Quien escribe lo que copio más abajo es una pluma mucho más autorizada que la mía, pero que señala lo mismo que he señalado en muchas de las notas aquí publicadas: el rechazo a ultranza de franceses y españoles a lo que venga de EEUU, y ya no tanto de Inglaterra.
Y, en el caso de lo españoles, el dilema entre ese rechazo, la paradójica tendencia a inventar palabras supuestamente inglesas (puenting, vueling, etc.), y la no aceptación de otras que, como ‘chip’, ‘pen-drive’ o’ e-mail’, no tienen vuelta de hoja (en ‘pen-drive’ e ‘e-mail’ podría cambiarse la grafía para adaptarla a la pronunciación inglesa —pendraif e imeil—, como se hizo en fútbol), a menos que se quiera caer en el ridículo de los ’60 cuando pretendieron que en lugar de byte se usara octeto. Todo ello lo interpreto como la manifestación del deseo de poder hablar bien inglés, porque lograrlo viste bien.
No sé si en otros países se ha rechazado el término ‘computador/a’ y en su lugar se usa el ridículo ‘ordenador’, pero sí sé que en Francia y España se ha hecho así, y que es parte de ese rechazo, producto de envidia (en el caso de Francia, que no se resigna a no ser, como una vez fuera, rector de los destinos universales), y de complejo, en el caso de España.
El asunto es casi crítico cuando alguien como Amando de Miguel, que entiendo que además de español habla bien ingles, se descuelga con comentarios como éste:
Marcel Moreau (Francia) me dice que no entiende lo de ‘ismael’. Muy sencillo. Es un juego para traducir el ‘e-mail’: emilio o ismael. Son dos nombres corrientes de personas. En cambio, lo de ‘e-mail’ no deja de ser un terminacho impronunciable. Acabaremos diciendo y escribiendo ‘imeil’. Lo de traducirlo por “correo” tampoco convence mucho, pues los ‘emilios’ o ‘ismaeles’ no corren nada.
¿Cuál es el ‘juego’ de traducir e-mail por ‘emilio’ o ‘ismael’? ¿Dónde está la gracia? ¿Dónde lo impronunciable? Sólo lo explico como manifestación del recalcitrante rechazo a lo de origen useño, hecho de forma que intenta dejar en ridículo al término ‘e-mail’ (o sea, ‘imeil’, que nada tiene de impronunciable) cuando en realidad deja en ridículo a quien lo usa.
Sospecho que el libro “Y si habla mal de España… es español”, de Sánchez Dragó, otra pluma muy autorizada, mete el dedo en esta llaga.
Carlos M. Padrón
***
A. de Miguel
El idioma es un continuo fluir de arcaísmos que se retiran de la circulación y de neologismos que se presentan con la frescura de la originalidad.
El idioma español siempre estuvo dispuesto a las novedades léxicas, pero ahora cunde una cierta resistencia a los neologismos. Es una suerte de nacionalismo léxico, que se observa igualmente en el francés o en otros idiomas europeos, salvo el inglés.
La razón es que, dada la hegemonía cultural estadounidense, muchos de los neologismos proceden del inglés. El proceso es tan natural como cuando el castellano medieval se nutría de muchos vocablos arábigos. No hay razón para negar la realidad de los neologismos cuando vienen a etiquetar realidades nuevas. La adaptación fonológica de las nuevas voces procedentes del inglés puede resultar algo complicada, pero al final se resuelve.
LD
