Juntos van aquí los siete artículos, con sus comentarios, que con este mismo título fueron publicados por separado en siete entregas marcadas 1/7 a 7/7 entre el 06-Feb-2007 y el 20-Mar-2007, entregas éstas que han sido borradas, según expliqué AQUÍ.
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C A P Í T U L O S
0. Introducción
1. Un hotel fantasma, y AM vs PM
2. Un hotel “tranquilo y bueno”, y Pasajes por partida doble
3. Visa sólo para una entrada, y Mi primer viaje a Australia
4. Mi segundo viaje a “Australia”
5. Mi segundo viaje a “Australia” (Continuación 1)
6. Mi segundo viaje a “Australia” (Continuación 2)
7. El mea culpa de Hyatt
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Carlos M. Padrón
Conocí a Neblina cuando en 1974 IBM de Venezuela, en una operación de centralización de oficinas, mudó a su sede principal —el llamado Edificio IBM, ubicado en Chuao, Caracas— las que operaban en el Centro Capriles, ubicado en Plaza Venezuela, también en Caracas.
En el sótano 1 de ese Edf. IBM, sótano dedicado en su mayor parte a estacionamiento de vehículos, había sin embargo dos pequeñas oficinas, y en una de ellas operaba la filial de una agencia de viajes que se ocupaba de todo lo que en relación a esa actividad necesitáramos los empleados de IBM.
A cargo de tal filial estaba Neblina, a quien llamaré así no tanto por dejar en el anonimato su verdadero nombre o por no hacerle propaganda —pues entiendo que sigue aún en el negocio de los viajes— sino porque la neblina suele ocasionar que los viajeros equivoquen su dirección y no lleguen nunca a su destino. Y hacer que eso ocurriera una y otra vez era, precisamente, la especialidad de Neblina.
La gaveta inferior del ala derecha de su escritorio, una de considerable profundidad porque era la destinada a colocar carpetas colgantes, la tenía Neblina llena de pasaportes. Tal vez reposaban allí porque estaban vencidos y requerían renovación, tal vez porque lo que requerían era renovación de alguna visa, o tal vez porque su dueño había olvidado dónde lo había dejado —que seguramente había sido en manos de Neblina— y lo daba por perdido (Neblina, por supuesto, decía no saber de él), pero es el caso que allí estaban por docenas, amontonados sin orden ni concierto.
Un día salió a la luz que, muchas veces, ante el airado reclamo de alguna de sus víctimas que había descubierto, a veces demasiado tarde, que no tenía reservas de vuelo o de hotel, Neblina juraba y perjuraba que él había hecho todo muy bien, y cuando para querer demostrarlo tomaba el teléfono y formulaba a su vez un aún más airado reclamo a una línea aérea o gerencia de algún hotel,… le hablaba en realidad al vacío porque el teléfono ¡estaba desconectado!.
El por qué —a pesar de lo dicho, y más— mantenían a Neblina en IBM, una empresa que exigía la excelencia en el trabajo, es algo a lo que nunca encontré explicación, a menos que fuera porque Neblina llegaba a niveles de servilismo en todo lo relativo a la alta gerencia, y tal vez ésta gustaba de que le rindieran “culto a la personalidad” y se hacía de la vista gorda ante las barbaridades que Neblina cometía con el resto del personal, barbaridades con cuyo relato podría hacerse un libro de los voluminosos, pues, como escribió mi amigo Leonardo, “Quien habiendo trabajado en la IBM de aquellos tiempos no tenga comentarios sobre las hazañas de Neblina, es porque nunca tuvo que viajar”.
Como ejemplo, siguen cuatro historias “neblinescas”, contadas por sus víctimas. Era típico que, a título de justificación, cuando éstas le formularan los consiguientes reclamos, siempre remataba Neblina con respuestas como las descritas en cada historia, respuestas que acompañaba con su característico tic nervioso consistente en un ligero movimiento lateral y ascendente de su cabeza, como queriendo subirla estirando hacia arriba el cuello, acompañado del recurrir a las mangas de su camisa para, en forma alternativa, pellizcar una a la vez a la altura del codo y tirar de ella hacia arriba como si la manga fuera muy larga. Cabeza, manga izquierda, manga derecha; cabeza, manga izquierda, manga derecha,….
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06 Febrero, 2007
Un hotel fantasma
Víctima: Alberto L.
Con motivo de una reunión que teníamos en New York inmediatamente después de Semana Santa, programé con Neblina aprovechar de irme antes a Las Vegas. Según él, todo lo mío lo tenía ya confirmado: boletos aéreos, conexiones de vuelos, hoteles y carro de alquiler.
Todo empezó bien en Maiquetía, y siguió bien en Dallas donde hice la conexión a Las Vegas. Al llegar al aeropuerto de Las Vegas recogí las maletas y pregunté dónde quedaba el counter de atención del Hotel MGM donde, supuestamente y según Neblina, tenia mi habitación reservada con carro incluido. Cuál no fue mi sorpresa cuando me informaron de que ese hotel se había quemado hacía aproximadamente unos dos años. Y ahí empezó mi calvario ya que no tenía hotel y, para empeorar las cosas, como era temporada alta se haría muy difícil conseguirlo.
Después de estar como unas tres horas varado en el aeropuerto me consiguieron por fin cupo en un hotel.
Por supuesto, cuando le comenté a Neblina lo que me había pasado contestó, como siempre contestaba, con una respuesta muy propia de él: “Pero bueno, ¡llegaste y disfrutaste, ¿no?!”.
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AM vs PM
Víctima: Francisco L.
Yo tenía que ir a Italia a tomar un curso, y Neblina, como siempre, me preparó todo lo relacionado a pasajes, alojamiento, etc.
Cuando me entregó el billete del pasaje aéreo me leyó en voz alta el itinerario y luego me dijo:
—Como ves, llegarás a Madrid a las 8:55am y saldrás a las 10:55am, sólo dos horas, etc.
Y luego me preguntó:
—¿Todo bien?
—Perfecto—, le respondí,… sin haber leído antes el billete.
Llegué a Madrid justo como Neblina me había indicado y enseguida me fui a averiguar dónde estaba la puerta de abordaje del próximo vuelo, a fin de llegar a ella antes de las 10:55am. Pero cuando pregunté en información me dijeron que mi próximo vuelo saldría a las 10:55, tal y como me dijo Neblina, pero de la noche, o sea, a las 10:55pm (22:55).
Por mala suerte, yo no tenía visa para España, y el único restaurante que entonces había en el aeropuerto de Barajas estaba en remodelación, por tanto estuve sin comer hasta las 8:30pm, hora en que apareció una señora vendiendo bocadillos, de ésos que hacen con el pan durísimo y una laminita transparente de jamón.
De más está decir que me comí dos, uno tras otro, y sin ninguna bebida que me ayudara a tragarlos.
Comentarios
Comment from Alberto López [Visitor]
Time 06/02/2007
Como dice Carlos este “Neblina” era todo un personaje y el que no se recuerde y sepa quien es, o no trabajo en IBM y/o nunca viajo.
Conmigo sucedieron muchísimas situaciones por culpa de el, hasta el punto que llego el momento que me harte y solicite a la Gerencia que lo relativo a mis viajes no fuesen solicitados a la Agencia para la que trabajaba “Neblina”, y gracias a Dios me aceptaron mi posición.
Recuerden que “Neblina” fue la persona que “accidentó”, “desapareció”, “chocó” y tuvo el tupe de decir “se murió” a los motorizados que trabajaban para él ésa era una de sus típicas respuestas del porqué las cosas no se hicieron bien o a tiempo.
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Comment from Alberto Lema [Visitor]
Time 19/02/2007
No sean tan “imparciales” con el amigo Neblina, que el también nos sacaba los “papeles” de una u otra forma…sin colas; eso sí, con su módica tarifa. Pero fue una escuela para el surgimiento de otros “gestores ad-hoc” que logaron no superarlo, pero al menos replicarlo. Para muestra, Tacoa.
