[*Opino}– Los palmeros (naturales de la isla de La Palma), según Pedro Marrero Sicilia

Carlos M. Padrón

El artículo que sigue (que copio en color azul), escrito por el Sr. Pedro Marrero Sicilia —pmsicilia49@gmail.com— y publicado en La Opinión de Tenerife, ha sido una ingrata sorpresa.

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08-02-2009

Palmeros y ´palmeros´

Pedro Marrero Sicilia

Un crítico anónimo en los foros donde se comentan los artículos de opinión en este mismo diario, me preguntaba hace poco «por qué había que bombardear a los palmeros». Veamos: yo colijo que hay palmeros y «palmeros», ustedes me entienden. Ni son todos los que están ni están todos los que son. La mayoría no lleva comillas, pero hay un gran grupo de «palmeros» a los que me voy a referir.

Una prima mía suele decir, de coña, claro, que si un gigante de leyenda pudiese levantar del mar la isla de La Palma, darle la vuelta, sacudirla como se sacude una alfombra llena de migas de pan y luego la depositase otra vez en su sitio después de que todas esas ´migas´ cayesen al mar, entonces y sólo entonces, La Palma sería «La Isla Bonita».

Lo suscribo en parte, porque ella no da chance a nadie y mete a todo dios en el mismo saco. Servidor habría avisado a los palmeros de buena fe antes de la «sacudida», algo parecido a lo que se cuenta sobre Lot y familia, cuando salieron por pies de Sodoma y Gomorra: daría una oportunidad a los castos, a los honestos, a los honrados, a los buenos, para que se libraran del seísmo provocado; pero aun así, creo que habría muchos «palmeros» que sucumbirían a las manos del gigante que agitaría la isla desde Barlovento hasta el barranco de las Angustias.

Mis recuerdos de los «palmeros» son casi todos negativos. En el colegio, eran prioritariamente los alumnos internos. No se sabe bien si se consideraban de otro mundo porque vivían en el colegio, porque llevaban un guardapolvo que los demás no usábamos o porque, simplemente, eran «palmeros». Pero raritos, lo eran.

En la Universidad formaban camarillas. Vivían juntos en el mismo piso, sólo se pasaban los apuntes entre sí; eran negados a hacer favores a otros compañeros, salvo honrosísimas excepciones. Callados, introvertidos, vivían su vida ajenos a cualquier otra cosa.

Muchos «palmeros» creen que sólo por haber nacido en La Palma tienen adquiridos todos los derechos. Hay quien cultiva las bellas artes: esculpe, pinta, ¿crea? ¡y canta! Él no se imagina lo bien que estaría calladito. Conozco un abogado «palmero» hasta la médula. Un médico a quien sólo le falta decir: «vengo de hablar con Dios, lo terrenal es basura…». Ambos continúan en sus carreras, uno siempre metido en fregados, otro impartiendo sus magistrales clases a futuros doctores. Y como éstos, muchos más; todos vanagloriándose de ser poseedores de la verdad absoluta.

Estoy convencido de la insularidad «palmera» de otro crítico comentarista de artículos ajenos, que se cree por encima del bien y del mal, despelleja a algunos -y muy buenos- columnistas de opinión y lleva el «palmerismo» implícito en sus expresiones. A pesar de lo expuesto -y lo que se me quedó por decir-, bombardear «palmeros» me parece demasiado; bastaría con contratar un gigante de cuento. Cuanto más grande, mejor.

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Ignoro qué porcentaje de los palmeros son “palmeros”, o si los “palmeros” existimos en cantidad suficiente como para justificar las opiniones que el Sr. Marrero da acerca de nosotros. A juzgar por lo que al respecto escribe él, parece que fuéramos mayoría, ya que a los no “palmeros” los califica de honrosas excepciones.

Mientras viví en Santa Cruz de Tenerife sólo supe de dos rasgos, supuestamente negativos, que allí nos atribuían a los palmeros:

1) que éramos ateos porque no íbamos los domingos al cementerio a visitar las tumbas de nuestro deudos; y,

2) que en el cuartel, los reclutas palmeros comían en la caja, o sea, que guardaban en una caja algunos comestibles típicos de su isla, y desde esa caja los iban comiendo de a poquito, sin, por ejemplo, ponerlos en un plato.

