[*Otros}– El Cristo de La Caída (3/3): El imaginero Hita y Castillo

28-03-09

La magistral obra de Hita y Castillo, y su insólita historia fruto de una profanación.

José Guillermo Rodríguez Escudero

De todos los datos biográficos reunidos por don Heliodoro Sancho Gorbacho, que rectifican y amplían los aportados por Ceán Bermúdez y Gestoso, se sabe que Hita y Castillo nació en Sevilla en 1714 y vivió en la feligresía de San Juan de La Palma (es curioso), frente a cuyo templo residió. Se casó con Beatriz Gutiérrez y, en segundas nupcias, con doña Josefa García de Marta.

Participó del apogeo del barroco en el siglo XVII con el taller de Pedro Roldán, donde su hija, María Luisa Roldán —“La Roldana”—, destacó sobremanera. También se conoce que fue discípulo del imaginero gaditano José Montes de Oca. Aunque se perdieron los ángeles que contrató en 1763 para el paso del “Cristo del Silencio” y el grupo de “La Virgen de las Maravillas con el Niño Jesús y San Juanito”, quemado en 1936, la iglesia hispalense de San Juan de La Palma custodia algunas de sus obras.

Así, salidas de su gubia son, por ejemplo, el candelero (no el rostro) de la “Virgen de la Amargura” (1763) y el “San Juan Evangelista” (c. 1760). En la capilla sacramental de la iglesia de Santa Catalina, son también suyas la “Inmaculada Concepción”, el “San Juan Nepomuceno”, el “Santo Tomás de Aquino” y “los cuatro Evangelistas”, contrastadas en 1748 junto con el retablo, original del ensamblador y escultor Felipe del Castillo. Como hemos dicho, también se le atribuye la venerada y querida talla de “Nuestra Señora de La Esperanza Macarena”, que también ha sido creída obra de Pedro Roldán. El que llegó a ser conocido como “el mejor imaginero de Sevilla” falleció en 1784.

La familia Massieu, agradecida y admirada por la obra del maestro sevillano, no dudó en realizarle más encargos. Así, entre estos cabe destacar las esculturas del oratorio familiar de los Massieu: “San José con el Niño” y “La Inmaculada” (ambos de 1758), y un “Niño Triunfante sobre el Mundo” (1759). La primera se conserva en el Museo de Arte Sacro de Los Llanos de Aridane, y las otras dos en Santa Cruz de Tenerife.

Gracias a la generosidad de don Felipe Manuel Massieu, podemos contemplar las impresionantes esculturas de “San Miguel Arcángel” y “San Antonio de Papua” que se encuentran entronizadas en el fabuloso retablo mayor de la parroquial de San Juan Bautista del municipio palmero de Puntallana. Ambas tienen la firma de Hita y Castillo bajo la peana, y la fecha de 1773. También es autor de la preciosa “Virgen del Carmen” de la iglesia de Nuestra Señora del Rosario de Barlovento.

En la Parroquia Matriz de El Salvador se hallan otras dos imágenes: “San Juan Nepomuceno” actualmente en una urna en el bajo coro y el “San José y el Niño”, actualmente en la sacristía gótica. El pequeño “San Miguel batiendo al Demonio”- en la Parroquia de San José de Breña Baja- y otro “San José”- propiedad particular de la familia Castillo Olivares y Sotomayor (Argual) son también obras suyas.

La túnica

La magnífica escultura está vestida con una fabulosa túnica de terciopelo rojo bordada en oro, “obra de los talleres de bordado sevillanos del momento” y lleva en su cabeza incrustadas tres grandes potencias de plata exquisitamente labradas, también procedentes de atelieres de orfebrería hispalenses.

Doña María manifestó en una carta también su complacencia a su hermano en lo “que vuestra merced me dize de ser lo mejor de tercipelo, bordada o galoneada, que de tela de lampazo (tejido labrado en sedas y metales preciosos con flores y dibujos) la túnica del Señor Nazareno y me sienta mejor por ser más particular del pazo, más graue y propia. Y assí puede disponerla mi hermano como mejor le paresca, que siempre llegará a tiempo de la primera función, según lo que lleuo expresado. Y quiera Dios que no traigan auería los cajones, especialmente el de nuestro Señor, con cuio cuidado estoi por resultas de tanta tardanza y considerar a S. M. sobre aguas del mar tanto tiempo y en una embarcación ingleses. Dios me dé el consuelo de que venga breue y a mi hermano me de vida y guardo como desseo…”.

