[*Otros}– El Cristo de La Caída (2/3): La ermita y la imagen

28-03-09

La magistral obra de Hita y Castillo, y su insólita historia fruto de una profanación.

José Guillermo Rodríguez Escudero

Fundación de la ermita

La fundación de la ermita del “Cristo de La Caída obedeció, por tanto, al deseo de santificar la misma casa en la que la demente cometió su inconsciente blasfemia.

La Sra. Massieu y Monteverde —propietaria con sus hermanos, el deán don Manuel y el oidor don Pedro, de un décimo de cañas en el ingenio de Tazacorte— lo explicaba con estas palabras: “Y habiendo corrido los años compró mi padre la casa de esta mujer, que está contigua a la suya, y en la partición de sus bienes me tocó entre otras dicha casa. Quiero fabricar en ella Templo dedicado al Señor, y entre las obras pías tengo deliberada la manda de dicha y ermita y que se ejecute con todo aseo, para que en el mismo lugar en que se cometió la injuria, sea el Señor continuamente glorificado y alabado. Y para ello tengo encargado a mi hermano D. Pedro, oidor decano en la Real Audiencia de Sevilla una escultura de Nuestro Señor Jesús Nazareno hecha por el más diestro artífice y que mueva a la mayor devoción. Y deseando dar principio en mi vida a tan santa obra, que me parece que la ha dilatado Su Majestad a este fin”.

Por todo ello suplica al Vicario la licencia oportuna para edificar el pequeño santuario. Finalmente le fue concedida en la Villa de La Orotava el 20 de octubre de 1750 por el Obispo de Canaria don Juan Francisco Guillén. Fue ratificada en Santa Cruz de Tenerife el 4 de febrero de 1751.

Se le concedió autorización para fabricar una ermita contigua a las casas de su habitación, en sitio propio suyo, con el derecho de patronato para sí y facultad de poderlo subrogar, dejar, traspasar y transferir a sus herederos o la persona o personas que nombrase. El cronista don Jaime Pérez García añade que “realizada la obra, el sucesor de la sede episcopal Fray Valentín Morán, por su despacho dado en Canaria el 3 de marzo de 1752, dio comisión al Beneficiado Rector del Salvador y Vicario de La Palma para que bendijese el sitio al propio tiempo que interesó del patrono la dotación de la ermita con bienes suficientes para sus reparos, conservación y servicio”.

Doña María Josefa, en reconocimiento a que su hermano el Coronel don Nicolás José Massieu Vandale y Monteverde, Gobernador de Armas de La Palma y Regidor Perpetuo de dicha Isla, había erigido la fábrica con particular celo, devoción y cuidado, ayudando también a su costo, le nombró patrono y, por su falta, a su descendencia, a modo de vinculación con preferencia del mayor al menor y del varón a la hembra. Así consta en el Archivo de Protocolos Notariales por Andrés de Huerta Perdomo en 1752. El Coronel Massieu, en cumplimiento a lo ordenado por su hermana, se obligó a pagar cada año 50 reales a favor de dicha ermita y sus patronos que impuso y fundó por especial hipoteca sobre unas tierras de pan sembrar llamadas de Matos, en la Cruz de Calcinas.

Continúa don Jaime informándonos de que, “terminada la ermita, que ostentó en su fachada el escudo de la familia Massieu, presidió su altar la bellísima imagen del Señor de la Caída (…) Los patronos obtuvieron licencia para colocar asientos, recibir la Paz, fabricar tribuna, abrir puerta de comunicación entre la vivienda y el coro de la iglesia y ser enterrados en ella. El templo contó con el privilegio de recibir y guardar al Santísimo durante la octava de Corpus”.

La imagen del Cristo

El historiador palmero Fernández García consideraba a esta escultura del Señor como una de las mejores que salen procesionalmente en la Semana Santa capitalina y de las más importantes de Canarias; destaca de la imagen la anatomía perfecta de sus miembros que quedan al descubierto así como el rostro jadeante, expresión del máximo dolor. Sin embargo, confundió, como nos recuerda Pérez García, la situación del templo, que ubicó en lo que hoy es Plazoleta Vandale y antaño otro inmueble de la fundadora. En realidad ocupaba el solar de la casa señalada actualmente con el número 12 de la Calle Pérez de Brito.