Con los pasajes y reservas internacionales tuve suerte. Con las locales era un mago creador de “localizadores”. Creo que hasta alguno lo pegó. Pero creo que su objetivo era probarnos a ver si podíamos hacer lo imposible montándonos en un avión sin tener cupo o llegando a un hotel sin tener reserva confirmada, ¡¡¡y casi siempre lo logramos!!! Lo que pasa es que conocía demasiado el desorden local en todo, no así el internacional.
La última que me hizo fue lo imposible: renovarme un pasaporte de los viejos, más allá de lo permitido por la ONIDEX. ¡¡¡Lo peor es que funcionó!!! Pero así es el increíble Neblina, queridísimo travel man. Lo vi hacer una vez un manejo de fecha pasaje, que fue alo fuera de este mundo, ¡¡era un hacker de los pasajes!!
Lástima que no me acuerde de alguna de sus hazañas en las que le salió el tiro por la culata, como una con uno de “los chivos”, sobre todo un uruguayo y su esposa, que de vaina no fue el caso que lo sacó.
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13 Febrero, 2007
Un hotel “tranquilo y bueno”
Víctima: Leonardo M.
A Neblina no había que pedirle que te organizara nada, y menos con tiempo, porque te armaba unos líos tremendos, pero si lo llamabas y le decías: “Tengo que salir ya para….”, su respuesta era siempre: “Camino al aeropuerto, pasa por aquí a recoger el billete”.
Una vez me armó una buena.
Resulta que por una emergencia en Santo Domingo tenía yo que salir de urgencia. El primer vuelo que Neblina me consiguió era esa misma noche, y con escala en Puerto Rico para pasar allí la noche y, a las 07:30 de la mañana siguiente, tomar otro vuelo de San Juan a Santo Domingo. Todo organizado, billetes y hotel. Cuando fui a recoger la documentación, Neblina me dijo: “Parece que en San Juan hay alguna convención y el hotel no es de los recomendados por IBM, pero tranquilo que es un buen hotel”.
El vuelo, que tenía que salir en la tarde desde Maiquetía, salió con bastante retraso, así que llegué a San Juan como a las 2 de la madrugada. Salí del aeropuerto, tomé un taxi y le dije al taxista que me llevara al hotel, del cual le di nombre y dirección. Me pareció raro que el taxista me preguntara si yo estaba seguro de que quería ir a ese hotel, pero al final me llevó y me dejó en un sitio un poco apartado. El hotel no era muy grande; había mucha gente pero no le hice mucho caso ya que mi preocupación era que tenía que madrugar para estar a las 6:00am en el aeropuerto.
La habitación no tenia nada de especial. Muchos espejos y luces raras, pero como a mí lo que me importaba era dormir, no le di mayor importancia a esos detalles.
No llevaba ni media hora acostado cuando me tocaron a la puerta y dijeron: “¡Es la hora!”. Me senté en la cama en un sobresalto, despierto totalmente, miré el reloj y vi que eran las 3:00am. Abrí la puerta, noté que en el pasillo había mucha gente, una cantidad inusual para esa hora, pero no vi al que me había despertado.
Volví a la cama y volví a dormirme, y de nuevo me tocaron a la puerta y una voz dijo: “¡Es la media!”. Miré el reloj y eran las 3:30am. Me levanté, corrí hasta la puerta y la abrí, pero allí no había nadie.
Ya la cosa me estaba tocando las narices, así que me mantuve despierto, y justo a las 4:00am estaba yo, alerta, pegado detrás de la puerta. Apenas oí que tocaron en ella la abrí, sorprendí al hdp que se la pasaba en eso, y le dije de todo.
Cuando, después de mi sorpresivo ataque verbal, el tipo pudo hablar, me dijo: “Perdone, señor, pero es que esto es un burdel, y tengo que hacer la ronda y avisar cada media hora”. Le dije que yo estaba solo, que lo que necesitaba era dormir, que me dejara tranquilo y que, por favor, que a las 5:30am sí me despertara de verdad.
A la mañana siguiente me di cuenta de que aquello de hotel no tenía nada: era una vulgar casa de citas que en el cajón de la mesilla de noche tenía, en lugar de la Biblia, preservativos. En el hall quedaba alguna que otra mujer que se ve que no había hecho todavía su cuota, pero, cuando al regreso le hice a Neblina el consiguiente reclamo, su respuesta fue: “Pero al final dormiste, ¿no?”
Por contar de Neblina tendría muchas otras historias de horror, como no tener reservado carro en el aeropuerto al que yo llegaba, o tenerlo reservado en otro aeropuerto diferente; haberme emitido billetes para conexión con vuelos inexistentes; darme conexiones de enlace de dos horas de espera entre NY-Kennedy y Newark (NJ),… aeropuertos que quedan bastante cerca el uno del otro, prácticamente “a la vuelta de la esquina”, etc.
Cada vez que uno iniciaba un viaje preparado por Neblina nunca sabía qué sorpresa podía esperar.
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Pasajes por partida doble
Víctima: A. López.
Allá por julio de 1987, a última hora —como siempre— de un jueves en la noche decidieron en IBM que el domingo a más tardar debía estar yo en Acapulco asistiendo y dándole soporte a IBM de México en la Convención de Canales de Comercialización de aquel año.
Por supuesto, al día siguiente caí en manos de Neblina, porque así lo dispusieron arriba, para que él arreglara todo lo concerniente a mi viaje —el cual sería el sábado a las 06:30am con Aeropostal vía Ciudad de México con trasbordo para Acapulco— en compañía de un vendedor de Canales cuyo nombre no recuerdo en este momento.
Tarde, como siempre, a eso de las 10:00pm (22:00) del día viernes nos entregó Neblina los dos pasajes y las dos tarjetas de entrada a México, y a esa hora salí yo para mi casa a hacer las maletas y descansar un poco, ya que teníamos que estar en el aeropuerto, como muy tarde, entre las 04:30 y 05:00am, o sea, de la madrugada. Así que quedé con mi compañero de viaje en encontrarnos a esa hora en el aeropuerto, y en que yo llevaría los pasajes y papeles de viaje de ambos.
El sábado a las 05:00 de la mañana llegué al counter de Aeropostal y allí estaba ya mi compañero de viaje, de primero en la cola para cuando abrieran. Como a los 15 minutos abrieron las operaciones y procedimos al chequeo de pasajes y pasaportes. Yo entregué la documentación, y apenas mirarla el empleado me dijo:
—Sr. López, discúlpeme pero éste no es su pasaje ya que tiene otro nombre.
—¡Oh, sorpresa!—, me digo para mis adentros. Y al del counter le dije:
—Lo que pasa es que los billetes de pasaje están intercambiados con mi compañero de viaje.
—Perdón, Sr. López, pero el boleto de su compañero está correcto
—¡¡¡¿Cóooomo?!!!—, exclamé con cara de tonto y asombro.
Pues sí, resultó que el Sr. Neblina había elaborado los dos pasajes a nombre de mi compañero.
A esa hora, y así de repente, uno no sabe cómo reaccionar: si matar al del counter, a Neblina o a otra persona,…
Al calmarme y caer en cuenta de que las únicas opciones eran comprar un boleto nuevo o quedarme en tierra, por supuesto, decidí comprar, con mi tarjeta de crédito, un boleto nuevo para así poder viajar. Lo malo de esto era que en cada ciudad que fuera yo tocando debía hacer lo mismo.
Pero así tuve que hacerlo a pesar de todos los inconvenientes que ello me acarreó ya que, al no tener cupo confirmado, resultaba un poco difícil conseguirlo en los vuelos pautados. Pero lo logré y pude asistir a la reunión.
Lo bueno fue al regreso, ya que, estando ya hasta el gorro de Neblina y de todos los desastres e inconvenientes que le hacia pasar a uno, expuse oficialmente mi queja, y hasta demostré que el total de los boletos comprados por mi persona era casi 50 dólares menos que lo facturado por Neblina. Pero cuál no sería mi sorpresa cuando me informaron que el culpable había sido yo porque no procedí a la revisión de los boletos. ¿Qué tal?.
Fue tal la arrechera (cabreo) que cogí que desde aquel momento nunca mas permití que un viaje mío fuera tramitado por Neblina.
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Hasta aquí, cuatro relatos de muestra que otros IBMistas me han enviado sobre las “gratas” experiencias que viajar con Neblina les deparó.
