Carlos M. Padrón
A la edad de 18 años “dejé el nido” —expresión usada por mi padre cuando alguien abandonaba la casa de sus progenitores para “volar” por cuenta propia— para ir a trabajar en Santa Cruz de Tenerife, donde Carmen, una prima hermana de mi madre, hija de mi tío-abuelo Pedro Castillo, me había conseguido empleo como contable (contador) en la llamada “Agencia de Aduanas de Emiliano Martín Hernández”. El tal don Emiliano era padre de una alumna de Carmen, a quien, si mal no recuerdo, llamaban Mari Lola.
La Agencia operaba en el segundo piso de un ya entonces viejo edificio, hoy desaparecido, exactamente en la Calle La Marina N° 13, Teléfono 3809, y se dedicaba mayormente al empaquetado y embarque de plátanos, En esa Agencia trabajé unos 45 meses: desde mediados de septiembre de 1957 hasta finales de junio de 1961, cuando renuncié para viajar a Venezuela con mis padres y mis dos hermanas.
Me sentaba yo en uno de esos muebles antiguos y altos, que tenían forma de casi ‘V’ invertida, en los que cada lado de esa ‘V’ era una superficie bastante amplia que servía como tope de escritorio, y también era tapa de un cajón o gaveta donde guardar material de trabajo. Al centro de esas dos vertientes, inclinadas hacia quien se sentara en el mueble, tenía éste una especie de repisa sobre la que yo colocaba los libros de contabilidad que, por falta de espacio, no guardaba bajo llave en el cajón.
En esta foto pueden verse, en lo alto del mueble, los libros a que me refiero.

Miguel Vidal, que era de La Palma y trabajaba también en la Agencia, aparece sentado en el lado contrario al que yo ocupaba. Se sentó ahí sólo para la foto, pues ése era el puesto de trabajo de un funcionario de la Seguridad Social que en las mañanas trabaja en esa entidad ─que, si mal no recuerdo, tenía un horario muy cómodo, como de 9 a 14 o algo así─, y en la segunda mitad de las tardes venía a manejar lo relacionado con la Seguridad Social del personal de la Agencia.
El detalle de lo que “El Funcionario” hacía —en adelante me referiré a él por ese nombre— y de cómo lo hacía, nunca lo supe, y dada mi educación y mi corta edad, no era prudente que yo preguntara.
La superficie de trabajo de su lado del mueble, o sea, la tapa del cajón, la mantenía siempre trancada si él no estaba presente; la abría al llegar, y la trancaba al salir, llevándose consigo la llave.
Hicimos buena amistad, y muchos días, al terminar las labores, El Funcionario y yo salíamos juntos y caminábamos por el resto de la calle La Marina, atravesábamos la Plaza de La Candelaria, y subíamos por la Calle El Castillo hasta la Plaza Weyler, donde nos separábamos porque él vivía entonces en esa zona.
Mi sueldo era de 1.200 pesetas al mes, que me pagaban a veces en efectivo y otras veces en un cheque, no recuerdo si a mi nombre o al portador, que yo cobraba en el Banco de Bilbao que estaba en la misma Calle La Marina antes de llegar a la Calle San José.
Aunque no recuerdo que me pidieran que firmara un recibo, siempre hice los correspondientes asientos contables, pues, de lo contrario, la contabilidad no habría cuadrado. Y haciendo memoria después de tantos años, creo que El Funcionario era quien escribía el cheque que él mismo presentaba a la firma de don Emiliano Martín, y éste me lo entregaba cuando lo había firmado.
Con la primera cámara fotográfica que tuve en mi vida, tomé, entre otras, la foto anterior y también ésta, en la que aparecemos la mayoría de los que entonces trabajábamos en la Agencia:

De izquierda a derecha.
• De pie: José Manuel Bethencourt, Clotario Rodríguez, Sotero Hernández, Antonio Blanco, y Manuel Tejera.
• En cuclillas: Alfonso Ferrer, Carlos M. Padrón, y Antonio (no recuerdo el apellido).
Desde que llegué a Venezuela mantuve correspondencia con El Funcionario, y cuando en 1969 murió mi padre, fue El Funcionario quien, a petición mía, ayudó a mi madre en los trámites para que ella cobrara su pensión de viudedad, lo cual le agradecimos todos en mi familia.
Cada año nos cruzábamos, además de las tarjetas de navidad, unas dos o tres cartas. Yo, fiel a mi costumbre, respondía enseguida las suyas, y él a veces se tomaba casi dos meses para contestar a las mías. Todo funcionó así desde 1962 y durante los años posteriores, hasta que con fecha 01/02/1987 le envié una carta que, pasados los meses y también dos años, nunca recibió respuesta.
Preocupado por ese para mí inexplicable silencio, cuando un amigo de nombre Juan iba a regresar a Tenerife, luego de que él y su esposa vinieran a conocer Venezuela y pasaran en mi casa unos días de septiembre de 1989, le dí copia de esa carta enviada por mí a El Funcionario con fecha 01/02/1987, y le pedí que me hiciera el favor de ir a su casa y entregársela personalmente.
Así lo hizo Juan, y luego me contó que lo había recibido la esposa de El Funcionario, que se mostró extrañada porque, según le dijo, allí no había llegado nunca esa carta mía. Sin embargo, ésa que Juan entregó en propia mano tampoco recibió respuesta, lo cual avivó mis sospechas porque una parte de ella decía así:
Caracas, 1 de Febrero de 1987
Dn.
XXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXX
Santa Cruz de Tenerife
C A N A R I A SEstimado Amigo:
../…Fui al Consulado la semana pasada, y la señora que me atendió, esposa de un ex-compañero de trabajo en IBM, me dijo que puedo solicitar mi afiliación a la Previsión Social ya que yo trabajé en España como empleado. Y es aquí donde entras tú, pues pienso que si esto, que me interesa sobremanera, es factible, tú podrías ayudarme a conseguirlo.
¿Sabes algo al respecto? ¿Qué debo hacer? Entiendo que yo tendría que pagar una cantidad inicial y continuar luego cotizando periódicamente, pero también entiendo que habría que “desenterrar” ahí algo que fuera demostrativo de que trabajé como empleado, y yo, desde aquí, no creo poder hacer eso. ¿Puedes ayudarme?
../…
Recibe mis gracias anticipadas por tu atención, un saludo para toda tu familia, y un cariñoso abrazo para ti de tu amigo,
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Carlos M. Padrón
Era muy raro que todas mis cartas a El Funcionario hubieran recibido debida respuesta excepto ésta, única en la que yo había tocado el punto de mi situación ante la Seguridad Social.
Para salir de dudas, le pedí a Juan el favor de que averiguara tal situación. Su respuesta fue que yo no aparecía ahí por lado alguno: simplemente, yo no existía para ese organismo.
¿Quién cree usted, amable lector/a, que sea el responsable de que la “Agencia de Aduanas de Emiliano Martín Hernández” no me diera de alta en la Seguridad Social?
Si el actual Gobierno de España se ha preocupado tanto por subsanar los desmanes, reales o supuestos, hechos bajo el franquismo, y de defender los derechos de los trabajadores, ¿ha previsto algo que permita hacer justicia en casos como el mío, y, por ejemplo, recoger testimonio de quienes fueron mis compañeros de trabajo, de forma que se me reconozcan los 45 meses trabajados?
Hasta donde se me ha dicho, no hay nada que hacer en mi caso, y si regreso a España sólo tendré derecho a la pensión básica, pero no a otra que pudiera fundamentarse en esos 45 meses que allá trabajé.
