[*El Paso}– Acto de presentación de «Memorias al viento», poesías de Antonio Pino Pérez: Intervención de Luis Cobiella Cuevas

El Paso, 26 de agosto de 1982

Luis Cobiella Cuevas

(Poeta, escritor y amigo. Licenciado en Química)

Entre el árbol, la piedra y la leyenda

(Coloquio con Antonio Pino)

Tú sabes —y ahora lo sabes de una manera definitiva, como quien desde el interior de una catedral contempla columnas, bóvedas y, al mismo tiempo, fachadas exteriores; como adviertes qué sencillo era el secreto de un enlace electrónico; como reparas en que el misterio de la Trinidad era un balbuciente intento de explicar el amor—-, tú sabes que, en estas circunstancias, es posible la trampa; posible y tentador, la trampa, sobre todo cuando intervienen los afectos.

Puede llorarse con “El Embargo” o con la última página de “El Principito”. En el primer caso son nuestros buenos sentimientos los explotados por Gabriel y Galán; en el segundo, la muerte de un niño maravilloso creado por Saint Exupery hace que lloren todos los niños del mundo encerrados dentro de cada hombre; sólo en este segundo caso las lágrimas provienen de arte ajeno; sin “El Embargo” sucede un compungimiento propio hábilmente provocado. El dolor ante la muerte es nobilísimo sentimiento que no implica valor poético alguno.

Tú no necesitas que ponga estos ejemplos para advertir que, cuando median los propios sentimientos, es posible que se disfracen de arte los afectos. Esta sala está llena de personas que te quieren, y corremos el riesgo de ensalzar tus versos, no por buenos sino por tuyos.

No hemos caído en la trampa. Para la edición se previno una ascética perspectiva. Si fue el afecto quien dio a luz la idea, los poemas fueron seleccionados desoyendo la simpatía y obedeciendo criterios suficientemente despegados de la carne; la elección se hizo cerca del arte y lejos de ti. Túlo sabes, pero nosotros necesitábamos saberlo de esta forma inequívoca que es decirlo.

Y necesitamos decirlo porque queremos proclamar la bondad de tus versos desde el afecto, contemplar su belleza con el corazón. También tú contemplas ahora, oyes tus versos, los abarcas definitivamente como aquella catedral mirada al mismo tiempo desde afuera y desde adentro, compruebas que ellos te ataron con más fuerza que la de los enlaces electrónicos. Entiende ya , ya sin balbucir, que el amor otorga eternidad (1).

Te equivocabas, pues. Creías que eras tú menos importante que el árbol, la piedra o la leyenda, cuando nos enseñaste a querer los caminos de El Paso. Frente a ellos te excluías. Tú mirabas afuera y nosotros contigo. Hoy sabes que también estabas contemplando entonces, al mismo tiempo que el entorno, un paisaje interior. El árbol, la piedra o la leyenda nos conmovían (2), eran también aspectos de tu corazón; y ello en tal forma que, ante el paisaje y tu recuerdo, hoy no sabemos quién es quién (3).

Hoy, sin haber muerto aún, te entiendo casi definitivamente. Es bien sencillo: tus versos pertenecen al árbol, a la piedra y a la leyenda, y con ellos y entre ellos, curan más que tu cuerpo porque durante (4) tu cuerpo, el árbol, la piedra y la leyenda pertenecieron a tu corazón.

Ahora, de una manera singular, árbol, piedra y leyenda te suscitan “desde Nambroque a la abismal Caldera” en un (5) libro cuyo acierto logran la cálida coherencia que con tus palabras alcanzaron los criterios de edición (papel, tipos, cortes, colores); la belleza tan hermana de los dibujos de Leal y Luis Capote; y esa tremenda suscitación de ti que hace Pedro Hernández en el prólogo, tú allí resucitado por su madura sabiduría, su elegancia sencilla, su amistad hecha cuidado delicado y cariñoso.

Todas las criaturas de tu libro —letras, dibujos, formas— en tu nombre transitan hacia la gracia y la inocencia “y se aligeran para alzar el vuelo” (6), mientras tú estás ahí, y puedo hablar contigo; tú en segunda persona, yo en primera, y en tercera este espíritu que, hecho carne, se llamó El Paso.

Que puedo hablar contigo. No otra cosa es lo que quería decirle, hace unos días, a Rosario

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(1). El amor que, padre, pusiste en tus poemas hijos, les otorga el espíritu de eternidad.

(2) Nos conmovían, sí, nos movían juntos

(3) ”Sus versos… nos llevaban a las atinadas palabras del erudito crítico Pérez Minik, cuando, al ofrecer una sesión panorámica de nuestra poesía, dice que parece inclinarse ‘hacia una inteligibilidad de la Naturaleza y del hombre como paisaje; y este paisaje lo mismo da que sea exterior que interior. Pues a este paisaje y a este hombre quiso acercarnos con sus poemas Antonio Pino, y también Pedro Hernández en el prologo

(4) ‘durante, participio presente de durar, juntamente con su función adverbial común. La expresión ‘durante tu cuerpo’ tiene también valor de ablativo absoluto.

(5). Poema ‘Tú siempre’ Pág. 63

(6) Poema ‘Soy’, Pág. 79.