Esta túnica aún se conserva guardada en las dependencias parroquiales. Es la misma pieza que vestía la imagen cuando llegó a La Palma y es de gran calidad, tanto el terciopelo como los bordados de oro que incorpora. Se hace necesaria su restauración.

Llegada de la imagen

Por fin, el 19 de noviembre de 1753 llegó la tan anhelada imagen a la capital palmera, produciendo en todos, según escribe don Nicolás Massieu y Salgado, la mayor admiración: “las esculturas y demás encargos de la hermita de mi tia llegaron después de tantas demoras y se desembarcaron aier sin auería de concideración. La ymagen es peregrina y ha suspendido a todos y de resto lo demás con acertada elleción que reconocemos a el acierto y cuidado de Vuestra Merced” .

Sin embargo, doña María, que había quedado completamente ciega desde 1748, no pudo tener la dicha de contemplar la imagen por la que tanto había suspirado, y “por no poder mirar a nuestro señor con los ojos corporales vivo muriendo en esta pena”. Así lo había dicho a su hermano en carta fechada el 20 de febrero de 1754.

Como alivio ante tanta desgracia, la venerada imagen fue instalada en la casa de la fervorosa dama hasta que la ermita estuviera completamente acondicionada. Fue delicadamente colocada en una habitación contigua a la del dormitorio de la aliviada doña María. Pero, a pesar de ello, “la total falta de vista y la torpeza en todo el cuerpo le impedían mantenerse en pie para que de mano me pazen al otro quarto en donde está el señor y aunque hize un carrito para me llebaran en él no me ha seruido”.

Cultos en la ermita

El Viernes Santo tenía lugar el “Sermón de los Filósofos”, a la entrada de la procesión del “Crucificado”. Después se iniciaba el llamado “de las tres horas” o de las “siete palabras”. Se inició en 1780 en la antigua ermita de San Telmo (ya edificada en 1574) gracias a la iniciativa del sacerdote ejemplar don Francisco de Paula Camillón y García de Aguilar. Más tarde lograría celebrar este acto en la ermita del “Cristo de La Caída”, de la que era capellán.

También consiguió del teniente coronel don Nicolás Massieu la construcción de las imágenes propias para la solemne ceremonia: un “Crucificado” (tallada y policromada de 2,20 mts), “Dimas, el Buen Ladrón” y “Gestas, el Mal Ladrón”. El primero fue obra del escultor palmero don Marcelo Gómez Rodríguez de Carmona (1725-1791), el que presenta una “posición un tanto forzada pero logró el artista obtener en su conjunto un patetismo que mueve a devoción”.

Un Cristo muy venerado por don Nicolás Massieu y Salgado, escritor y poeta, caballero de los más significados de la ciudad en el siglo XVII. Fue sucesor en los vínculos de sus tíos doña María Josefa y don Manuel Massieu, además de profeso de la Orden de Santiago, Regidor Perpetuo y Alguacil Mayor del Santo Oficio en La Palma, Teniente Coronel de Regimiento de Milicias y Gobernador Militar de La Palma.

Falleció en las casas del mayorazgo el 19 de junio de 1791 y fue enterrado en la bóveda de la ermita de La Caída. Este deseo de reposar eternamente en la querida capilla fue seguido por otros miembros de la familia. Como nos recuerda el cronista don Jaime Pérez García, también don Pedro Massieu y Sotomayor, hijo de don Nicolás, dispuso enterrar allí a dos de sus hijos, Ramón y Miguel, muertos a los pocos meses de nacer, en 1796 y 1798, respectivamente.

El fin de la ermita

Con la ausencia de don Nicolás Masieu Salgado y Sotomayor, Diputado a Cortes por Canarias en las Cortes de Cádiz de 1810, las casas principales y ermita del mayorazgo entraron en un proceso de ruina y deterioro motivado principalmente por no invertir dinero en unas “fincas de las que sólo era usufructuario vitalicio sin posibilidad de enajenación”.

