[*Otros}– Los Canarios en América / José Antonio Pérez Carrión: Juan Bautista de Antequera

El general Don Juan Bautista de Antequera nació en la ciudad de San Cristóbal de La Laguna (Tenerife) —la Atenas de las Canarias— que tantos hombres ilustres ha dado al mundo en los varios ramos del saber humano.

Puede decirse, sin exageración, que Antequera pertenece al número de esos héroes que forman época en la vida de los pueblos, ocupando los más altos puestos en la Marina nacional.

Fue en varias legislaturas diputado a Cortes, y dos veces ministro de Marina con los conservadores, a cuyo partido político perteneció siempre; fue uno los valientes jefes que tomaron parte en los graves sucesos del Callao de Lima el 2 de mayo de 1866, a las órdenes del general en jefe Méndez Núñez, cuyas relaciones con el gobierno peruano fueron interrumpidas, por desgracia para todos, a consecuencia de las vejaciones que algunos españoles venían sufriendo en las Islas Chinchillas, y de haberse negado aquel gobierno a dar al de España cumplida satisfacción, conforme al tratado de paz de 25 de enero de 1865, firmado entre ambas potencias.

He aquí cómo el marqués de Méndez Núñez daba cuenta al gobierno de Madrid de la heroica acción:

«… En los momentos en que una granada de nuestra escuadra hacía volar la parte superior de la torre del Sur, un proyectil enemigo, rompiendo la baranda del puente y llevándose la bitácora allí situada, me hirió directamente, pasando entre mi costado y brazo derecho, causándome los astillazos varias heridas en las piernas y caja del cuerpo.

Por lo pronto, abrigué la esperanza de continuar en mi puesto, pero transcurridos algunos minutos caí en brazos del comandante del buque la Numancia, capitán de navío Don Juan Bautista de Antequera.

Cuando me conducían al hospital de sangre, el señor mayor general, acercándoseme para averiguar cuáles fuesen mis heridas, le dije que consideraba no eran de cuidado, que se pusiese de acuerdo con el comandante de La Numancia, y continuase la acción sin dar parte del suceso a los demás buques.

Hasta aquí, lo que puedo por mí mismo informar a V. E.

De este instante hasta la terminación de este brillante hecho de marras, traslado a V. E. lo que el señor mayor general me dice y que es como sigue:

“Cuando V. S., después de casi desmayado por pérdida de sangre de sus ocho honrosas heridas, tuvo que abandonar el puente desde donde dirigía el ataque y ser llevado entre cuatro al hospital de sangre, el combate era general en toda la línea, y en toda ella nuestros buques, fijos en los puestos de antemano marcados, recibían el abundante fuego de la artillería enemiga, mucha de ella de los mayores calibres, y le respondían con otro tan activo como certero; tan certero como era de esperarse de la pericia de nuestros cabos de cañón y del indecible entusiasmo de nuestras dotaciones.

V. S. recordara que al ir a poner los pies en la escala de la escotilla las personas que lo conducían en brazos, bajé de mi puesto de la toldilla para saber la más o menos gravedad de las heridas, y recibir ordenes, y que me dio la de continuar dirigiendo el ataque, distante como se hallaba en el extremo de la línea el comandante de Berengueda, que era el jefe más antiguo.

En aquellos momentos, si bien como llevo expresado era general pelea, como V. S. recodará ya había habido una explosión en la torre blindada del Sur, que montaba dos cañones de los de monstruo calibre Blakely, explosión causada por una de las granadas de nuestras fragatas, y que hizo callar ambas piezas para el resto del ataque.

También era menos el fuego de la batería al sur de la misma torre, gracias a lo certero de los tiros de la Numancia, Blanca y Resolución, y a decisión y precisión con que los tres buques se situaron para combatir.

Al separarme de V. S. mi primer cuidado fue subir al puente para la situación del combate. Todos los capitanes se hallaban en sus puestos, batiéndose de la manera más cumplida que desear puede un país para dejar en buen lugar su honra.

Nada dije al de la Numancia, porque no es posible advertir nada al que, como el capitán de navío D. Juan Bautista de Antequera, despliega una serenidad imponderable delante del enemigo.

En aquellos momentos recibía la Numancia un fuego nutrido. El que recibía era entre el gran número de los que artillaban la batería de Sta. Rosa, la más respetable de toda la línea, de cañones de mayor calibre de los modernos, uno de cuyos proyectiles, aún después de rebotar en el mar y de cubrirnos de agua a los que nos hallábamos en el alcázar, penetró a flor de agua hasta perforar del todo una de las planchas de la coraza, entre el través y la aleta, produciendo, como después se vio, gran conmoción en el macizo de teca, que sirve de descanso a la coraza y, asimismo, gran estremecimiento en todo el buque al chocar en su costado.

Debo mencionar a V. S. la circunstancia de que el enemigo había colocado con habilidad, a unos ocho cables de las baterías, gran número de barriles pequeños, pintados de color rojo, amarrados a todos a un cabo delgado, que indudablemente debían ser, al propio tiempo que marca para saber cuándo llegaban al mejor punto de mira las fragatas, otros tantos torpedos, que podrían ser disparados por medio de alambres eléctricos.

En la duda, le era necesario al comandante de la Numancia especial cuidado para no chocar con ellos, sobre todo para que no se enredasen en la hélice.

La Numancia consiguió pasar por su parte de tierra y acercarse aún más al enemigo, pero en aquel momento levantó la quilla levantó el fango del fondo, y le fue preciso situarse por la parte de afuera del desconocido peligro.

Era sumamente difícil el manejo de la Numancia en tales circunstancias. La pericia y serenidad del capitán Antequera fueron perfectamente secundadas en tan delicado asunto por su ayudante de derrota, el teniente de navío D. Celestino Lahera”».

Tal fue la manera de portarse del hijo de las Canarias en aquel día triste y memorable.

El primer buque blindado que llegó a aquellas alturas fue la Numancia.

Deja un comentario