En las próximas entregas, los relatos de mis propias experiencias en viajes “organizados” por ese individuo quien, además de las mañas ya citadas, tenía la de inventarse un localizador, que tranquilamente dictaba por teléfono a un viajero escaso de tiempo, o escribía de su puño y letra en el billete aéreo, frente al viajero y mientras simulaba una llamada telefónica a la línea aérea correspondiente, todo con tal de convencer a sus confiados clientes de que sí tenían una reserva de vuelo u hotel que Neblina, por supuesto, nunca había hecho.
Comentarios
Comment from La Catira 7 [Visitor]
Time 17/02/2007
¡¡¡Como me he reído!!! La pena es que a los pobres implicados no les haría ni pizca de gracia en su momento , como así comentan, pero están buenísimas las historias y lo más gracioso es la coletilla que siempre el dichoso Neblina dice: «Pero dormiste, ¿no? Pero llegaste, ¿no? …..como si con él no fuese nada y no tuviese nada que en ver en ello; tú a conformarte y aquí paz y en el cielo gloria. ¡Menudo personaje!
Así que lo siento por los pobres viajeros y lo que tuvieron que pasar, pero hoy por hoy me he reído tanto o más que con el mejor chiste, además en la forma en que están narradas parece que lo estás viviendo. Espero con ansias las tuyas. Un abrazo
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Comment from Carlos M. Padrón [Member]
Time 18/02/2007
Catira, si quieres te pongo en contacto con él para que te “organice” tu próximo viaje.
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20 Febrero, 2007
Visa sólo para una entrada
Víctima: Carlos M. Padrón
1971 fue mi primer año como vendedor en IBM, y superé lo suficiente mi cuota de ventas que me gané el premio de Rookie of the Year (= Novato del Año) por Venezuela y, con él, el derecho no sólo de asistir en calidad de a la Convención HPC (Hundred Percent Club, o Club del 100%, reservado a quienes habían logrado el 100% de sus cuotas de ventas) a celebrarse en Miami en los primeros meses de 1972, sino a asistir también a otra convención especial, e igualmente de premio, que tendría lugar en Nassau (Bahamas) antes de la de Miami.
Para este viaje caí, por primera vez, en manos de Neblina.
Mi itinerario hasta Nassau pasaba por una breve escala en Miami. Llegué a Nassau sin problemas, pero cuando quise volar de regreso a Miami para la otra convención, la del HPC, me dijeron que no podía porque no tenía visa para entrar a USA, pues para ese viaje mío Neblina me había sacado una extraña visa que sólo me permitía una entrada a USA, y tal entrada ya la había yo efectuado cuando en el viaje desde Caracas a Nassau había hecho escala en Miami.
Los IBMistas a cargo de la convención en Nassau se movieron a millón con el Consulado USA de esa ciudad, y, por tratarse de IBM, ese consulado me extendió en tiempo record otra visa para entrar a USA.
Curado en salud por esta mala primera experiencia y por las de otros IBMistas, como las ya narradas, yo, que suelo escarmentar en cabeza ajena, evitaba a toda costa viajar con Neblina. Por esto, Ramón —un tipo de mucha chispa que era por todos conocido por el apodo de Tacoa, y quien le servía de motorizado a Neblina, aunque no comulgaba con las tracalerías de éste— me lanzaba tantas indirectas al respecto, dándome a entender que Neblina estaba molesto con mi decisión, que un día le dije: “Es que no quiero viajar con Fray Junípero”. Tacoa por poco se orina de la risa.
Fue una declaración que me salió por descuido y que tuvo su origen en que, aunque soy totalmente analfabeto en materia de tiras cómicas, una vez vi una titulada “Fray Junípero” y concluí que el protagonista era idéntico a Neblina vestido con sayal de fraile. Por lo visto, Tacoa consideró que el símil era válido.
Sin embargo, y para desgracia de Neblina, volví a viajar con él, y aquí van mis relatos de tales viajes.
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Mi primer viaje a Australia
Víctima: Carlos M. Padrón
Un día de 1990, siendo yo gerente del IBM IICF-LA (IBM International Industry Center for Finance – Latin America, o Centro de Soporte Internacional de IBM para la Industria Financiera de América Latina), me asignaron como asistente administrativo a una dama de nombre Cristina. Ella, por haber trabajado mucho en la organización de convenciones IBM, como el HPC, conocía muy bien el modus operandi de Neblina y por ello lo detestaba sin tapujo alguno, pero tal parece que le encargaba a él los arreglos de viajes para darse el gusto de fiscalizarlo y tenerlo amarrado bien corto, lo cual a Neblina le molestaba a rabiar.
Por asuntos del negocio tuve que ir a Sydney (Australia) a finales de noviembre de 1990, y Cristina, controlando bien de cerca a Neblina, de quien no se fiaba ni un pelo, se encargó de todo; yo me limité a indicarle fechas y preferencias de vuelo, y a entregarle mi pasaporte, y ella me devolvió todo en regla, por lo que fui y vine sin problema alguno.
Ya para esa fecha, y habiendo viajado por años, tenía yo tarjeta Platinum del Clipper Club de PanAmerican (línea aérea que desaparecería en 1991) y del A&Advantage de American Airlines (AA), y más de 300.000 millas acumuladas como viajero frecuente de AA, línea en la que con frecuencia me daban un upgrade de turística a business class o a primera, aparte de que cada vez eran más los casos en que alguien de la tripulación de cabina me llamaba por mi nombre a la usanza “usana”: Mr. Padrón, pues podría decirse que si bien viajé bastante desde poco después de haber entrado a IBM, desde diciembre de 1984 y hasta inicios de 1996 viví montado en un avión.
Usando mis millas aproveché para complementar ese viaje a Australia y dar la vuelta al mundo.
Hice Caracas-Miami-Los Ángeles el 28/11, y me quedé esa noche en Los Ángeles. Al día siguiente, Los Ángeles-Seattle-Tokyo-Bangkok.
En Bangkok estuve tres días intercambiando opiniones, haciendo planes y coordinando estrategias con Will L., mi contraparte del IICF-Asia/Pacífico, quien me deleitó con varios tours por la ciudad; con demostraciones de cómo hasta en los hoteles lujosos ofrecían “damas de compañía” —ya que las tailandesas consideran que un hombre no debe estar jamás sin la compañía de una mujer—; y con compras, a precio de ganga, de ropa, hecha a la medida, con seda tailandesa.
Recuerdo haber comprado un traje y varias camisas, que fui a recoger, muy escaso de tiempo, a última hora de la tarde del día anterior a mi salida del vuelo para Sydney. Por las prisas, no conté las camisas y olvidé una en la sastrería.
El 03/12 volé de Bangkok a Sydney, y al deshacer mi equipaje en el hotel Manly Pacific, en el que me alojé en esa ciudad, eché en falta la tal camisa cuando abrí el paquete en que el sastre me las había dado.
Al día siguiente, y a través de Office Vision, la intranet que para entonces usábamos en IBM, le mandé un mensaje a Will informándole del olvido de la camisa. Me contestó que no me preocupara, que él se haría cargo.
Y vaya que sí se hizo, pues al día siguiente, estando yo descansando en la habitación del hotel al final de un día de largas y numerosas reuniones, tocaron a la puerta de mi habitación. Abrí y me encontré frente a una damita oriental que, muy sonreída, me extendió un paquete acompañado de una parrafada, en extraño pero cantarín inglés, de la que sólo creí entender ‘Will’.
Al notar que no lograba hacerse comprender debidamente, la damita insistió en entrar a mi habitación, lo cual me preocupó porque no quería meterme en problemas con el hotel. Pero ella, consciente de eso, dijo, y acompañó por señas, que no habría problema en cerrar la puerta, y así lo hizo.
Una vez adentro, la damita, que resultó ser una tailandesa aeromoza de no recuerdo qué línea, procedió a abrir el paquete y, con gesto triunfal y una sonrisa que ocupó toda su diminuta cara, me mostró la camisa que yo había dejado olvidada en Bangkok.
Acto seguido, y luego de que yo le diera las gracias, comenzó a caminar hacia atrás, rumbo a la puerta, mientras con las manos unidas por las palmas me hacía, una tras otras, múltiples reverencias acompañadas de algo dicho en su idioma.
