[*FP}– Mi trato con la tabla Ouija (5/5): La sesión final

06-10-2009

Carlos M. Padrón

El 05-Feb-1974, a la acostumbrada hora de pasadas las 12 de la noche, Cecilia y yo iniciamos una sesión en la que, a diferencia de las demás, colocamos la tabla ouija sobre la mesa del comedor y no sobre nuestras rodillas.

Por acuerdo mutuo combinamos en el cuestionario preguntas sobre el bebé que esperábamos (preguntas que haría Cecilia), con preguntas sobre mi padre (que haría yo).

Deliberadamente me propuse poner a prueba lo de la influencia de la mente de los usuarios o mirones, y para cada pregunta que Cecilia hacía, yo pensaba insistentemente en una respuesta.

P: ¿Cuándo nacerá el bebé?

R: 5 6 (5 de junio, supongo. Que sería en junio ya nos lo habían dicho)

P: ¿De qué sexo será?

R: Varón (Era lo que Cecilia quería y lo que yo pensé)

P: ¿Cuanto pesará?

R; 3900 (3 k 900 gramos, que fue lo que pensé)

P: ¿Cuánto medirá?

R: 55 (cm. En ésta no acerté. A partir de aquí ya dejé de pensar en las respuestas)

Las que siguieron, basadas en que la criatura sería un varón, fueron que estudiaría Farmacia y se casaría en Caracas a la edad de 23 años con una mujer de origen portugués llamada Lucelda Lebelu. Nada fue cierto, pues la criatura fue hembra, estudió psicología y aún está soltera.

Concluida la sesión de preguntas de Cecilia me tocó el turno de preguntar. Transcribo las de interés; entre ellas hubo algunas que fueron divagaciones, y que represento con una línea de puntos (…./…), pero luego volvíamos al tema principal.

P: ¿Quién eres?

R: Tu padre

………../…………

P: ¿Dónde estás?

R: En el Limbo

P: ¿Dónde estabas antes?

R; En el Purgarorio

P: ¿Qué hay después del Limbo?

R: El Cielo

P: ¿Y después del Cielo?

R: Felicidad eterna

P: ¿Sufres donde estás ahora?

R: Sí

P: ¿Por qué?

R: Me temo lugar raro

P: ¿Qué te hace pensar que irás a un lugar raro?

R: El celador y valores falsos

………………./…………………

P: ¿Estás cansado?

R: Sí

………………./………………..

P: ¿Qué podemos hacer por ti?

R: Recen muchos Credos

P: ¿Cuánto tiempo?

R: Muchos días

………………/………………..

P: ¿Me has ayudado a mí?

R: Sí

P: Menciona algo en lo que me hayas ayudado

R: IBM (Esto pudo salir de mi mente porque es algo que siempre he creído)

P: ¿Fuiste tú quien habló con nosotros la noche del 08-Ene-1974?

R: Sí

P: ¿Podremos hablar contigo en lo sucesivo?

R: Sí

P: ¿Qué debemos hacer para conseguirlo?

R: Tener fe en Dios y llamarme

P: Fe en Dios ya la tenemos, ¿qué más debemos hacer?

R: Llamarme

P: ¿Quieres decir invocarte?

R: Sí

………………/………………

P: ¿Te gustó hablar con nosotros?

R: Sí

P: ¿Quedas más tranquilo?

R: Sí

P: Buenas noches

R: Buenas noches

Eran casi las 2 de la madrugada cuando terminó esta sesión. Nos miramos, y creo que lo que vimos en la cara del otro no nos gustó. Sin decirnos palabra nos metimos en la cama y no tuvimos valor para apagar la luz del dormitorio. Por mi parte sentía que allí con nosotros había algo más, algo que estaba vivo, una presencia que tenía energía, pero que nos resultaba invisible. No recuerdo haber sentido tanto miedo en mi vida. No me atrevía ni a cerrar los ojos, y si al fin me dormí debe haber sido al amanecer, pues desperté cuando la luz del Sol, ya alto en el cielo, se coló por la cortina y me dio en la cara.

Entendí muy bien que había llegado al punto señalado por el Dr. Rhine. Así que, apenas levantarme, guardé la tabla ouija y no la he usado nunca más.

Pasó el tiempo y con él fueron asentándose las emociones y destacándose lo puntos de explicación lógica y los sin explicación razonable.

