[*ElPaso}– Andanzas y faenas de tres «santos» de mi entorno

04-08-2009

Carlos M. Padrón

Manuelito

Fue, desde pequeño, el dolor de cabeza de sus padres, pues era un muchacho realmente malo, especialista en hacer ruindades y jugarle malas faenas a todo el que podía.

Tal vez con alguna jugarreta ya en mente se metió a monaguillo, y ahí hizo lindezas como las que, a título de muestra, describo a continuación.

Cuando le daban ganas de merendar (los días entre semana iba a la iglesia sólo en las tardes) comía hostias sin consagrar y las acompañaba con vino del destinado a consagrar, pues espió al cura y pudo averiguar dónde éste escondía la llave de la alacena en la que guardaba hostias, vino y otros objetos que ameritaban cuidado.

Sabedor de las costumbres de los feligreses, había comprobado que la sirvienta de una casa de familia cercana a la iglesia venía a confesarse todas las semanas, el mismo día y a la misma hora. Uno de esos días en que el cura no estaba, Manuelito montó guardia apoyado en la baranda Este de la Plaza Nueva, y cuando vio que la sirvienta veía hacia la iglesia, fue, y en presencia del otro monaguillo, se metió en el confesionario.

Para ese momento, en la iglesia había sólo un par de mujeres que, no sabiendo que el cura no vendría, rezaban a dúo el rosario haciendo tiempo a que comenzara la novena. Apenas la sirvienta entró a la iglesia fue directamente al confesionario y, cuando se arrodilló en él, Manuelito la confesó “a fondo”, o sea, le preguntó de todo con pelos y señales, tanto que la pobre muchacha, alarmada, decidió dar por terminada aquella extraña confesión, y retirarse.

Al notar esto, Manuelito salió del confesionario y se paró frente a la atónita sirvienta que avergonzada y asustada saltó hacia atrás como un resorte, mientras soltaba un grito de espanto, y salió en carrera de la iglesia sin parar de gritar.

Desde ese día, enrojecía y bajaba la cabeza cada vez que se cruzaba con Manuelito, quien, para mortificarla más, le picaba el ojo o le mencionaba palabras “clave” relacionadas con pecados que ella había contado durante la confesión.

Otras de sus diabluras está relacionada con la comunión durante la misa.

En aquellos tiempos, en que se decían las misas en latín y el oficiante daba la espalda a los feligreses, la comunión era impartida sólo por el sacerdote, y en el acto lo ayudaba un monaguillo que bajo la barbilla del comulgante colocaba la patena a guisa de platillo para evitar que, si la hostia se caía, llegara al suelo.

Pues bien, cuando Manuelito era el monaguillo que prestaba ese servicio, sostenía la patena con sus dedos índice y pulgar, y al colocarla bajo la barbilla de las jóvenes extendía el dedo medio y les acariciaba la garganta.

Siendo aún muy joven, Manuelito dejó El Paso y vino a Venezuela, donde aún reside, si es que no ha muerto. Nunca ha vuelto a su pueblo natal.

Cuando todavía vivía mi madre, Manuelito le dispensó una visita en uno de sus esporádicos viajes a Caracas y relató ante ella todas estas travesuras.

Asombrada, mi madre, que no daba crédito a lo que oía, le preguntó que por qué había confesado a la sirvienta, a lo que él respondió que lo hizo para enterarse de lo que en materia de sexo pensaban o hacían las mujeres.

A la pregunta de por qué se comía las hostias, su respuesta fue muy simple: “Porque tenía hambre”.

Y a la pregunta de que si acariciaba la garganta de todas las comulgantes, contestó: “No, qué va; ¡sólo acariciaba a las que me gustaban!”.

***

Alfonso

También fue tormento, principalmente de su padre.

Siendo aún un niño de unos 10 años, sus travesuras fuera de la casa, que iniciaba en las tardes después de almorzar, causaron que un día don Dimas, su padre, desesperado por no saber ya qué hacer con Alfonso, al término del almuerzo lo metiera dentro de un grueso saco, cerrara bien la boca de éste y lo colgara, con Alfonso dentro, de un gancho que había en el techo de la despensa de la casa. Así, se dijo, no podría salir a la calle a hacer diabluras.

Cuando anocheció, estando ya próxima la hora de la cena, don Dimas, decidido a liberar a Alfonso de su prisión colgante, se dirigió a la despensa y por poco se infarta al comprobar que en el colgante saco no estaba ya su hijo,…. sino una buena porción de excremento que éste le dejó como recuerdo.

Don Dimas había olvidado que Alfonso llevaba siempre consigo, al igual que los más de los muchachos de entonces, una navaja plegable.

Cuando tenía 15 años jugaba con un grupo de muchachos de 19 que lo aceptaban porque era muy despabilado.

Entre esos muchachos mayores estaba mi hermano Raúl, y él contaba que una vez que jugaban fútbol en un terreno baldío bastante cercano a la casa en que habitaba Carolina, una muchacha de 18 y no de muy buena reputación, notó que un gran tonel de madera —como las llamadas pipas usadas en las grandes bodegas para guardar vino— que estaba arrinconado por inservible en una esquina del terreno, se movía de forma por demás extraña.

Intrigado dejó de lado el juego, se acercó al tonel, y para su sorpresa comprobó que metidos en su interior estaban Alfonso y Carolina en plena faena sexual.