Mientras me duró, le dispensé a esa camisa un trato muy especial.
A las 5:30pm (17:30) del 08/12 volé Sydney-Bangkok-Londres, a donde llegué el 09/12 muy temprano. Al mediodía volé Londres-Madrid, hice noche en un hotel del aeropuerto de Barajas, y el 10/12 temprano volé Madrid-Tenerife Norte.
Entre Tenerife y La Palma estuve una semana, y el 17/12 volé desde Tenerife Sur a Maiquetía, completando así la vuelta al mundo.
Comentarios
Comment from Catira 7 [Visitor]
Time 23/02/2007
¡¡Qué envidia sana que me das!! Con Neblina o sin Neblina puedes decir que le diste la vuelta al mundo y has visto países y paisajes maravillosos. Eso que te queda para contar a tus “sobrinos” y para deleitarnos a todos con tus anécdotas. Muchos no hemos tenido esa suerte, aunque tú te lo curraste, ya sé que era por trabajo pero entre col y col….
Un beso.
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Comment from Alberto López [Visitor]
Time 23/02/2007t
QUE CONSTE EL AMIGO RAMÓN “TACOA” ES EL ÚNICO MOTORIZADO QUE HE CONOCIDO EN ESTA VIDA QUE NO USABA MOTO (POR LO CUAL FUE EL ÚNICO QUE SOBREVIVIÓ A LOS ACCIDENTES QUE INVENTABA “NEBLINA”, Y ERA DE RECONOCER QUE TODO LO QUE SE LE ENCARGABA LO HACÍA BIEN Y EN TIEMPO.
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Comment from Carlos M. Padrón [Member]
Time 23/02/2007t
Alberto, de acuerdo contigo en cuanto a Tacoa. Además, era —y espero que siga siendo, aunque hace mucho que no lo veo—, listo y responsable, y sospecho que, gracias a su gran sentido del humor, pudo sobrellevar las perrerías que le hacía Neblina, y hasta reírse de ella.
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Comment from Alberto Lema [Visitor]
Time 03/03/2007
Estimados Carlos y Alberto, amigos y compañeros de travesía en IBM: Con y sin Neblina, les informo que Tacoa (RG), ”mensajero, sin moto propia”, sigue en lo suyo un poco mas viejo, pero seguro, con su sonrisa amplia y aquilatada, de vez en cuando aún le solicito algún trabajo para sacar documentos públicos, etc., o cuando pasa por la oficina, cual cartero de IPOSTEL, sin fecha ni horario, pero sigue siendo un tigre en el aspecto del cobro especulativo de honorarios… (lo aprendió de Neblina, según sus propias palabras!).
Pero voy al punto, ese hombre era ayudante de un señor técnico de la sala de máquinas del aire acondicionado en IBM (un señor mayor y castizo .de cara siempre roja y cigarro en boca). Al parecer Tacoa como parte del día se la pasaba escondido, dormido o persiguiendo a las muchachas de la limpieza, eso me lo contó él mismo. Con tanto ocio sin nada que hacer, empezó haciéndole los “mandados al banco, etc.” a Neblina, y luego expandió el servicio a los empleados, etc., lo cual le proveía más y mejores ingresos, y pronto abandonó su “beca” y pasó al negocio de los “servicios profesionales”, ¡así mismo!…
En otra instancia les comentaré lo que este personaje secundario de la historia, logró a fuerza de sus suelas y empeño (como hijas graduadas, inversiones…) y su folclórica forma de hablar y expresarse rindiendo honor a su famosa dentadura, la cual le valió el sobrenombre de Tacoa, según entiendo.
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27 Febrero, 2007
Mi segundo viaje a “Australia”
Víctima: Carlos M. Padrón
A comienzos de diciembre de 1991 tenía yo que asistir en Sydney a la segunda edición de la misma reunión habida en esa ciudad en 1990, pero esta vez con la diferencia de que mi presencia era clave porque en esa reunión se trataría sobre el desarrollo de una aplicación bancaria que supuestamente reemplazaría a la aplicación llamada SAFE, instalada ya en 54 países, que en 1973 había sido desarrollada en Venezuela basándose en el Paquete en línea para Bancos hecho en 1963 por el genial Fernando Lacoste.
Pero en diciembre de 1991 ya Cristina no estaba conmigo; su posición la ocupaba ahora la por todos querida y muy recordada MEU (le puse esa especie de nickname formado por las siglas de su verdadero nombre), por lo que fue ella quien se encargó de hacer los trámites con la agencia de viajes de Neblina.
El 06/12 viajé sin problemas a San Francisco llevándome conmigo a Elena, mi hija menor —cuyo pasaje pagué con mis millas—, para que viera a su hermana Alicia, mi hija mayor, que estaba en Palo Alto con su esposo —quien cursaba un postgrado en la Universidad de Stanford— pues Elena no había visto a Alicia desde el pasado agosto, cuando ésta, pocos días después de casarse, se había ido con su esposo a Palo Alto.
Hicimos Caracas-Miami-San Francisco, donde llegamos a las 5:57pm (17:57). Después de reunirnos todos y pasar un buen rato, me despedí de mis dos hijas y mi yerno y me fui a dormir al hotel Marriott del aeropuerto de San Francisco para continuar al día siguiente mi viaje a Australia,
A las 08:00am del 07/12 despegó de San Francisco mi vuelo (business class) hacia Honolulú, a cuyo aeropuerto llegué a las 11:38am, y como en Honololú disponía apenas de un par de horas para abordar el vuelo hacia Sydney, me presenté de inmediato en el counter de AA para hacer el ckeck-in.
El empleado de AA revisó mis documentos y, con cara muy seria, me dijo:
—Sr. Padrón, para ir a Sydney necesita usted una visa que NO tiene.
—¿¡Quéee!?—, le contesté bastante molesto. —¡Fui a Sydney el año pasado y no recuerdo haber tramitado visa alguna!.
Poniendo expresión de impaciencia mal contenida el tipo abrió mi pasaporte y, sin decir palabra, lo volvió hacia mí y posó su dedo acusador sobre la visa que Cristina se había encargado de gestionarme, vía Neblina, para mi anterior viaje a Australia, en 1990.
De golpe se me hizo claro qué había pasado: a diferencia de Cristina, MEU no tenía ni la experiencia en asuntos de viajes ni la de haber visto en vivo y en directo las trácalas de Neblina, y se fió de él. Y Neblina, dejado a su albedrío, había hecho una de las suyas.
Avergonzado y arrecho le pregunté al de AA qué podía yo hacer. Me respondió que sería irme a la playa y esperar hasta el martes ya que la Embajada australiana no abriría el lunes porque era feriado en Australia.
Como si yo esperaba al martes y tenía éxito en la obtención de la visa —cosa poco probable— tendría que volar el miércoles para llegar a Sydney ese mismo día en la tarde, descarté esa opción porque la reunión que yo debería atender terminaba precisamente el miércoles en la tarde.
Al caer en cuenta de esto debo haber puesto una cara muy fea, porque el tipo de AA, aún sin yo haber abierto más mi boca, me sugirió que me tranquilizara. Le respondí que me era difícil porque me molestaba mucho haber viajado hasta allí para descubrir que no podría llegar a mi reunión.
Cuando entendió, aunque tal vez no justificó, mi arrechera, reparó en mi tarjeta Platinum de A&Advantage y, a modo de disculpa por su tono anterior, me dijo:
—Lo siento mucho, Sr. Padrón, ¿qué puedo hacer por usted?.
—¡Mándeme de vuelta a San Francisco ahora mismo!—, fue mi respuesta inmediata.
El tipo llamó a la gerente, le expuso el caso, y ésta me dijo que yo podría volver a San Francisco en el mismo avión en que había venido, pero que tendría que comprar un pasaje de primera clase porque era el único disponible. Le contesté que estaba bien, pero que me consiguiera también vuelo de regreso a Caracas. Le entregué mi tarjeta de crédito, me tramitaron todo, y, en cuanto llamaron para abordar, fui el primero en subir al avión apenas una hora y media después de haberme bajado de él.
