documental.
«No cabe dudar que los canarios no tenemos una Patria definitiva, una Patria inmutable, una Patria histórica que nos aprisione con su pasado y nos oriente impelidos entre las brumas de lo venidero. Nacimos en aquellas islas, como nacen los pájaros en el calor de sus nidos, y tan pronto nuestros anhelos tienen fortaleza bastante, nos lanzamos al azar de los espacios, ambiciosos de volar bajo todos los cielos, junto a todos los climas. Y trabajamos con ardor inextinguible en los trópicos, nos quedamos por siempre en la inclemencia de las regiones frías, o nos paseamos de un continente a otro dentro de la consistencia frágil de un velero.
La Patria de los canarios no es España, ni América, ni África, ni siquiera las Islas. La Patria común de los canarios, la Patria imposible que nos identifica a todos en un sentimiento único, es el mar. El mar nuestro, que haciendo temblar los acantilados graníticos que inmutables defienden nuestras costas, se arrastra luego vencido por las arenas conmovidas de nuestras playas. El mar «sonoro» que fragmentó con salvaje furia el concierto insular, para arrullar mejor sus intimidades, besándolas más hondo».
El grancanario Justo Antonio Alfonso Carrillo, aparte de actuar como administrador de Tierra Canaria, tuvo a su cargo la crónica social de esta publicación isleña, que desde el primer número se ofreció a toda la colectividad como una forma de «que todos sepamos de nuestros paisanos y amigos, donde quiera que nos encontremos, alejados quizás por la distancia, pero que estemos siempre vinculados por el patriotismo, el amor y la nobleza que siempre nos ha distinguido», tarea que desempeñó con entusiasmo hasta el último número de la publicación canaria de Cuba, habiendo regresado a Las Palmas en 1932, pues en este año se afilió a la logia Andamana, a cuyas columnas perteneció hasta el estallido de la guerra civil en 1936, habiendo ocupado los cargos de Orador y Venerable Maestro’.
Su expediente masónico nos ofrece algunos datos interesantes. El 17 de octubre de 1935 renunció, por razones de salud, al cargo de Venerable Maestro de Andamana, n° 1, según la comunicación que dirigió a Añaza n° 270 de Santa Cruz de Tenerife como un gesto de cortesía masónica, pues ambas logias estaban auspiciadas, desde fechas cercanas a la proclamación de la República, por el Gran Consejo Federal Simbólico del Grande Oriente Español, tras romper con la obediencia local canaria (Gran Logia de Canarias), y, el 6 de junio de 1936 —a escasas fechas, por tanto, del alzamiento del 18 de julio de aquel año— se dirigió a la propia obediencia para comunicarle que se había hecho cargo de la presidencia de la Junta Provincial en Las Palmas de la Liga Española de los Derechos del Hombre, «en cuyo cargo estará a la disposición más cordial y fraternalmente”.
Aparte de otras incidencias menores, fue acusado por las fuerzas represivas de simpatías comunistas e, incluso, de presunta pertenencia a «Socorro Rojo Internacional», aunque no se aportaron pruebas en su expediente, si bien se indica que era dirigente de los empleados de comercio y que se le internó en el campo de prisioneros de Gando (Las Palmas). La sentencia del Tribunal de Represión de la Masonería y el Comunismo, dada en Madrid a 7 de diciembre de 1942, le condenó, como autor de un delito consumado de masonería, a 20 años y un día de reclusión mayor, así como a las accesorias de «interdicción civil e inhabilitación absoluta perpetua» para el ejercicio de cualquier empleo público.
En su retractación declaró que había ingresado en la masonería en Cuba, en el año 1928, pero existían indicios suficientes para retrotraer esta fecha hasta el 5 de abril de 1927, momento en que se inició en la logia Fe Masónica de La Habana, a la que perteneció hasta su regreso a su ciudad natal en que entró a formar parte de Andamana, como ya se dijo, a partir del 14 de noviembre de 1932, ostentando el grado 18° del Rito Escocés Antiguo y Aceptado. Se trataba, pues, como el resto de sus compañeros de redacción de Tierra Canaria, de un hombre con profundas inquietudes sociales y espirituales.