El nombre del “más diestro artífice” sevillano que esculpió el precioso “Cristo de la Caída” pudo ser conocido por la firma que tiene grabada en su espalda: “D. BENITO DE HITA I CA/STILLO Fesit / SEVILLA/1752”. El profesor Hernández Perera dice que conoció esta transcripción gracias a “mi maestro don Juan Álvarez Delgado, catedrático de la Univesidad de La Laguna”. Se trata, por tanto, de una obra firmada y fechada del excelente imaginero sevillano Benito de Hita y Castillo (conocido también como Hita del Castillo), a quien también se le atribuye la célebre imagen de “La Macarena” de Sevilla, en la Iglesia de San Gil. A este respecto, don Jesús Pérez Morera nos informa de que en octubre del mismo año, don Felipe Manuel Massieu de Vandala, sobrino de doña María Massieu, daba orden desde La Palma a los señores don Juan Fragela y don Pablo Capitanachi, comerciantes sevillanos, para que en esa ciudad abonasen a don Pedro Massieu la cantidad de 200 pesos, de a 15 reales, “los mismos que me ha entregado aquí mi señora y tía doña María Massieu y Monteverde”, dinero destinado, posiblemente, al pago de la imagen del “Cristo”.

El “Señor de La Caída”, como también se le conoce cariñosa y respetuosamente en La Palma, tiene tan sólo tallados cabeza, pies y manos, aparte de la cruz, como era frecuente en el siglo XVIII. La expresión dolorida de su rostro, la actitud humillada de su cuerpo, con la mano izquierda apoyada en el suelo, y los hombros cargados con el peso de la cruz, acreditan un hábil imaginero que todavía en el siglo XVIII parece militar en la estela de Pedro Roldán, con bastantes recuerdos de Juan de Mesa. La cruz original que portaba la imagen fue sustituida por otra nueva, más grande, con unos remates dorados, elaborada por artesanos palmeros. La primigenia aún se conserva colgada de una de las paredes laterales de la capilla de San Nicolás de Bari.

Según la intención de su donante, la escultura debía mover “a la mayor devoción”. Pérez Morera nos informa de que, para lograr ese deseo, el imaginero intensificó “los efectos realistas, mediante la utilización de postizos, como ojos de cristal, vestidos y cuerdas, corona de espinas natural… El resultado es la sensación de que la imagen está viva y que se dirige al fiel. La boca entreabierta, exhalando un quejido, los ojos pronunciados, los pómulos salientes y el entrecejo marcado expresando fuerte dolor”, son algunas de sus más importantes características que lo acreditan como un “hábil imaginero”.

En palabras de otro imaginero, esta vez palmero, don Pedro M. Rodríguez Perdomo, en un artículo de Semana Santa, nos dice que la efigie tiene “una mano, manteniendo la cruz firme sobre su hombro, la otra, apoyándose en una piedra para mantener el equilibrio. Su cabeza gira hacia la izquierda buscando la mirada de todos los que le acompañamos…”. El profesor y cofrade don Facundo Daranas, al referirse al “Cristo”, lo describe “de anatomía perfecta y su rostro, jadeante, expresa el máximo dolor, tristeza y patetismo (…) y es una de las imágenes más importantes con que cuenta la Semana Santa en Canarias”.

El profesor e historiador Pérez Morera también nos informa detalladamente de que la llegada de la imagen al puerto de Santa Cruz de La Palma se debe a “los estrechos vínculos que unieron a la poderosa familia Massieu con la capital andaluza”. Recordemos las palabras de doña Josefa al hablar de su hermano, Don Pedro Massieu y Monteverde, que fue oidor y más tarde Presidente de la Real Audiencia de Sevilla. Tras su muerte, acaecida en 1755, fue enterrado en la capilla del Nazareno que había edificado en el claustro del convento hispalense de San Francisco el Grande.