Aún recuerdo la expresión en la cara de la aeromoza de business —la misma del vuelo de venida— cuando me vio entrar. La pobre no pudo contenerse y exclamó:
—Mr Padrón, what a hell are you doing here!?—, y enseguida enrojeció porque, en cristiano, me había dicho: “Sr. Padrón, ¿¡qué carajo hace usted aquí!?”.
Le dije que no se preocupara porque su reacción estaba más que justificada, y entonces le eché el cuento completo,… que tuve que repetir cuando la asombrada aeromoza llamó a dos compañeras suyas, que atendían primera clase, para que oyeran “tan increíble historia”.
—¡Dios mío! De verdad me imagino lo mal que debe sentirse. Venga conmigo, por favor, que usted necesita hoy un trato especial—, fue el comentario al final de mi narración, de una de las aeromozas de primera.
Me ubicó en mi asiento de primera, me preguntó si quería lo mismo que pedí en el viaje de venida (Campari con jugo de naranja que, sorpresivamente, ellos tenían; obviamente, la aeromoza de business class le había contado sobre mis preferencias), y desde ahí hasta San Francisco se lo pasó ofreciéndome lo mismo, u otro trago que yo quisiera, cada vez que veía que había llegado a su fin el anterior. Así, con los tragos y la esmerada atención de la eromoza que me los servía mitigué mi gran arrechera,y terminé tomando una de las pastillas para dormir que siempre llevaba conmigo cuando iba de viaje. La aeromoza me despertó poco antes de aterrizar en San Francisco.
Lo primero que hice en el aeropuerto de Frisco fue alquilar carro y tratar de conseguir hotel. Conseguí y reservé habitación en el Hyatt Palo Alto, y, con el equipaje en el carro alquilado, me fui a dar con mis hijas.
Cuando me vieron entrar, por poco les da un infarto. Después de las explicaciones del caso, salimos a dar un paseo, y lo pasamos muy bien. Aeso de as 12 de la noche, me fui al Hyatt Palo Alto, que resultó ser un hotel pequeño y bastante viejo. “Con razón —pensé—, es el único de ‘marca’ conocida en el que pude conseguir habitación por esos lados”.
A la mañana siguiente salí muy temprano del hotel para hacer con mis hijas un tour a sitios un tanto alejados del centro de Palo Alto.
Comentarios
Comment from Manfred Sobottka [Visitor]
Time 01/03/2007t
Si uno está leyendo de tu viaje malogrado, automáticamente sufre contigo, aunque ya pasó hace mucho tiempo. Esto nos enseña que nunca confíes en una mujer (aunque sea tu secretaria). Yo personalmente controlaba mis viajes con respecto a fechas, vuelos y visas, siempre yo mismito.
Este consejo viene 16 años demasiado tarde.
Un gran saludo,
Manfred
***
Comment from Carlos M. Padrón [Member]
Time 01/03/2007
Gracias, Manfred, por tu solidario sufrimiento.
Para tu “paz espiritual” te digo que a partir de esa traumática experiencia hice lo que me aconsejas: revisé yo mismito todos los detalles, y me aseguré de que estuvieran listos OK con la debida antelación.
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Comment from Eduardo García [Visitor]
Time 31/03/2007
Creo que estas experiencias le suceden a ciertas y determinadas personas que se las saben todas, pero estoy seguro de que no volverá a tener un mal rato como ése. ¡¡¡La experiencia hace la diferencia!!!
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6 Marzo, 2007
Mi segundo viaje a “Australia” (Continuación 1)
Víctima y victimario: Carlos M. Padrón
Pasadas las 11 de la noche me despedí de mis hijas y me fui al Hyatt Palo Alto, y apenas acercarme a él me extrañó no ver ningún carro en el estacionamiento, que era el área alrededor del edificio. Mi extrañeza llegó a límites preocupantes cuando en la entrada del estacionamiento encontré una cadena que me impedía el paso. Toqué corneta (claxon) varias veces, y al rato vino hasta mí un individuo con uniforme de guardia de seguridad y cara de pocos amigos —valga la redundancia— que, de forma bastante brusca, me preguntó qué quería:
—Quiero entrar en mi habitación.
—Imposible. El hotel está cerrado.
—¿Qué quiere decir con que está cerrado?.
—Que fue clausurado hoy al mediodía.
—¿¡Como que clausurado!? ¿Y dónde está mi equipaje?
—No hay equipajes en el hotel. Todos los huéspedes salieron esta mañana llevándose sus equipajes, y el hotel fue clausurado.
—Pues lo siento, pero esta mañana dejé mi equipaje en este hotel y lo necesito ya. Necesito entrar.
—No puede entrar. El hotel ha sido clausurado.
Tal vez porque ambos fuimos alzando progresivamente la voz, de pronto salió del hotel y vino hacia nosotros un individuo que dijo ser el gerente de Hyatt a cargo de la tal clausura, y preguntó qué pasaba. Cuando le repetí lo que ya le había dicho al guardia, el gerente, en tono más amable, me dijo que yo estaba equivocado porque, insistió, el hotel había sido totalmente vaciado, y los pocos huéspedes que quedaban habían retirado sus equipajes y entregado las llaves esa mañana al momento de irse.
Ante esto saqué de mi bolsillo la llave de mi habitación y balanceándola frente a su cara le pregunté:
—¡Conque todas las llaves fueron entregadas, ¿eh?!
Poniendo expresión de asombro, el gerente, con un rápido gesto de su mano quiso arrebatarme la llave, pero yo, que me temía algo así, fui más rápido y la guardé de nuevo en mi bolsillo. La cara que luego puso aquel hombre me dijo que había caído en cuenta de que tenía problemas, y, de ser esto cierto, su próxima pregunta, inspirada seguramente en su fracaso por hacerse con mi llave, los aumentó:
—Bien, si es cierto lo que usted dice, ¿por qué no me lleva a ver su supuesta habitación?.
—Follow me! (¡Sígame!)—, fue mi respuesta inmediata.
Se me hizo claro que el tipo supuso que yo NO era huésped del hotel y que, por tanto, no sabría llegar sin titubeos hasta mi habitación, pero, pasando por encima de la cadena, me fui directamente hasta la recepción, seguido de cerca por el gerente y el guardia, bajé una escalera hasta el nivel inmediato inferior, y eché a caminar muy deprisa por el largo pasillo, cuidando de usar sólo el rabillo del ojo para leer los números de las habitaciones por las que íbamos pasando. Y al llegar frente a la 124, que era la mía, sin titubeo alguno introduje la llave en la cerradura, abrí de par en par la puerta y, desde afuera, señalé hacia la cama, claramente visible desde el pasillo, y volviéndome hacia el gerente le dije:
—Eso que está sobre la cama es parte de mi ropa. Y aquella maleta de color negro, cuya combinación puedo darle si usted quiere, es mi maleta.
Incrédulo, el guardia, que estaba detrás del gerente, se adelantó dos pasos, miró hacia el interior de la habitación y, al comprobar que dentro estaba lo que yo había mencionado, dio media vuelta y se alejó casi corriendo; había presentido problemas y no quería participar más de aquel lío. El gerente, por su parte, se puso rígido como una estatua; enrojeció primero y después palideció. Luego, tartamudeando, sin atreverse a mirarme de frente y frotándose nerviosamente las manos, balbuceó:
—Pero, ¡esto no puede ser! ¡A mí se me dijo que el hotel había quedado vacío! ¡Que a todos los huéspedes se les había informado, al momento del chek-in, sobre la fecha y o hora límites!.
—Pues a mí nadie me dijo nada y, como usted ha comprobado, el hotel ni está vació ni acepto que esté clausurado para mí, pues tengo que dormir unas horas porque debo volar mañana temprano.
—Pero, señor, usted no entiende: el hotel está legalmente clausurado, y legalmente no puedo permitir que nadie duerma aquí.
“Legalmente”, tal vez la palabra más manoseada en USA, me dio una idea, y echando mano de mi carnet de empelado IBM, que en aquellos tiempos obraba milagros en casi todas las áreas sociales de ese país, se lo puse al gerente frente a su cara mientras le decía que el hotel por él representado en el trance que nos ocupaba podría tener otros problemas legales diferentes a los por él mencionados. Por poco se desmaya, y casi en tono de súplica me pidió:
—Por favor, señor, recoja usted su equipaje mientras yo voy a recepción a tratar de conseguirle hotel para que duerma esta noche. Cuando esté listo, llámeme para que le ayudemos a llevar su equipaje hasta su carro.