El recuerdo de ese suceso molestaba mucho a mi hermano, y cuando terminaba de narrarlo decía siempre algo así como:

—¡No jodas! Nosotros, de entre 19 y 20 años, jugando al fútbol como unos pendejos, ¡y Alfonso, de sólo 15, cogiéndose a Carolina! Y lo peor es que eso era lo que todos queríamos hacer, ¡pero no podíamos conseguirlo!

***

Perico

A la edad de 20 años adquirió complejo de Antonio Machín [1], y cuando le daba la veneta [2], que era siempre veraniega, subía a la azotea de su casa y a voz en cuello anunciaba, como lo haría un locutor de radio: «Señoras y señores, ¡a continuación Antonio Machín canta para ustedes “Dos gardenias”!», y acto seguido rompía a cantar la mencionada canción mientras gesticulaba como si estuviera en un concierto en vivo y ante numeroso público.

Las horas que él prefería para sus conciertos eran las de la siesta veraniega, o sea, las de después del almuerzo de los días de verano, tal vez porque entonces no debía prestar ayuda a sus padres. El problema con estos conciertos era para los vecinos, pues cuando ellos recién estaban comenzando a adormitarse, la estentórea voz de Perico los regresaba a la calurosa realidad y los dejaba desvelados.

De nada sirvieron las protestas de estos vecinos ni los sermones que a Perico le daban sus padres, pues a ambos respondía con sonoras carcajadas.

Sin embargo, Doña Bernarda, la vecina más próxima, que era mujer de malas pulgas y de armas tomar, no perdió su tiempo en hacer un educado reclamo a Perico o a sus padres, sino que optó por subir también a la azotea de su casa e insultar a Perico a grito limpio mientras éste estaba absorto en la interpretación de “Madrecita”, “Angelitos negros”, “Mira que eres linda”, u otra de las varias canciones de Machín que entonces estaban de moda, pero en especial “Dos gardenias”, que era su preferida.

Molesto por esas bruscas interrupciones que cercenaban su creatividad artística, Perico, que a esa vecina la llamaba “Bernardí” en son de burla y para enojarla, ideó una cruel venganza.

No sé de dónde, pero consiguió lo que llamábamos un cristel [3], que no era otra cosa que un cilindro metálico (como de unos 10 cm de diámetro y unos 30 cm de largo) provisto de un émbolo que se introducía por uno de sus extremos y se accionaba mediante un mango, mientras que el otro extremo terminaba en un estrecho tubo. O sea, una jeringa gigante pero sin la aguja, y se usaba para succionar líquidos que luego podían expulsarse, lejos y con mucha presión, por el estrecho tubo.

En las más de las casas había un pequeño estanque que recogía las aguas producto del fregadero de las cocinas o de la pileta donde se lavaba la ropa. Si ese estanque no se vaciaba con regularidad, el agua represada en él terminaba corrompiéndose, en su superficie aparecía una espesa costra que se llenaba de gusanos, y despedía un olor putrefacto.

Una tarde de mucho calor, Perico llenó el cristel con el agua pestilente del estanque de su casa, y a la hora de su concierto diario, en vez de subir a su azotea se ubicó cerca de la ventana de Doña Bernarda, a quien suponía haciendo siesta, y comenzó a gritar: “¡Bernardí, Bernardí! ¡Hoy voy a cantarte aquí, cerca de tu ventana, para que me oigas mejor!”. Y después de repetir un par de veces esa terrible amenaza, rompió a cantar.

No había pasado medio minuto cuando en el interior de la casa de Doña Bernarda se escucharon los gritos de ésta insultando a Perico mientras se acercaba a la ventana que abrió de par en par y sacó fuera medio cuerpo para hacerse escuchar mejor. En el momento en que ella mantuvo abierta su boca para sostener la última sílaba del insultante grito de turno, Perico le descargó, en plena cara y a máxima presión, el “perfumado, sabroso y saludable” contenido del cristel.

Ignoro en qué terminó el incidente, pues cuando a los furibundos e insultantes gritos de Doña Bernarda, luego de superado el atragantamiento, salieron a la calle los padres de Perico, yo me retiré prudentemente, pero nunca olvidé aquel drama vecinal de acuosa y perfumada inyección,… que le recordé a Perico todas las veces que lo vi en Venezuela, y todas las veces soltó una sonora carcajada.

***

[1] Tanto mi padre como mi tío-abuelo Juan Sosa detestaban profundamente a Machín, y cuando a oídos de cualquiera de ellos llegaba la plañidera voz de ese cantante exclamaban: “¡Ahí está Joaquín jozando mierda!”.

[2] Veneta.- Decisión generalmente inesperada y a veces alocada. “Le dio la veneta de irse a Venezuela, y se fue”. “Le dio una veneta, y se botó por el barranco”. Palabra del Léxico Pasense que he recopilado

[3] Nombre incorrecto pero usado allá y entonces. Creo que ahora se les llama “bomba manual de vacío”.

[*Otros}– Los Canarios en América / José Antonio Pérez Carrión: Antonio Porlier

El Doctor en teología y jurisprudencia, Antonio Porlier, fue en 1766 fiscal de Indias en la Audiencia de las Charcas, fiscal civil de Lemejer (1775); fiscal del Consejo de Indias y académico de la Historia.

Escribió por encargo de la docta Corporación Española la erudita y bien conocida obra denominada Descubrimiento de las Canarias, que mereció los aplausos de las personas doctas.

Falleció Porlier en Madrid, después de haber colocado muy alto en ambos mundos el nombre de los hijos de las Afortunadas.