A lo primero comenté, en la reunión donde me lo echaron en cara por enésima vez, que eso de ir al cementerio todos los domingos era propio de fanáticos víctimas de una obsesión macabra que no beneficiaba a nadie. Y a lo segundo respondí igual que ahora respondo a eso de que «formaban camarillas, vivían juntos en el mismo piso, sólo se pasaban los apuntes entre sí, y eran negados a hacer favores a otros compañeros».

¿Hay algo de malo en preferir a gente paisana —y casi siempre conocida— para formar grupos, compartir vivienda, pasarse apuntes o intercambiar favores? Si quienes así obraban no pretendían que otros no palmeros les pasaran apuntes o les hicieran favores, no veo nada malo en su proceder, pues lo que es igual no es trampa.

Es poco probable que los miembros de un grupo tan extenso como para que se le dé el nombre de “palmeros” tengan en común ser callados, introvertidos, y vivir su vida ajenos a cualquier otra cosa. Esto no pasa de ser una exagerada, y tal vez malintencionada, generalización, pero cabe decir que si vivían su vida ajenos a cualquier cosa, entonces no importunaban ni molestaban a nadie, lo cual tampoco es malo.

Nunca supe de profesionales palmeros que se creyeran en posesión de la verdad, aunque sí de algunos muy estudiosos y brillantes, como los había también de las otras islas. Eso no quiere decir que no los haya del tipo que el Sr. Marrero describe, pero seguro estoy de que no son tantos como para que se justifique achacar a todos los defectos de unos pocos.

Tal vez lo que de mala fama tengamos los palmeros viene del hecho de que por siglos La Palma fue la más americana de todas las Islas Canarias, y nuestra “americanofilia” molestaba a otros, porque todavía en mis tiempos (hasta comienzos de la década de los 60), y mucho más cuanto más atrás, los palmeros mirábamos hacia América Latina (primero Cuba, luego Venezuela) y no hacia España o Europa (¿será que aún queda algo de esto en la idiosincrasia palmera?), cosa que no hacían, por ejemplo, los tinerfeños, pues durante los cuatro años que viví en Santa Cruz de Tenerife, compartiendo y departiendo con muchos amigos no palmeros, comprobé extrañado que los más de los tinerfeños, ya fueran de Santa Cruz o de pueblos del interior de la isla, se declaraban más españoles que los peninsulares.

Por otra parte, nunca escuché que nadie, ni en Canarias ni en Europa ni en América, se expresara peyorativamente del proceder de los palmeros, pero en boca de quienes han visitado La Palma sí he escuchado muchas veces que el calificativo de “Isla bonita” lo tiene más que merecido, aunque la amiga del Sr. Marrero opine lo contrario.

Lo que se cuenta en el artículo en cuestión es una infundada exageración de mal gusto que rezuma rencor, lo cual deja muy malparado a su autor porque más y peor que ser rarito es denostar de la tierra y coterráneos de los propios ancestros cuya sangre llevamos, y el Sr. Marrero parece haber olvidado que su madre era palmera, pues nació, fue criada y se formó en el pueblo palmero de El Paso, en el que ejerció como maestra, y quería tanto a ese pueblo que el Sr. Marrero tendría que tener, siquiera por ósmosis, un algo de palmero, pero en realidad —y para consternación de su madre, si aún viviera— creo que tiene un mucho de lo que él llama “palmero”.

En fin, que si los palmeros tuviéramos la desgracia de ser como él y amáramos a nuestros coterráneos tanto como él “ama” a los de su madre, y si respetáramos la tierra de nuestros ancestros tanto como él “respeta” la de ella —y la de sus abuelos maternos, y un etcétera hacia atrás— no sería suficiente con sacudir la isla de La Palma, no: con palmeros como Pedro Marrero Sicilia habría que fumigarla.