—Está bien, pero tenga en cuenta que no aceptaré ni un hotel de menor nivel que éste, ni un pago mayor al que habría tenido que hacer aquí—, fue mi respuesta.
—Veré qué puedo hacer—, me dijo y se fue casi en carrera.
Cuando terminé con mi equipaje, lo llevé yo mismo —botones y camareros no son especies de mi devoción—, aunque al final tuve que aceptar que me lo llevaran hasta el carro porque, legalmente —eso me dijeron—, no podían sacar la cadena para que yo pudiera llegar con el carro hasta la puerta del hotel.
Al pasar por la recepción, el gerente me dio, escrita y sellada, una orden para el Hotel Hyatt Rickeys, y las instrucciones para llegar a él.
Creo que ambos, gerente y guardia, respiraron aliviados cuando, pasadas las 12 de la noche, me fui en busca del nuevo hotel,… y por el camino iba yo tramando ya cómo obtendría provecho de aquel desagradable inconveniente hotelero.
Apenas llegar al Hyatt Rickeys —muchísimo mejor que el Hyatt Palo Alto— me apresuré a meterme en la cama para ver de dormir algo, pero no sin antes pedir que me despertaran a las 4:15am; así lo hicieron. Antes de dejar mi habitación tomé la revista promocional de la cadena Hyatt, pues contenía datos clave para mi plan de sacar provecho del problema con el Hyatt Palo Alto.
A las 6:00am, después de haber devuelto en Hertz del aeropuerto de San Francisco mi carro alquilado, hice check-in en AA, y a las 7:50am estaba ya volando camino a Miami, y luego desde Miami a Maiquetía, a donde llegué a las 8:00pm (20:00).
Durante ese largo vuelo, además de dormir varias horas escribí dos documentos: 1) un memorando interno presentando a IBM mi queja por la negligencia de Neblina y los gastos por él causados; y 2), tomando datos de la revista promocional de la cadena Hyatt, una carta dirigida al CEO (Presidente Ejecutivo de la Junta Directiva) de esa cadena hotelera presentándole mi queja por lo ocurrido en el Hyatt Palo Alto.
Cuando al día siguiente llegué a mi oficina en Caracas, le pedí a mi secretaria que procediera a mecanografiar ambos documentos mientras yo fotocopiaba todos los recaudos que adjuntaría a ellos como respaldo.
Una vez que el memorando interno estuvo listo, engrapé a él los correspondientes recaudos, metí todo en una carpeta que solía yo llevar a las reuniones, y me fui a la oficina de Francisco L., gerente encargado de lidiar con proveedores. Le conté lo ocurrido y le dije que yo no aceptaría que al IICF se le cargaran los gastos de ese viaje que, por culpa de Neblina, había resultado frustrado.
Le brillaron los ojos, esbozó una sonrisa muy maliciosa, y me pidió que le pasara un memorando explicando con lujo de detalles todo lo ocurrido y adjuntando los comprobantes de los gastos ocasionados por el viaje en cuestión.
Cuando terminó de formular esta petición, abrí mi carpeta y saqué el abultado expediente, de memorando más recaudos, que deposité frente a un sorprendido Francisco L. Él tomó el legajo y a medida que avanzaba en su lectura iba invadiendo su rostro una sonrisa como la del infante al que le confirman por escrito que el Niño Jesús sí le va a traer por fin el regalo tan ansiado y esperado. Cuando terminó la lectura del memorando y echó una ojeado a los recaudos, la expresión era de total felicidad, y casi con alborozo me dijo:
—¡Es todo lo que necesito! Gracias. Te mantendré informado.
Incorporándome para irme, y ya camino a la puerta de su oficina, le dije que esperaba que esa información me llegara en breve y fuera portadora de buenas noticias.
Un par de días después recibí copia de un memorando de Francisco L. dirigido a la gerencia de la agencia de viajes representada por Neblina —con copia a la dirección de Finanzas de IBM, a la de Servicios Generales, etc.— en el que, en todo muy duro, Francisco L. denunciaba la irresponsabilidad y falta de profesionalismo del Sr. Neblina, pedía reembolso de más de US$5.000 por los gastos en que yo incurrí porque Neblina no había obtenido para mí la visa para Australia, y advertía que, de darse otro caso más de ese tipo, como ya se habían dado varios, IBM “revisaría seriamente” el contrato con esa agencia de viajes.
A poco, todos en IBM sabían de mi frustrado viaje a Australia, de la jalada de orejas que le habían echado a Neblina, etc. El inefable Tacoa se presentó feliz en mi oficina y me dijo: “¡Qué vaina tan buena le echaste a Fray Junípero! Si al tipo lo pinchan no le sale sangre. Carga una arrechera negra de verdad”.
Cuando me tocó viajar de nuevo, le pedí a MEU que me tramitara todo con Neblina. Me miró asombrada, pero le ratifiqué la petición: ¡con Neblina!.
Cuando uno de los analistas que trabajaba conmigo se enteró de esta decisión mía vino a preguntarme cómo se me ocurría volver a viajar con Neblina después de lo que me había hecho. Mi respuesta fue que ahora era cuando Neblina iba a esmerarse conmigo y a manejar mis viajes, reservas y demás, como Dios manda, y mejor que cualquiera otra agencia de viajes.
Y así fue, Neblina nunca más me hizo víctima de sus habituales trastadas, y aunque tampoco me miraba con agrado, seguí viajando con él por un tiempo hasta que, en la dirección de la otra agencia de viajes a la que IBM de Venezuela había dado cabida en el local que estaba frente a la de Neblina, pusieron a dos lindas muchachas que, además de buenas profesionales, estaban de muy buen ver. Ante esto, dejé de lado a Neblina y me fui con las muchachas.
***
Cuando mi secretaria hubo mecanografiado mi carta de queja al CEO de Hyatt, le adjunté todos los recaudos que creí oportunos y la envié por correo certificado.
Comentarios
Comment from Manuel A. Gutiérrez [Visitor]
Time 06/03/2007
Veo que mi traslado a IBM de Costa Rica fue oportuno. Creí que el Sr. Neblina no era lo mejor en lo referente a Agencias de Viajes, pero después de leer sobre tus peripecias en los viajes, mejor me quedo sin las experiencias vividas con Sr. Neblina.
A propósito, ¿qué te contestó el CEO de Hyatt?.
Saludos.
***oOo***
13 Marzo, 2007
Mi segundo viaje a “Australia” (Continuación 2)
Víctima: Carlos M. Padrón
Desde que ya en mi oficina de Caracas me conecté a Office Vision, encontré cantidad de mensajes enviados por los que sí habían asistido a la reunión de Sydney a la que no pude llegar, y todos eran bromas en las que me decían que en realidad yo no había llegado a Sydney porque me había quedado en las playas de Hawai tomando sol, bebiendo agua de coco y bailando hula-hula en compañía de bellas hawaianas, lo cual ellos entendían muy bien, y envidiaban.
Sin embargo —terminaban diciendo—, consideraban que era imperativo que se efectuara una reunión con mi presencia, y decidieron ponerle fecha tan pronto yo tuviera visa para Australia.
MEU se encargó de los trámites con Neblina, y me dieron la visa al cuarto día de mi llegada a Caracas después del frustrado viaje. Mandé a Sydney la buena noticia y mi llegada a Sydney fue fijada para el domingo siguiente.
Esta vez Neblina tuvo listo todo, y “requeteverificado”, en tiempo record. Con AA volé de Caracas a Los Ángeles vía Miami, y con Qantas desde Los Ángeles a Sydney, ida y vuelta. Y debo reconocer, por esos dos vuelos, que Qantas es la mejor línea aérea con la que jamás volé hasta el día de hoy.
