[*ElPaso}– Los amores de Alfonsiño

22-09-2008

Carlos M. Padrón

Alfonsiño, un campesino como los más de los hombres del pueblo, vivía con su madre y tenía fama de tenorio desde antes de, siendo aún muy joven, emigrar a Cuba.

Cuando regresó del país caribeño continuó con sus ocultas conquistas, y hasta se le hizo responsable del aumento de los cuentos sobre fantasmas y aparecidos porque durante la noche se disfrazaba y salía, tomando extraños atajos, a visitar a sus amantes.

Sin embargo, tenía novia oficial, con la cual había mantenido una relación por más de 20 años. Pocas veces los vi juntos, y cuando así ocurría, no vi que entre ellos cruzaran palabra. Alguien que también vio lo mismo que yo le preguntó un día al respecto, y Alfonsiño respondió que ya él y su novia se habían dicho todo lo que tenían que decirse.

El cura del pueblo, dueño de un sentido del humor bien adobado con abundante dosis de burla, se tomaba libertades que, al decir de la gente, eran impropias de su profesión, y acerca del matrimonio que se alejaba en el tiempo le gastaba bromas a Alfonsiño.

Así, un día en que éste, con paso cansino, según era su costumbre, caminaba por la acera de una de las calles del pueblo, el cura se le acercó por detrás, lo tomó por los pantalones a la altura de las nalgas, y lo sacudió hacia adelante y hacia atrás mientras exclamaba:

—¡Cásate, Alfonsiño! ¡Cásate antes de que te quedes sin culo!

Tal vez por la sorpresa, Alfonsiño no dijo nada, pero el tiempo puso en evidencia que tomó buena nota del incidente.

Un tanto fanfarrón, además de zorro, un día en que, como era costumbre, varios vecinos estaban reunidos al final de la jornada en la portada de la casa de uno de ellos, que era lugar habitual para tales reuniones, Alfonsiño entró en discusión con uno del grupo acerca de quién de los dos tenía más dinero en el Banco, y llegaron al punto, por demás pueril, de ir a sus respectivas casas a buscar las libretas de ahorro y mostrarlas como evidencia ante los demás vecinos allí reunidos. Escuché decir que Alfonsiño perdió la apuesta y que se sintió muy molesto por eso.

Pero el tiempo no perdona, y un día, cuando yo ya no estaba yo en el pueblo, en una de esas reuniones Alfonsiño anunció que iba a casarse. Asombrados por lo inesperado del anuncio, varios le preguntaron a qué se debía el repentino cambio de opinión. La respuesta de Alfonsiño fue digna del más romántico de los poemas de Gustavo Adolfo Bécquer:

—Porque no quiero llegar al trance de verme inválido en una cama y no tener alguien que me alcance un agua de pasote.

Por supuesto, el grupo de vecinos allí reunidos, que detestaban las carantoñas y otras “comemierderías” —así las llamaban— de enamorados, aprobaron por mayoría una decisión fundamentada en tan válido argumento

Apenas en el pueblo se supo que Alfonsiño se casaría, la gente se dispuso a recabar datos para, cuando menos, asistir a la ceremonia.

Y un día, después de 25 años de noviazgo, Alfonsiño se presentó ante el altar y ante el mismo cura que lo había zarandeado por sus pantalones, resignado a que éste pusiera fin a su prolongada soltería.

Llegado el momento, el cura hizo la fatal pregunta,

—¿Acepta usted por esposa a bla, bla, bla,… ?

Y Alfonsiño, mirándolo fijamente a los ojos, le dijo,

—¿Y a qué coño cree usted que vine yo aquí?

La reacción del cura y de los muchos asistentes al acto —repito: yo no estaba presente— la dejo a la imaginación del lector.