Este mecenas había enviado a La Palma una de las mejores embajadas del barroco sevillano, compuesta por las esculturas de los mejores imagineros del momento, así como un largo catálogo de ornamentos para el culto, azulejos, placas de cerámica con el escudo familiar, valiosas piezas de orfebrería, tejidos, etc. El panteón funerario de la saga Massieu se ubicó en la capilla de “San Nicolás de Bari” de la iglesia de San Francisco, junto a la hornacina donde actualmente se ubica el “Cristo de la Caída”. En el magnífico retablo se encuentran cinco esculturas, enviadas por don Pedro desde Sevilla en 1724

Devoción

La familia de Don Nicolás Massieu y Salgado, y él mismo, tuvieron mucha devoción por el precioso Cristo. Un ejemplo de ello es que, el 23 de julio de 1767, una de sus hijas, doña María de la Luz Massieu y Sotomayor, que entró en clausura en el convento de Santa Catalina de Sena, “a la hora de su exploración religiosa por parte del Vicario, suplicó que para este requisito fuera llevada a la ermita de “Nuestro Jesús de las Tres Caídas”. Esto le fue concedido.

El cronista oficial de la capital también nos narra que, al salir la novicia por la puerta reglar del convento, se inició la comitiva presidida por dicha autoridad eclesiástica, “en cuyo tránsito acompañaron por casual encuentro los M.M.R.R.P.P…. Fray Domingo de Paz Prior Provincial de esta Provincia de Sr. San Diego de Alcalá que se hallan en las visitas de sus conventos y otras más personas de la mayor distinción y calidad de esta ciudad hasta la llegada a dicha ermita”. En ella se verificó el acto de exploración y en el mismo declaró doña María de La Luz no haber sido violentada, persuadida, amenazada, atraída, forzada o inducida a su ingreso, sino que lo hizo por libre voluntad; que “suplico a Su Merced le explorase su voluntad en esta iglesia de Nuestro Señor Jesús de las Tres Caídas de quien es y ha sido especialísima devota y esclava desde sus primeros años por tenerlo todos días a su vista”. Una vez terminó el juramento, fue restituida a la clausura.

Curiosidad

El 24 de septiembre de 1765 don Pedro Vélez y Pinto —Comisario del Santo Oficio— y don Francisco Ignacio Fierro —Calificador del mismo—Venerables beneficiados propios de la Parroquial de la ciudad, se personaron ante el escribano público Bernabé José Romero, para denunciar un hecho sin precedentes. Cuando el día anterior se llegaron a la ermita, comprobaron atónitos cómo don Nicolás Massieu y Salgado, “del Orden de Santiago”, había ocupado “una silla de brazos cubierta con moscovia y clavazón de metal puesta en el lugar preminente de dicha capilla al lado del Evangelio”. A este inaudito proceder se unió el que el Vicario don Alejandro Fajardo dispusiese y ordenase que se le “diese la paz por un Mozo de Coro de la Iglesia Parroquial…”.

Recordemos que tan sólo a la “Real Persona ó quien la represente ó por derecho ó costumbre la tenga adquirida” se es obligado a dar la paz. Los molestos otorgantes no habían dado licencia ni consentimiento, y tampoco les constaba el por qué de tal proceder, contraviniendo las órdenes reales dadas por Don Carlos III el 3 de diciembre de 1764 y cuya copia había llegado a La Palma por mediación del Obispo, “prohibiendo semejantes distinciones y novedades en las iglesias”.

Para los mencionados Curas Beneficiados de El Salvador era inadmisible el proceder del “vanidoso” Patrono de la Santa Ermita del Señor de la Caída. Sus abusos y novedades llegaban, no sólo a lo expuesto, sino también a la preeminencia sin real facultad de haber puesto en la capilla mayor de aquella Parroquia Matriz de una lápida con dos escudos gentilicios y corona que son las únicas que hay en dicha Iglesia.