Todo, desde el check-in, la sala VIP del aeropuerto, la bienvenida a la entrada del Jumbo 747, la decoración interna del avión, la distribución de los asientos, la atención a bordo, etc., todo fue, en ambos vuelos, de calificación A1, excepto —siempre ha de haber un pero— que en vez de las dos bellas aeromozas que suelen prestar atención a los viajeros de la parte alta, o segundo piso, del Jumbo 747, nos tocó un individuo, un “aeromozo”, sólo uno, que a todas luces era gay, de la variedad exhibicionista, y en todo —gestos, habla, andar, etc.— hacía alarde de serlo. Según la placa en su uniforme se llamaba Louis, nombre que él pronunciaba como Louise (= Luisa).
No sé si porque el 90% de los que íbamos en el segundo piso del avión éramos hombres, Louis se desvivía por atendernos a todos, pero con una abnegación tal que resultaba agobiante.
A poco de despegar el avión nos hizo la acostumbrada demostración de seguridad, pero adornada con unos gestos tan de gay que opté por ponerme a mirar por la ventanilla. Ya en altura de crucero, ofreció a cada pasajero, con reverencias y alguna que otra zalamería, la carta de bebidas.
Terminada esta tarea, sirvió en un santiamén todas las bebidas, y luego no paró de caminar de un extremo a otro de esa cubierta, con una botella en cada mano, rellenando las copas de los pasajeros apenas veía que sólo les quedaba un dedo de licor. Y mientras estuvo allí no dejó de caminar un solo instante. Era tal su actividad física que mantuvo siempre la frente perlada de sudor.
Los botones para pedir servicio eran en ese vuelo meros objetos decorativos, pues Louis nos hacía un barrido visual a todos cada dos o tres segundos, y cuando un pasajero alzaba su mano para oprimir el tal botón, el aeromozo estaba a su lado antes que la mano del pasajero llegara a destino.
Al momento de servir la comida —previa presentación recitada del menú, seguida de las consiguientes recomendaciones, por supuesto— la colocación del mantelito, cubiertos, vasos, etc. habría causado la envidia de la más delicada fémina. Acto seguido, Louis se dedicó a intentar colocarle un babero a cada pasajero. Y digo “intentar” porque muchos, como yo, lo rechazaron, pero a quienes lo aceptaron se los colocó con un estilo de desmedido esmero, en una especie de ceremonia de movimientos bien calculados, y se los ató con un nudo en la nuca.
Si se trataba de un hombre cuyo cabello fuera un tanto abundante cerca del cuello, Louis asumía que en la tarea de amarrar el babero había desordenado ese cabello, y luego de que con un precioso lazo culminaba el amarre, deslizaba sus dedos a modo de peine entre el cabello del pasajero para ver de ponerlo en el lugar del que, en mi opinión, nunca había salido.
Y durante la comida, vuelta a las interminables caminatas, de un extremo a otro, con botellas en ambas manos para rellenar vasos y copas.
Luego de los postres, el café, y el mismo interés en rellenar las tazas.
Antes de la hora de dormir, el aeromozo, llevando en la mano una bolsa grande, fue sacando de ella y regalando a cada pasajero un estuche —el mejor de éstos que he visto— con artículos que pudieran ser útiles a bordo, como cepillo y pasta de dientes, tapones para los oídos, tapaojos, etc. Si el pasajero era un hombre, Louis le regalaba un estuche que en su exterior tenía impresa la palabra HIS (= de él); y si era una fémina, uno con la palabra HER (= de ella).
Y cuando ya algunos pasajeros echaron hacia atrás sus asientos, se cubrieron con una manta y se dispusieron a dormir, mi preocupación aumentó considerablemente de nivel porque Louis, que no dejaba de caminar de un extremo a otro, apenas veía que alguna de las mantas se desplazaba un milímetro hacia un lado, dejando al descubierto algo del cuerpo del pasajero con ella arropado, iba corriendo, y con un cuidado exquisito y una mirada que presagiaba no menos de un besito de buenas noches, colocaba la manta en su sitio de forma que arropara debidamente al durmiente.
Ante esto opté por decirle —mostrándole el somnífero que siempre tomaba en los vuelos largos— que yo, además de dificultad para dormir, tenía un sueño tan ligero que se interrumpía hasta por el vuelo de una mosca, y luego ya no podía retomarlo, por lo cual le agradecía que, no importanso cómo estuvieran mi manta o mi cuerpo, no hiciera nada en mis alrededores si yo estaba durmiendo. Después de lamentar mis problemas de sueño, me prometió que cumpliría al pie de la letra mis instrucciones.
Apenas llegó la hora del desayuno, se ocupó de hacer el ruido suficiente para despertar a los pocos pasajeros que aún dormían, y de nuevo volvió a lucirse con su abnegado servicio.
Cuando por fin llegamos a Sydney, Louis, parado frente a la puerta y listo para salir, nos dio las gracias a todos por haberle permitido servirnos, y nos hizo una reverencia al más puro estilo oriental, con las manos en posición de plegaria y demás yerbas. Algunos pasajeros no pudieron menos que dedicarle un aplauso y comentar en voz alta que nunca habían sido tan bien atendidos a bordo de un avión, todo lo cual debe haber transportado a nuestro aeromozo a las mismas puertas del Cielo.
***
La reunión, que duró dos días y medio, tuvo lugar en Sydney y en Melbourne, y desde el Centro de Finanzas de IBM-Sydney salí directamente para el aeropuerto a tomar mi vuelo de regreso que, como ya dije, sería también con Qantas.
Cuando después de disfrutar de las atenciones del salón VIP subí por fin a bordo a buscar mi asiento en la parte alta del Jumbo 747, me quedé de una pieza al comprobar que allí estaba de nuevo el inefable Louis y, cabía suponer, dispuesto a repetir sus abnegadas faenas. Aparte de murmurar para mis adentros una maldición no pude hacer otra cosa, salvo rogar que no se propasara ni que se “partiera” más que en el vuelo de venida.
Pero todo iba igual que en ese vuelo de venida, salvo los cambios por la diferencia de horas. Sin embargo, mi asombro llegó al máximo cuando al momento de regalar el estuche del HIS y el HER, Louis, llevando en una mano la bolsa con esos estuches, se detuvo a mi lado y, con una sonrisa que se me antojó pícara, me preguntó:
—¿Es usted casado?
Mi intención fue alzarme y contestarle algo feo, pero el cinturón de seguridad, que llevo puesto siempre que yo esté en mi asiento, me impidió levantarme. Tal vez por el gesto que hice, el aeromozo cayó en cuenta de que no me había gustado la pregunta, y de inmediato añadió:
—Lo siento, es que quisiera saber si usted tiene hijos.
De forma bastante brusca le respondí:
—Yes, I’m married and I have two daughters. So what? (Sí, estoy casado y tengo dos hijas. ¿Y qué?)
La respuesta, acompañada de voz y ademanes muy afectados, no me hizo caer porque ya estaba yo sentado:
—Es que en el vuelo anterior yo le regalé un estuche HIS, y no quisiera regalarle ahora otro HIS a menos que usted tenga un hijo varón, así que le daré un HER, si a usted no le importa.
Más por molesto que por otra cosa, le dije:
—Sí que me importa, pues ya le dije que tengo DOS hijas, no una.
—Oh, señor, ¡no hay problema!.
Y sin más me regaló dos estuches HER.
Después de eso —me dije—, de este tipo puede esperarse cualquier cosa.
A las 7:54am el vuelo aterrizó en Papeete, la capital de Tahití, en la Polinesia Francesa, para una escala de una hora durante la que no se nos permitió bajar del avión.
Pasados unos 20 minutos entró en la parte alta del Jumbo un individuo —luego supimos que era francés— de unos 40 y tantos años y con pinta de hippie, que por el nauseabundo olor que despedía debe haber visto agua por última vez el día que lo bautizaron, si es que fue bautizado. Para ese momento, Louis estaba, de espaldas, en el extremo contrario al de la entrada al área, y cuando los pasajeros nos percatamos de aquel terrible “aroma” y de que tendríamos que soportarlo por todo el tiempo desde Papeete a Los Ángeles, al unísono volvimos nuestros ojos hacia Louis, a quien en ese preciso momento le había alcanzado el tsunami nacido del francés y, alarmado, se dio vuelta con cara de asco.
