Nació este distinguido general en el Puerto de la Cruz de La Orotava. Fue uno de los jefes más adictos a Fernando VII. Vino a Cuba el 8 de diciembre de 1823, siendo portador del decreto de abolición del sistema constitucional y de otras disposiciones del monarca, que no son del caso referirlas aquí.
Habiéndose resuelto la reconquista del imperio de Montesuma, el gobierno de Madrid lo designó para que llevase adelante tan arriesgada empresa.
Hombre de reconocido valor militar y de buena fe, aunque escaso de talento, a pesar de los consejos de sus amigos no tuvo inconveniente en aceptar la descabellada empresa, cuya historia conocemos todos.
Al siguiente año, 1824, partió para España con el fin de reclutar soldados, y el 10 de abril de 1825 regresó a Cuba con 600 hijos de las Canarias y otros de la Península, formando una división de 3.000 infantes.
Con este contingente, bien equipado, salió para México el 19 de septiembre en la escuadra que mandaba el Sr. Laborde, y luego, por segunda vez, en julio de 1828, pero con tan mala suerte que después de haberse apoderado del histórico castillo Juan de Ulua, y haberlo ocupado por espacio de seis meses, pero sin poder conseguir la rendición de la ciudad de Veracruz —una de las plazas más importantes del Nuevo Mundo, cuyas obras de defensa eran apreciadas por inteligencias como una de las maravillas del arte militar—, escaseándole los víveres y pertrechos de guerra, estando rodeado por las tropas dirigidas por entendidos generales mexicanos, como Santana y Ferau, y sin esperanza de que España le enviase auxilio, aconsejado por compañeros de armas capituló, regresando a La Habana en 1829.
Más tarde se trasladó a New Orleans, donde falleció, alejado de sus amigos y de la sociedad que lo vitoreó al salir para México y lo recibió después bajo el frío de los desengaños.
