[*Opino}– Lo de «Por un clavo se perdió la guerra» aplicado a los automóviles

Carlos M. Padrón

Hace meses que cuando con mi camioneta —una Ford Explorer 4×4— circulaba yo por un lugar plano, escuchaba un extraño cuido, con un tun-tun, que aumentaba de frecuencia, tanto en el tiempo como en hertzios, cuando aumentaba la velocidad. Por ello deduje que podría tratarse de un problema de cauchos (neumáticos, gomas, etc., según el país), pero cuando rodando por un lugar igualmente plano soltaba yo el volante, el vehículo continuaba en línea recta, lo que, en mi opinión, era prueba de que no se trataba ni de un problema de cauchos ni de amortiguadores.

Para salir de dudas en cuanto a los cauchos, llevé la camioneta al mismo taller al que por 30 años he llevado mis vehículos para asuntos de cauchos y cambios de aceite y filtro, y el dueño del taller, un experto en la materia, deslizó su manos por la superficie y la cara interna y externa de los cauchos, y me dijo que todos estaban bien.

Luego fui a un taller de sistemas de escape, subieron la camioneta en un puente, y esos sistemas estaban bien, pero el tun-tun era cada vez más audible.

Para el pasado 7 de diciembre se había pautado una intervención quirúrgica a Chepina, mi mujer, y se le dijo que debía estar en la clínica a las 6 de la mañana. Salimos de casa a las 05:30 y tomé la ruta más corta: la que a través de la zona conocida como Vizcaya me permitiría caer en El Cafetal, donde está la clínica.

Al salir noté que había llovido, pues el pavimento estaba mojado, pero ya no llovía.

Al comenzar a bajar la vía con muchas curvas que termina en Vizcaya, puse la segunda, pues, aunque mi camioneta tiene, desgraciadamente, transmisión automática, siempre uso la segunda, sea con el vehículo que fuere, cada vez que comienzo una bajada o debo frenar yendo a cierta velocidad, recurso por el cual no sólo los frenos de mis vehículos duran mucho sino que he evitado accidentes que pudieron ser graves.

A pesar de ir en segunda, cuando en cierto momento, y debido a lo inclinado de la vía, la camioneta alcanzó una velocidad que consideré excesiva, toqué ligeramente el pedal del freno, y de inmediato el vehículo derrapó hacia el borde del barranco que corre paralelo a esa vía. También de inmediato, Chepina me gritó “¡No toques el freno!”, advertencia muy oportuna porque, sorprendido por el derrape y aunque conocedor de esa norma, ya mi pie derecho iba camino al pedal del freno.

Varias veces estuvimos a punto o de caer al barranco o de pegar contra el cerro, pues la camioneta bandeaba como loca de un borde al otro de la vía, pero el ABS funcionó y, accionando el volante con la serenidad que pude conseguir, logré estabilizarla y continuar nuestro camino, pero con el consiguiente susto, pues gracias a que a esa hora de la mañana no había vehículos en ninguna de las dos direcciones, nos salvamos de que nos llevaran a la clínica —y no precisamente para la operación a Chepina— o la morgue.

Días después fui a un taller cercano en el que al Corolla de mi hija le había hecho un buen trabajo, y cuyo dueño me pareció competente. Le dejé la camioneta para que le hiciera entonación, le conté lo del ruido tun-tun, y le pedí que revisara la amortiguación o lo que él creyera que podría ser la causa de tal ruido.

Cuando fui a recoger la camioneta, ya debidamente entonada, el mecánico dueño del taller me dijo que el sistema de amortiguación está muy bien (cosa que habla muy bien de él porque los más de otros mecánicos me habrían dicho que estaba malo y que era necesario cambiar los amortiguadores, y sabe Dios si algo más) y que, en su opinión, el ruido se debía a problemas en el caucho delantero izquierdo.

Llevé de nuevo la camioneta al antes mencionado taller de cauchos, pero esta vez le pedí al dueño que desmontara los dos delanteros y los revisara bien.

Apenas revisó el izquierdo me hizo notar una para mí extraña anormalidad: varios de los tacos de goma —los sectores demarcados por las estrías que hay en la superficie del caucho— estaban irregularmente gastados y no alcanzaban la altura de sus vecinos. En un área en particular, había tres tacos contiguos que presentaban este problema, el mismo que la persona que ahora me lo mostraba no pudo detectar cuando, sin desmontar los cauchos, deslizó su manos por ellos.

Ahí se me hizo claro que el derrape que pudo ser mortal fue ocasionado porque en el preciso momento en que pisé el freno, la parte del caucho en el que los tres tacos contiguos estaban tan gastados que no alcanzaban el nivel de sus vecinos, se encontraba en contacto con el pavimento mojado, y, por tanto, falló el agarre.

Compré dos cauchos nuevos y pedí que los montaran en la parte delantera, en reemplazo de los existentes.

CONCLUSIÓN: Más vale gastar en un par de cauchos nuevos, que arriesgarse a sufrir un accidente que podría ser desde los que causan un simple choque hasta los que causan una o varias muertes.