A estos escritos les siguen otros más extensos, pero no se encuentra la resolución definitiva a estas amonestaciones. El alcalde Lorenzo Rodríguez nos informa de que “nos inclinamos á creer que en caso de haberse dado sentencia, fue favorable al don Nicolás Massieu, por la sencilla razón de conservarse aun en la Capilla mayor de la Parroquia del Salvador la loza sepulcral con los dos escudos gentilicios”.

Objetos de culto

Doña María Josefa Massieu había destinado para la ermita en su testamento “una cruz de un santo Cristo que estaba en su oratorio, una pieza de ara que asimismo estaba en dicho oratorio encajonada y guarnecida de madera de cedro, una imagen de Nuestra Señora del Rosario con su Niño con sus coronas de plata y una luna de lo mismo, sus zarcillos de oro y perlas, su gargantilla de perlas, el cáliz mayor de los dos que tenía con su patena cucharita vinageras con su platito todo de plata, un Señor San José que trajo de Sevilla con su varita de plata, la casulla de damasco blanco guarnecida de cuchillo fino, paño de caliz y bolsa con sus corporales de holán y buen encaje y de los purificadores que hubiere se eligiese el mejor; un alba la más fina y el mejor encaje que tenia con su amito y cíngulo, el misal y su atril, el escritorio de espejos del norte para guardar los ornamentos y aseos de dicha ermita y el tapete grande”. (A.P.N. Bernardo José Romero, 1778)

El encargo de la imagen

El mismo historiador palmero nos desvela nuevos e interesantes detalles acerca del encargo del “Cristo de la Caída”.

Inicialmente se había pensado en otro escultor, don Pedro Duque y Cornejo (1678-1757), “brillante epígono del linaje de pedro Roldán y contemporáneo de don Pedro Massieu y Monteverde (1673-1755), lo que no tuvo efecto por causa de la vejez del imaginero”. Así pues, en una carta fechada en la capital palmera el 6 de febrero de 1753, doña María Josefa Massieu y Monteverde, contestando a una misiva de su hermano, escribía a éste: “Veo que auiéndose dilatado el maestro Cornejo y en attención á su vexés, se encargó a otro la ymagen del Señor, que se queda haciendo con todo cuidado, que estimo a mi hermano el desvelo que tiene en ello y deceo tener el gusto de que venga luego para el consuelo de dexarlo en mis dias colocado en su hermita”.

A este maestro doña Josefa le había encargado la imagen de “Santa Teresa de Jesús”, a la que llamaba “mi devota”, solicitada a su hermano en junio de 1733 y que mide “una vara de alto”. Actualmente ocupa el pequeño ático del retablo del “Sagrado Corazón”, en la capilla de la Plata, también en la iglesia de San Francisco de esta ciudad. Del mismo modo, consta, del propio puño y letra del oidor de Sevilla, que el 15 de junio de 1724 don Pedro Massieu había dado al maestro Cornejo 20 pesos a cuenta de “tres santos que tengo ajustados en 84 pesos”.

En otra carta, fechada el 10 de agosto de 1751, doña María Massieu reitera a su hermano que la imagen del Señor “sea de lo mexor, y como ha de ser de vestir no tendrá tanto que haser y deceo que quede lo más deuoto que pueda ser, porque en esso y en el adorno del templo suele motiuar el mayor culto y deuoción y yo en lo possible lo he de procurar”. Doña María, enferma, un año después, el 28 de octubre de 1752, envía nuevamente otra carta a su hermano donde le dice que “no omita ocación de escribirme, pues en ello tengo mucho consuelo y me avize de la ymaxen de nuestro señor, la que deceo con gran ansia, pues con su santísima presencia quedará este corazón fuera de amarguras y agonías”.

El 30 de octubre de 1753 expresaba el “desconsuelo de la tardanza y el disgusto que me causa el que no aya llegado nuestro Señor”. Pérez Morera incluye también la gratitud de la dama a su hermano por el cuidado “desuelo y expreciones en los encargos de la hermita que con tan buena dirección, bien me persuado, será la ymagen de nuestro Señor como mi hermano me expresa, peregrina y que conmueba a tanta deboción”.

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Bibliografía al final de la entrega 3/3.