Viendo que el causante de algo tan desagradable e insoportable era el francés recién llegado, Louis salió casi en carrera hacia las escaleras, mientras con disimulo pasaba por sus fosas nasales los dedos índice y pulgar de su mano derecha, y a los pocos minutos regresó en compañía de un oficial quien habló en voz baja con el francés y se lo llevó. A dónde, no lo sé, pues no volví a verlo. Tal vez lo sentó en la parte trasera del avión, en la zona de turística que todavía entonces se reservaba para fumadores y donde el aire acondicionado drenaba con más fuerza —sobre todo en ese vuelo, que venía con pocos pasajeros—, o lo mandó a las bodegas o lo dejó en tierra.
El caso es que nos libramos de él y que, apenas el oficial se lo llevó, Louis se armó de dos potes grandes de desodorante ambiental y, enarbolando uno en cada mano, contoneándose recorrió como tres veces todo el área, de un extremo al otro, mientras no paraba de exclamar horrorizado, con voz de plañidera: “Oh, my God, what a stench!” (¡Oh, Dios mío, qué olorcito!”) y, casi con lágrimas en los ojos, no sé si de rabia o de vergüenza, nos pedía disculpas a todos.
A las 6:48pm (18:48) aterrizamos en Los Ángeles y Louis volvió a repetir su ceremonia de despedida y, para mí sorpresa, volvió a cosechar aplausos.
Desde Los Ángeles volé a San Francisco y aproveché para pasar unos días con mi hija Alicia y su esposo. Luego, sin mayores problemas, volé de regreso a Venezuela vía Miami.
Comentarios
Comment from Alberto Lema [Visitor]
Time 19/03/2007
Carlos, qué vaina contigo, ¿tenías una geisha?, y para ti solito… en vez de un aereomozo y lo desaprovechastes….con esos modales y poder de observación de todos los detalles, ya quisiéramos tener uno en casa (¡¡¡mosca!!! la alergia a los maricones pasados). ¿Te acuerdas del mayordomo del gringo George Anderson, del FSO? Al llegar le tenia una caja de Polar congeladas y listas para libar. Yo no lo conocí pero me contó Cecilio Lecusay, que era del culín-culán, ¿dicho cubano?
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Comment from Carlos M. Padrón [Member]
Time 19/03/2007t
Alto ahí, Albertico, porque me has dado datos que yo no tenía.
Recuerdo bien a George Anderson y su debilidad por la birra, pero nunca supe nada del tal mayordomo. Tienes que darme más info al respecto.
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20 Marzo, 2007
El mea culpa de Hyatt
Victimario: Carlos M. Padrón
Unas dos semanas después de haber llegado de mi último viaje a Australia recibí de la oficina del CEO de Hyatt, y firmada por él, una carta llena de disculpas pues —decía— había pedido verificación de los hechos por mí descritos y habían resultado ciertos, ante lo cual me rogaba que la próxima vez que yo fuera a USA se lo hiciera saber con la debida anticipación. ¡Eso, exactamente eso, era lo que yo buscaba cuando le envié al CEO mi carta!.
En mayo de 1992, un mes antes de salir en mi asignación para España, decidí, usando mis millas, ir a Palo Alto con mi hija Elena —mi otra hija, Alicia, seguía aún en Palo Alto— y con las que para entonces eran todavía mi mujer y mi suegra. Con la debida anticipación avisé al CEO de Hyatt, y en el Hyatt Rickeys de Palo Alto —el mismo donde me habían enviado cuando no me dejaron quedar en el otro Hyatt de Palo Alto, y que esta vez sí pude examinar en detalle y comprobar que era muy buen hotel— me dio, GRATIS, una suite con dos habitaciones, cuatro camas king, dos baños, salón, dos televisores —uno tamaño “heroico”—, etc.
Una comprobación de que no hay mal que por bien no venga.
***
En beneficio de quienes no tuvieron la “dicha” de viajar con Neblina, creo conveniente narrar la anécdota que, en mi opinión, mejor define la forma de actuar de este personaje.
Un día en que, habiéndome ya cambiado de la agencia de Neblina a la manejada por las dos chicas guapas, bajé al sótano a tramitar algo con las tales chicas, encontré que en la agencia de Neblina, que estaba frente por frente a la de las chicas, había un tremendo lío. Un par de IBMistas que habían viajado juntos a no sé dónde le reclamaban de mala manera a Neblina el no haberles hecho reservas de hotel, de carro, de etc., en fin, lo de siempre.
Neblina, sentado tras su escritorio y practicando su tic nervioso de hacer emerger su cabeza y halar hacia arriba las mangas de su camisa, se defendía con los argumentos más peregrinos que uno pudiera imaginar, lo cual exacerbaba más el ánimo de sus víctimas.
Recostado en actitud indolente contra el marco de la puerta de la oficina de Neblina, y con una sonrisa sarcástica dibujada en su rostro, estaba, callado, Julián L., uno de nuestros “filósofos” maestro de la ironía. En todo el tiempo que estuve haciendo mi trámite en la agencia de las dos chicas, el lío aumentó en intensidad —para deleite de éstas—, así que cuando terminé con mi trámite me acerqué a la puerta de la oficina de Neblina, y como nadie, excepto Julián, reparó en mí, a él le pregunté qué pasaba. Con voz bastante alta para que lo escucharan los otros tres, me dijo:
?Lo que pasa es que la gente de esta compañía no entiende a Neblina.
Los dos IBMistas detuvieron en seco sus airadas protestas y, al igual que Neblina, se quedaron mirando asombrados a Julián —persona por demás respetada en IBM—, quien aprovechó el silencio para, dirigiéndose luego a ellos, hacer su exposición.
?Ustedes argumentan que Neblina nunca le haría a Salvador (a la sazón presidente de IBM de Venezuela) las cosas que les ha hecho a ustedes. Pero deben saber que si Salvador le pidiera a Neblina que fuera al CCCT [1] a hacerle una diligencia, para Neblina no tendría eso ningún aliciente si tuviera que ir y venir por la amplia y segura pasarela para peatones. No, para él tendría aliciente si tuviera que pasar entre IBM y el CCCT, ida y vuelta, por sobre un cable tendido entre los dos edificios, sin pértiga, de espaldas, de noche y lloviendo. Cuando ustedes entiendan eso, entenderán por qué Neblina hace lo que hace.
Los dos tipos y yo rompimos en carcajadas, y Neblina se puso rojo como un tomate. Acto seguido, Julián dio media vuelta y, sin decir nada más, se fue.
Efectivamente, lo correcto y predecible no tenían atractivo para Neblina, pero además —y creo que Julián se dejó esto en el tintero—, aparte de la indudable cuota de improvisación, incompetencia y falta de responsabilidad, ciertamente parecía detestar lo sencillo, rutinario y carente de emoción, pero, mucho más aún, lo legal, correcto, diáfano, transparente y a prueba de auditoría. Tanto detestaba todo esto que parecía padecer de algún extraño tipo de sadismo compulsivo que, tal vez por saberse protegido, le llevaba por la ruta de los enredos y tracalerías, para luego disfrutar de los inconvenientes y arrecheras que así causaba en sus víctimas.
Creo que fue en 1992 cuando la agencia que él representaba fue reemplazada por otra, también con dos lindas chicas para gestionarla, y, por fin, Neblina dejó IBM.
Si estoy acertado en mis cálculos de tiempo, fueron 18 años los que disfrutó poniendo a parir a muchos IBMistas que deben guardar de él muy “gratos” recuerdos. A mí —aparte de los recuerdos, igualmente “gratos”, que ya he contado— me dejó la duda, que ya mencioné al principio de esta crónica, de por qué lo mantuvieron tanto tiempo en IBM.
Tal vez algunos IBMista que lean esta crónica y que in illo tempore disfrutaran de las “delicias” de viajar con Neblina se animen a escribir las experiencias que éste les hizo vivir, y si me envían por e-mail tales escritos veré de publicarlos en Padronel como contribución a la difusión de la “magna obra” del inigualable Neblina.
***
En 1996, de regreso ya de mi asignación en España y estando yo en la recepción de IBM, entró Tacoa y, muerto de risa, se me acercó y me dijo, como lo ha hecho todas las veces que me ha visto desde diciembre de 1991:
—¡Fray Junípero quiere que vayas a Australia otra vez!