Con siete hijos, no se encontraba capacitado para iniciar la reedificación de las antiguas casas en las que “se hallaban en ellas la iglesia o ermita en que se venera la milagrosa imagen de nuestro Señor en el misterio de su caida con la cruz a cuestas de la cual iglesia somos patronos”, que amenazaban ruina por su antigüedad. Por ello, solicitó permiso para vender una casa que le correspondía como poseedor del vínculo instituido por su tío abuelo don Manuel Massieu y con su importe proceder a la reparación. Practicada la información con resultado favorable, el 23 de septiembre de 1802, la Justicia Real de La Palma, autorizó la ”enajenación para atender al asunto planteado”.

A poco de llevarse a cabo esta operación, el 19 de noviembre de 1804, un rayo derrumbó la espadaña de la ermita hasta la altura de las campanas. Un extraño suceso natural que conmocionó a la población y que fue recibido como indicador de malos augurios entre los vecinos.

Veintitrés años después, durante la noche del 18 al 19 de diciembre de 1827, cuando vivía en las casas doña Mariana, hermana del propietario, un voraz incendio que comenzó en casa de don Nicolás Massieu redujo a cenizas la ermita, su casa y cuatro más, en las calles Santiago y Trasera. Alberto-José escribía que, el desastre fue según se decía, “provocado por descuido de una sirvienta de la casa que dejó una vela encendida dentro de una alacena de madera”. Se extrajeron las imágenes que en ella había y se depositaron en El Salvador.

El fallecido historiador palmero Fernández García, nos sigue informando de que “se cuenta de esta talla que, cuando se incendió la iglesia de Nuestro Señor de La Caída, al no poder ser librada por la rápida propagación de las llamas, alguien tuvo la feliz y espontánea idea, llena de fe, de encenderle dos velas, y asombro grande fue ver que la catástrofe había destruido todo, incluso las esculturas de los dos ladrones, menos la figura del Redentor que apareció intacta”. Las dos imágenes del “Señor” fueron milagrosamente salvadas.

Las casas y ermita quedaron arrasadas y el poseedor del mayorazgo “no las reedificó por su calidad de vinculadas ya que habían de pasar necesariamente a su primogénito en detrimento del resto de sus hijos”.

En Las Palmas, ante el escribano don Manuel Sánchez, el 9 de julio de 1857, don Rafael Massieu Béthencourt vendió a don José Moreno “un sitio ruinoso en que se halla una casa y ermita en la calle real de esta ciudad con la que linda al poniente” por precio de 15.000 reales vellón.

Nueva ubicación del “Señor”

Desde allí el “Cristo de La Caída” fue llevado al oratorio privado de la finca “Quinta Verde”, propiedad del distinguido señor don Nicolás, luego a la hoy desaparecida ermita de San Francisco Javier, donde permaneció brevemente y, finalmente el 18 de julio de 1846 al extinguido convento de La Inmaculada, hoy San Francisco, una vez el retablo hubo sido acondicionado.

Nunca se llevó a cabo su entronización en el antiguo templo del Hospital de Dolores, hoy Teatro Chico, que ya estaba cerrado al culto por haberse trasladado al Convento de Santa Clara de monjas franciscanas. Este cenobio había sido erigido junto a la antigua ermita de “Santa Águeda de Catania”, Patrona de la Ciudad.

A pesar de que se obtuvo autorización del obispo don Joaquín Folgueras Sión, mediante Decreto episcopal del 19 de octubre de 1840, la milagrosa imagen nunca llegó al nicho central del altar mayor como estaba previsto. A ello se opusieron las Instituciones que llevaban la administración del establecimiento.

El solemne traslado procesional del Cristo a San Francisco se hizo en cumplimiento de lo dispuesto por el nombrado obispo doctor Folgueras y Sión en Decreto de 12 de noviembre de 1845, “comisionando para ello al presbítero don José Manuel Cabezola y Pérez de Mesa (1775-1850)”. Fernández García también nos informa de que, la venerada talla fue llevada desde la “Quinta Verde” hasta El Salvador el 17 de julio, y al día siguiente salió hacia San Francisco acompañado de Clero y Hermandades y en aquel templo se le hizo una suntuosa novena.