Entendí que muchas de las respuestas supuestamente recibidas del más allá pudieron perfectamente salir del “más acá”, de mi mente, como la de la fecha de nacimiento de Tito, lo del Infierno para un suicida, la felicidad eterna después del Cielo, o lo de la ayuda para que yo entrara en IBM, pues siempre creí, y lo escribí ya en un artículo, que es demasiada casualidad que mi padre muriera en junio/1969 y que antes del final de ese año sus tres hijos varones consiguiéramos, en materia de trabajo, lo que por años habíamos buscado sin éxito:

1) Raúl, el mayor, (q.e.p.d.), consiguió la fórmula que le permitió mantener incorrupto por mucho tiempo el chorizo canario, y así pudo sacar a consolidar la fábrica de embutidos de la que vivió por el resto de su vida, y de la que obtuvo los recursos para sacar adelante a su familia.

2) Tomás, el segundo, consiguió, sin esperarlo, una oferta de sociedad para una ferretería —actividad comercial que era la preferida de nuestro padre— que aún mantiene y de la que ha vivido hasta hoy, y sacado también adelante a su familia.

3) Y yo, Carlos, logré entrar a IBM después de haber estado tratando de hacerlo desde 1967. Lo que eso significó para mí lo he contado ya varias veces.

Sin embargo, un sábado, creo que de 1992, reunidos los hermanos en casa de mi madre, mi hermano Raúl contó que a poco de morir nuestro padre, y estando él aún muy alterado por esa pérdida, caminaba un día hacia el lugar en que había dejado aparcado su carro Dodge Dart GT (el GT lo tenía el carro pegado, en letras en relieve, en un costado) cuando, sin saber por qué, fijó la vista en esas letras y asombrado vio cómo la ‘G’ saltó, como si algo la hubiera empujado desde dentro de la carrocería y, describiendo una parábola, cayó a sus pies.

Ante esto le pregunté en qué iba él pensando cuando eso ocurrió. A su respuesta, que yo esperaba, de que iba pensando en nuestro padre aunque no entendía qué tenía que ver con eso la letra ‘G’, mi madre, casi con ingenuidad, dijo:

—Bueno, tu padre se llamaba Tomás Gregorio.

Me quedé helado, pues recordé la respuesta que recibí a mi pregunta hecha en la sesión del 08-Ene-1974:

P: ¿Quién nos guía las manos?

R: Tomas G Padron

Ninguno de los hermanos sabíamos nada acerca de ese segundo nombre de nuestro padre, pues, además, no estaba, por ejemplo, en los documentos que yo manejé cuando él murió. ¿De dónde y por qué apareció esa ‘G’, tanto en mi sesión de ouija como en el caso del carro de mi hermano?

Varios años después de haber enterrado yo la ouija, leyendo un libro sobre reencarnación encontré que, según una de las tantas creencias que al respecto se tienen en Oriente, cuando una persona muere, su alma, luego de vagar confundida en el plano terrenal, va por fin al plano en que debe esperar su próximo paso en la evolución espiritual, o sea, su próxima reencarnación.

Cuando le llega el turno debe enfrentarse a su CELADOR con el que armará el plan, con detalles y características, de esa próxima reencarnación.

Hasta ese día, para mí ‘celador’ estaba asociado solamente a la persona que en mi pueblo se encargaba de vigilar que las capillitas de madera conteniendo pequeñas imágenes de santos salieran de la iglesia y fueran pasando de casa en casa según la fecha estipulada y siguiendo el circuito de quienes se habían inscrito para recibirlas.

¿No es lógico suponer que inspire temor el enfrentarse a alguien con quien tendrás que acordar una vida futura, y que resulte cuando menos raro el lugar al que ese celador te destinará?

P: ¿Sufres donde estás ahora?

R: Sí

P: ¿Por qué?

R: Me temo lugar raro

P: ¿Qué te hace pensar que irás a un lugar raro?

R: El celador y valores falsos

Dice la teoría de la reencarnación que cuando morimos debemos reunirnos con el ser (¿celador?) formado por las experiencias que hemos obtenido en vidas anteriores, y decidir con él en qué valores debemos mejorar (¿los que al momento son falsos?), y en qué, cómo, cuándo y dónde (un lugar que, cabe suponer, nos parecerá raro) vamos a reencarnar para vivir una vida en la que eventualmente mejoraremos esos valores,… y aprobaremos ese curso.

Repito lo de

Autor y Actor

«Siento, aunque esté completamente solo, que hay alguien que me está observando. De pequeño creía que era el ángel de la guarda, y más tarde, cuando las enseñanzas fueron más solemnes, Dios.

Ahora creo que es alguien en cierto modo muy parecido a mí, casi como yo mismo, pero mucho más lúcido porque posee todos los conocimientos, experiencias y progresos que he logrado en cada vida pasada. Alguien que se ríe cuando trato de ignorarlo, negarlo ó engañarlo, y me recuerda que él es el autor de la obra que con su asesoría yo mismo escogí, y que ahora, como actor, estoy representando».

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Dr Louisa E. Rhine. Duke University in Durham, North Carolina.