[*Opino}– Divorcios posvacacionales… y del resto del año

Un abogado especialista en divorcios me dijo hace años que el 90% de los casos que en su carrera había él manejado habían sido iniciados por la mujer.

Otro me dio cifras similares, y añadió que en la gran mayoría de los casos el hombre procede con más honestidad, respeta el “fair play”, mientras que la mujer tira a matar.

En el artículo que sigue se dice, hablando de los casos de divorcio imputables a las vacaciones de verano, que el 55% han sido iniciativa de la mujer.

Ante estadísticas así uno no puede menos que recordar que cuando alguien se mete en un pleito es porque piensa que va a salir ganando, y que, por tanto, si las “miembras” del mal llamado sexo débil se meten en el pleito que conlleva todo divorcio es porque saben que terminarán llevándose la mayor tajada de, entre otras cosas, el patrimonio conyugal.

Carlos M. Padrón

***

31.07.08

El último destino de vacaciones… los juzgados de divorcio

(PD).- Las vacaciones ponen a prueba a la pareja. De la noche a la mañana lo hacen todo juntos, con mucho tiempo por delante. Descubren así los dos lo ocupados que han estado el resto del año, y si pueden acortar distancias con la ilusión —casi— del primer día.

Según cuenta la revista Época, en ese periplo de sentimientos y constataciones varias, puede presentarse un panorama de relax y reencuentro, o salir a relucir las carencias que la relación arrastra. El destino final de muchas: una demanda de separación en septiembre.

De las 140.000 presentadas en 2007, un tercio se inició tras las vacaciones. Y no es un tópico: los que aún apuran el último cartucho para salvar su pareja saturan las consultas de los terapeutas en septiembre y octubre, después de que la convivencia les haya puesto en una vital disyuntiva en el plano emocional o sexual.

En lo que coinciden los expertos es en que el periodo estival siempre tiene relevancia. Las vacaciones “suman o restan para la pareja” -explica el psicólogo y sexólogo Antoni Bolinches; “en algunos casos sirven para que ambos cónyuges se den cuenta de que viven el resto del año focalizados en un proyecto personal, y se conciencien para aumentar la cohesión y mejorar el vínculo”. En otras, perciben que, una de dos, o esto ya no es lo de antes o que, sencillamente, ya no se soportan”.

Es cuando se produce lo que este profesional denomina “una crisis por inmersión en convivencia intensiva”, el desgaste de los compañeros que no habían notado previamente la falta de calidad de su relación.

La añoranza de tiempos mejores se da curiosamente en parejas que llevan uno o dos años juntos y perciben un cambio radical en el sentimiento o en la actividad sexual, explica Bolinches; “el enamoramiento se ha diluido”. Mientras que los que ya no aguantan compartir sus días con el otro se enfrentan a un conflicto larvado.

Y puede resultar aún más problemático cuando la insatisfacción surge sólo en una de las partes, que al reencontrarse con la otra se topa con el sacrificio de su estilo de vida habitual. Según un estudio del Institut Psicològic que dirige este profesional sobre parejas heterosexuales en terapia, de las parejas que decidían romper, el 55% lo hacía por iniciativa de la mujer; el 25% del hombre, y el 20%, de mutuo acuerdo. La desatención invernal.

Pero, ¿cómo ha transcurrido la relación antes de cargar el maletero? Hombres y mujeres se han volcado fundamentalmente en el trabajo, y en esa cotidianidad la convivencia ha quedado reducida a la mínima expresión. Los encuentros del día a día son puntuales y suelen darse al final de la jornada. Tras una rutina ordenada, las dificultades se camuflan con facilidad.

“Se van creando focos de insatisfacción”, advierte la psicóloga María Jesús Álava, “un ya lo hablaremos poco esperanzador. En vacaciones, el nivel de exigencia se eleva, y también la inflexibilidad”. El mes de convivencia conyugal, como explica el psiquiatra Jesús de la Gándara, examina cómo funcionan cuatro pilares: la convivencia, la coexistencia, la conversación y la compenetración.

No estamos acostumbrados a comer juntos, sin televisión, ni a escuchar y a dialogar. Y cuando las conversaciones comienzan con un tú dijiste, tú hiciste… ya se empieza a fallar; a veces no se quiere hablar o ya no se sabe cómo hacerlo.

Afloran entonces los reproches, quedando patente la insatisfacción de unas altas expectativas ante la etapa estival, cuando el resto del año exige igualmente que hagamos saber al otro que estamos dispuestos a escucharle, sin interferencias.

Antoni Bolinches también incide en cómo va minando la rutina: “No se deben hacer las mismas cosas, a la misma hora y del mismo modo. En el sexo y en la vida hay que variar el estímulo, el ritual. El verano es una oportunidad para regenerar la frecuencia de las relaciones —que se duplica o triplica—, gestionar pequeños conflictos y constatar que, pese a los años, se sienten unidos.

PD

Deja un comentario