El retablo donde se hallaba colocado fue donado por don Felipe Manuel Massieu Van Dalle y Massieu, con el que se sustituyó el antiguo de piedra. Allí se encontraba la titular del cenobio, la fabulosa talla flamenca de la Inmaculada Concepción, advocación mariana a la que se dedicó el monasterio, en cuyo frontis tenía esculpido, y tiene, el escudo real de España.

Su retablo

Poco antes de marcharse los monjes franciscanos, el altar mayor había sufrido un incendio en 1832, por lo que el magnífico retablo anterior de Andrés del Rosario estaba completamente arruinado. Las imágenes fueron rescatadas prodigiosamente. El fuego, que se había iniciado en la sacristía, no prosperó hacia el resto de la iglesia. Afortunadamente el templo se salvó. Tan sólo quedaron inútiles o se perdieron algunos enseres y muebles de aquélla, la puerta de acceso- algo más retrasada-, y el balcón tribuna, del que sólo queda, cerrado con una vidriera, su hueco.

Hasta hace unos años presidía el magnífico retablo mayor del ex cenobio. Su ubicación allí tuvo lugar tras la obra de ampliación de la hornacina central para poder adecuarla al tamaño de la efigie en 1848. Para ello, la imagen de “San Francisco de Asís” fue retirada del mismo y colocada en otro altar neoclásico, fruto de las muchas reformas que don Manuel Díaz- Beneficiado de El Salvador- realizó en este templo. Corrió con sus gastos el Patrono del “Señor de la Caída” el coronel don Nicolás Massieu, vecino de Las Palmas.

El profesor don Alonso Trujillo Rodríguez, en su detallada obra acerca del retablo barroco en Canarias, nos informa acerca de aquél: “El retablo mayor del exconvento de San Francisco, en Santa Cruz de la Palma, se individualiza casi únicamente por poseer en sus calles laterales lienzos en vez de hornacinas, y porque sus columnas ostentan un fuste cuyos dos tercios superiores van provistos de estrías ondulantes. Parece que recibió alguna reforma en su nicho principal hacia 1846”.

Muchas de las partes que se veían en blanco eran zonas estucadas, preparadas para dorar pero que nunca, probablemente por falta de dinero, recibieron el pan de oro necesario. El ático estaba formado por una alegoría al Santísimo Sacramento realizado por el propio Cura Díaz. El diseño correspondía a su amigo el famoso arquitecto don José Joaquín Martín de Justa y fue estrenado el 6 de julio de 1848. El techo- preparado para ser decorado al fresco por igual motivo que el retablo- nunca fue acabado, por lo que era “un simple enlucido de ripia blanca que tapaba el artesonado, o más bien, sus restos”.

Después, incomprensiblemente, se desmontó el retablo mayor siguiendo las sorprendentes y polémicas instrucciones del fallecido y recordado párroco don Juan D. Pérez Álvarez (1931-1996), para así armar en su lugar el de la cercana ermita de San José, desde donde fue trasladado.

Actualmente se trabaja en un nuevo retablo mayor, de acuerdo con aquél desaparecido. Se pretende devolver a su sitio el del templo de San José y entronizar al “Cristo de La Caída” en el lugar de donde nunca debió sacarse.

Su procesión

En la actualidad, su solemne procesión tiene lugar en la noche del Miércoles Santo de la suntuosa Semana Santa de la capital palmera, en la que se ha convertido en una de las más multitudinarias manifestaciones del fervor popular en la ciudad y en la Isla. Esto da una idea de que se trata de una de las efigies sacras de La Palma que cuenta con mayor devoción.

Durante la misma tiene lugar al emotivo “encuentro” en Plaza de La Alameda, junto a la Cruz del Tercero, donde la “Verónica” se inclina para emular el momento en el que enjuga el rostro ensangrentado y sudoroso de Jesús con el lienzo blanco. Es en ese preciso instante cuando un cofrade manipula el paño y aparece la faz de Cristo impresa en ella. Arrecian los tambores y las trompetas y arranca nuevamente la procesión con cansino paso bajo la trémula luz de los cirios y el escalofriante sonido producido por el arrastre de las cadenas de los capuchinos.

