[*ElPaso}– Gato atraído por los «conejos»

18-07-2008

Carlos M. Padrón

 

Victoria era, y es, una morena que para entonces vivía en El Paso con su esposo Domingo en una casa de dos plantas cuyo único baño estaba en la planta baja y el dormitorio en la alta.

 

En El Paso y en  aquella época —comienzos de los años 60— no era costumbre que las mujeres se depilaran, y Victoria tenía abundante vello en las axilas y en el paraje al que Shakesperare se refirió con la rebuscada frase “el bello muslo y parajes adyacentes”.

 

Como ya dije en el artículo  Insultos (de Canarias)  para nosotros, los canarios, chocho es, además de altramuz, uno de los nombres que se le da a la vulva;  otro es conejo (1), términos ambos que por su “delicadeza” contrastan con el rebuscado eufemismo usado por Shakespeare y que me hacen recordar la forma en que Benanceo, un famoso mendigo y fumador empedernido de la Santa Cruz de Tenerife de los años 50, se refería al dicho paraje, pues con tal de conseguir cigarrillos, Benanceo, que se las daba de poeta, se apostaba en una plaza y cuando pasaba algún transeúnte que fuera fumando lo interceptaba y le decía,

 

El día en que tú naciste

nacieron todas las flores.

Por eso, amigo mío,

¡dame un cigarro!

 

o, para variar —supongo que dependiendo del “pelaje” del transeúnte abordado—, usaba esta otra cuarteta,

 

Tienes un conejo, Flora,

de pelo negro y rizao,

que cada vez que lo veo

me pongo to’ alborotao.

¡Dame un cigarro!

 

Pues bien, Domingo y Victoria tenían en su casa un gato (macho, por si las feministas) que por lo extrañamente casero había devenido, sobre todo para Victoria, en una muy querida mascota más que en un animal utilitario para la caza de ratones.

 

Un día en que Victoria, terminadas las tareas domésticas, necesitaba ir a La Plaza a efectuar otras, tomó un baño y, consciente de que en la casa no había más nadie, decidió ir desnuda al dormitorio.

 

Cuando comenzó a subir la escalera reparó en que el gato estaba sentando, como esperándola, en la parte más alta de ésta, lo cual era normal, pero no fue normal en absoluto que cuando el monte de Venus de Victoria, densamente poblado de negro vello, entró en la línea visual del felino, éste, motivado por sabe Dios qué (1), erizó los pelos de su lomo y emitiendo un fiero maullido se lanzó, con sus garras por delante, contra el conejo de Victoria, e infirió a su dueña varios rasguños en la pelvis, en la unión entre los muslos, en el susodicho paraje Shakesperiano, y en la piel oculta por el tupido follaje del tal monte.

 

Además del susto, el dolor de los rasguños era fuerte, por lo que Victoria corrió a echarse alcohol en ellos, luego de lo cual, y para esperar a que se le pasaran el susto y los ardores causados por el alcohol vertido en las heridas, se puso una bata de casa, de esas largas que llegan hasta los tobillos, y, cubierta sólo por esa prenda, se echó en la cama y comenzó a cavilar cómo diablos iba a explicarle a su marido el origen de los rasguños.

 

Que habían sido obra del gato era, además de absurdo, hasta peligroso, pues Domingo podría pensar que ella había querido hacer que el gato se interesa por los conejos de forma diferente a como lo hacía por los ratones, pero, ¿qué otras cosa podría decirle?

 

Torturada por este dilema dejó para otro momento lo que tenía que hacer en La Plaza, y así como estaba se quedó hasta que llegó su marido. Al entrar éste al dormitorio y ver a su mujer echada en la cama a aquella hora del día y con aquel atavío no pudo menos que sorprenderse y preguntar el motivo. Y Victoria, sin más, le dijo:

 

—Mira, Domingo, tú podrás creerme o no, pero cuando después de bañarme subía yo desnuda por la escalera, el gato se me abalanzó y me hizo estos rasguños, que me duelen todavía bastante. No puedo darte otra explicación porque ésa es la verdad.

 

Y dicho esto —y así como estaba, echada en la cama boca arriba—, retiró de golpe la bata, quedando totalmente desnuda, y abrió sus piernas mientras con las manos separaba el tupido follaje para que Domingo pudiera ver los más íntimos y dolorosos rasguños.

 

En corroboración de que no hay mal que por bien no venga, ocurrió que este strip-tease hecho por Victoria, sorpresivo por lo poco frecuente, tuvo la virtud de exacerbar la libido de Domingo, y lo que siguió entre él y Victoria vino a convertir al gato en un potente e involuntario afrodisíaco, según todavía hoy cuenta Victoria, con su notable gracia natural, cada vez que los familiares o amigos le tiran de la lengua acerca de ese incidente.

 

***

 

(1) Para los useños, uno de los nombres es ‘pussy’ (= gatito), y ésta es ya una coincidencia que cae en los dominios de la Gramática Generativa. Veamos. Tal vez el ataque llevado a cabo por el gato de Victoria tuvo como móvil (ojo, me refiero a lo que realmente es móvil, no a un teléfono celular) unos justificados y atávicos celos, porque en ese íntimo paraje femenino, los gatos, que por ciencia infusa saben inglés, ven a un congénere, y el felino de Victoria se sintió amenazado por la sorpresiva presencia de un para él inesperado competidor que, además, venía montado sobre la humanidad de su querida dueña, y en un lugar al que a él nunca le habían permitido llegar.

 

El análisis detallado y profundo de esta importante hipótesis lo dejo a cargo de los estudiosos de la psique gatuna, y, en caso de que prueben que es cierta, reclamo desde ya mi parte del crédito.