[Opino}– El descubrimiento del siglo: ‘Hay muchos políticos que si trabajaran en una empresa, ya estarían en la calle’

Carlos M. Padrón

Así reza un titular aparecido en La Vanguardia (España) del 04/01/08. ¡Qué gran descubrimiento!

De las diferentes “presentaciones” de políticos, los primeros que deberían ir a la calle son los que integran la variante sindical, o sea, los sindicalista, pues además de que no hacen el trabajo que deberían hacer como empleados de la empresa —pero sí cobran como tales, claro—, entorpecen el de los otros empleados, y torpedean la productividad.

Para colmo de rampante falta de dignidad personal y de ética comercial, todo eso lo llevan a cabo usando recursos de la víctima de sus manejos: la empresa.

Los que conocí durante mis 44 años de vida laboral eran todos cortados por la misma tijera: mediocres incompetentes y holgazanes que, para obtener beneficios propios y evitar que los botaran, armaban un tinglado sindical bajo el que cobijar a otros inútiles e incompetentes que, por serlo —pues veían muy clara la diferencia entre ellos y los que sí trabajaban y producían— se veían obligados a hacer algo para minimizar el riesgo de despido.

A esa descripción correspondían los que conocí en Olivetti de Venezuela, que una vez convocaron una huelga que duró hasta que al cabecilla le dieron una franquicia de distribuidor.

En IBM de Venezuela, y al menos durante el tiempo que yo estuve en esa empresa, no tuvimos sindicatos, a Dios gracias, pero en IBM de España sí había uno que, para mi asombro y consiguiente calentera, usaba las copiadoras de la compañía para reproducir cientos de panfletos con un contenido que no era precisamente favorable a IBM.

En España imponen en verano lo que sarcásticamente llaman “jornada intensiva” —aunque de intensiva no tiene nada— que, según argumentan, se hace necesaria debido al mucho calor. Si por eso fuera, argumentaba yo, en países como Venezuela debería haber jornada intensiva todo el año.

En plena jornada intensiva, yo regresaba a mi oficina después de almorzar, y continuaba trabajando hasta las 5 ó 6 de la tarde. Y en una de esas tardes entró a mi oficina un tipo y me dijo que yo no podía trabajar en ese horario.

Como no sabía quién era el tipo ni entendí qué decía ni con qué autoridad se consideraba para decírmelo, lo miré extrañadísimo y le pedí explicaciones. Su respuesta fue que él era del sindicato, y que éste prohibía que los empleados de IBM de España trabajaran después de las 2 de la tarde.

Después de tragar en seco y contar hasta 10 para no contestarle mal, le dije que yo trabajaba para IBM de América Latina, parte del mundo donde precisamente a las 2 de la tarde, hora de España, recién habían abierto las oficinas para comenzar a trabajar, y que, por tanto, mi deber era estar al pie del cañón, y disponible, en el horario laboral de América Latina, no en el de España.

Como vio que no iba a salirse con la suya, dio media vuelta y, ya camino a la puerta, medio me gritó:

—Está bien, ¡pero conste que estás dando un mal ejemplo!

¡Qué riñones! ¿¡Trabajar es mal ejemplo!? Sólo una mente sindical puede pensar así.