Participan en el desfile procesional acompañando al “Santísimo Cristo” las imágenes de “San Juan Evangelista” (obra del palmero Aurelio Carmona López, de 1863), la mencionada “Verónica” y la “Dolorosa” (obra de Nicolás de las Casas Lorenzo, de 1866), estas últimas pertenecientes a la Venerable Orden Tercera.

Este piadoso y multitudinario acto del “encuentro” había sido establecido por esa Orden Franciscana Seglar (como ahora se le conoce) con la talla adaptada de una “Santa Margarita de Cortona”- imagen de su propiedad y salida de la gubia del polifacético Carmona-, ya que no se contaba con una “Santa Verónica”.

En 1960 dejó de hacerse por no ajustarse la imagen al acto que se preparaba. Por ello, un familiar de don Felipe Massieu Tello de Eslava le sugirió la idea de “adquirir una Verónica haciendo petitoria entre sus familiares los descendientes de dicho señor, que era sobrino de la fundadora, y de esa forma se obtuvo la talla que comenzó a salir el siguiente año, siendo la nueva figura de bella factura, obra del escultor Andrés Falcón San José, y decorada por don Manuel Arriaga Beroa”. Esta bella imagen de tamaño natural fue finalmente costeada gracias a la acción popular organizada por el propio historiador palmero Fernández García.

En la edición de 1999 se rescató, afortunadamente, la tradicional y teatral escena.

Antiguamente salía a las dos y luego a las tres de la tarde del Jueves Santo. Su primer desfile en nuestra Semana Santa fue en 1920, llevándose a efecto por el Capitán don José Acosta Guión. Más tarde lo hizo en 1922 y 1928, hasta que definitivamente sale en 1942. Don Alberto José también nos informa en 1963 de que “los gastos, al principio, fueron costeados por diversas personas de la ciudad, hasta el presente que corren a cargo de la Casa Comercial de la misma “Juan Cabrera Martín, S.A.”. La procesión se trasladó al Miércoles Santo y con el horario actual de las diez de la noche en 1972.

Su cofradía

La “Cofradía de La Pasión” es, desde su fundación el 1 de marzo de 1956, la titular del paso, nacida para, entre otros fines, dar impulso al culto público y tiene como principio de su devoción la contemplación y meditación de los Misterios de la Pasión. También ha aparecido en alguna publicación el año 1949 como fecha de institución.

Aunque se disolvió en 1973, se volvió a constituir como Hermandad de Penitencia masculina en 1981. Esto fue debido a la iniciativa de unos jóvenes universitarios, animados por el párroco del momento, don Juan Pérez Álvarez. En la edición del año 2000 la formaban treinta cofrades.

La insignia originalmente era una cruz blanca inserta en un escudo con el fondo morado, vistiendo capuchón o capirote y sotana blancos y capa morada. Los zapatos eran negros. El estandarte actual de la Hermandad data de los años 60, aproximadamente, y, aunque su estado de conservación es bueno, es necesario acometer la restauración de algunas partes.

A la Cofradía podían acceder como miembros tanto adultos como niños. Estos últimos, hasta que cumplieran la mayoría de edad eran novicios y vestían sotana y capuchón blancos. En esta segunda etapa, asume el cargo de Hermano Mayor don Carlos Cabrera Matos. La cofradía se configura como una hermandad principalmente de jóvenes, pudiendo incorporarse a la Hermandad a partir de los 18 años.

Siguiendo con los datos que aparecen en su premiada página virtual, “años más tarde, atendiendo a la razón de la posible ruptura de los lazos de la fe en los años de la adolescencia, se creó la figura de la “Precofradía”, dependiendo directamente de la Cofradía, vistiendo hábito y capuchón blancos. Podían ser miembros de la misma desde los 15 años, y permanecer en ella hasta los 18, momento en que ingresarían en la Cofradía como miembro de pleno derecho. La Precofradía vestía hábito y capuchón blancos y en un número de 14 portaban en la calle cruces de penitentes, recordando las 14 estaciones del Via Crucis”.

Como órganos de gobierno interno se reconoce una Junta General (compuesta por todos los miembros de la Cofradía, siendo éste el máximo organismo decoroso con potestad legislativa), una Junta Directiva (órgano jerárquico y colegiado constituido por el Hermano Mayor, el Vicepresidente, el Secretario, el Tesorero y los Vocales) y un Director Espiritual.

Ésta es la fórmula aplicada para la Promesa del Cofrade: “Yo (nombre), ante la Comunidad Parroquial prometo: ser fiel a los ideales cristianos, defender y difundir la fe con mi vida, mis obras, mis palabras, cumplir fielmente el estatuto de la Cofradía, normas, disposiciones, así como el derecho de la Iglesia, y a intentar mejorarme y mejorar a la Cofradía mediante la vivencia en común de la fe. Para ello, ruego a vosotros, Hermanos, y a toda la Comunidad Parroquial, que me alentéis con el ejemplo de vuestra fe, y a Dios, mayor disposición para seguirle”.

Es loable la actuación llevada a cabo por este grupo de jóvenes devotos involucrados con nuestras tradiciones más profundas.

Actualmente también toman parte en la procesión otras cofradías: “Nuestro Señor de la Caída” (desde 1984, con sotana roja y toca beige), “Niñas y Niños de Hosanna” (con túnica azul y toca blanca), “Cargadores de Nuestro Señor del Huerto” (sotana blanca y capuchón verde) y “Nuestra Señora de los Dolores” (vistiendo túnica de color granate y manto azul oscuro).

Sus andas

Las antiguas andas del Señor que se utilizaban eran las de la “Virgen del Carmen” de El Salvador. Después fueron adquiridas otras en 1960 procedentes de La Orotava con la ayuda de la “Casa Cabrera”.

A este pesado trono se le incorporó en la misma época unos grandes y magníficos faroles de plata elaborados en talleres sevillanos. Fueron retirados en la década de los 90 y se colocaron en su lugar unos fanales, debido a que, en parte, las dimensiones de las andas así lo aconsejaban. Con estos más pequeños, la figura íntegra del Cristo podía ser admirada en todo su esplendor.

Debido al mal estado de las últimas andas que portaban al Cristo, motivado por el ataque de insectos xilófagos, en el año 2003 fueron sustituidas por otras nuevas. Éstas son más grandes y fueron construidas sobre un esqueleto de aluminio y forradas de madera de sapelli, imitando el diseño de las antiguas. No obstante, las dimensiones exteriores se modificaron en un metro más de largo y cuarenta centímetros más de ancho, para adaptarse a las medidas de la imagen. Tienen tres varales de madera para ser llevada a hombros por doce cargadores.

Del antiguo trono se pudieron utilizar algunos elementos, como la peana donde descansa la imagen, los adornos laterales de las andas y los soportes para los faroles. Éste fue el primer proyecto de la actual Junta Directiva de la Cofradía de La Pasión.

Una vez estrenadas las nuevas andas, los antiguos faroles plateados volvieron a ser afortunadamente incorporados.

Los ángeles

Como novedad en las últimas ediciones, se estrenaron las esculturas de ocho “ángeles niños” que, en grupos de dos por cada esquina del trono, se fijaron en la base de los faroles de plata. Desde hace años existía un proyecto que no había visto la luz y que era la incorporación de cuatro ángeles que custodiaran al Cristo de la Caída. Finalmente, aquella aspiración se materializó, aunque con algunos cambios.

Son obra del imaginero y restaurador don Domingo Cabrera Benítez. Según palabras del artista al hablar de sus pequeñas figuras, éstas “acompañan (de manera desenfadada algunos y con actitud algo afectada otros) al Cristo de La Caída cada Miércoles Santo flanqueando las esquinas de su paso al Señor”. Nos informa así mismo de que “se estrenaron en la Semana Santa del año 2004 con la única finalidad de servir de adorno al conjunto de las andas, y nunca con la intención de participar de la escena que representa el Cristo, de ahí su reducido tamaño y el cromatismo de la policromía en tonos tierras aplicados con pincelada suelta”. Continúa diciendo que “con ese efecto se consigue el fin deseado: realzar la figura Cristífera con el empleo de un tratamiento distinto al que presenta la imagen del Redentor”.

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