Antes de que los españoles conquistaran las Canarias, cuyos aborígenes se llamaban guanches, en la Caldera de Taburiente —ese enrome cráter, del que tanto he hablado en este blog, que está dentro del término municipal de El Paso, en la isla de La Palma (Canarias)—, se asentaba el cantón Aceró del cual era mencey (rey) el guanche Tanausú, cuya esposa se llamaba Acerina.
Después de un año de permanente lucha, el conquistador español Alonso Fernández de Lugo, que no había conseguido someter a Tanausú, lo citó a una reunión en la Fuente del Pino para celebrar allí un supuesto pacto de caballeros.
Tanausú dejó confiado el seguro refugio que le brindaban los escarpados riscos de la Caldera de Taburiente y bajó hasta la Fuente del Pino, donde fue víctima de una emboscada en la que los españoles lo hicieron prisionero.
Los Reyes Católicos, ante lo mucho que les estaba costando conseguir la rendición de Tanausú, habían pedido que, cuando lo apresaran, lo llevaran ante su presencia.
En cumplimiento de esa real petición fue encadenado y subido a un barco que partió rumbo a España, pero cuando el perfil de su Benahoare —nombre que los guanches daban a la isla llamada hoy La Palma— se perdió en el horizonte, Tanausú se negó a comer, y murió en alta mar.
El soneto que sigue recuerda el dolor de Acerina por la pérdida de Tanausú, víctima de la cobarde maniobra que permitió someter a los guanches de toda la isla y marcó el inicio de la extinción de esa raza en Benahoare.
Se dice que esto llevó a Acerina a pedir el “Vacaguaré” (= quiero morir), y, según la costumbre, fue complacida por sus familiares que acondicionaron la cueva que a tal efecto ella escogió —se construía dentro de ella una especie de cama sobre la que, a guisa de colchón, ponían pinillo (aguja de pino seca), y al lado, en el piso, un gánigo (cántaro) de leche fresca y frutas— y una vez instalada Acerina en ese lecho, cerraron con piedras la entrada de la cueva.
La escogencia de este tipo de muerte era bastante común entre los guanches de Benahoare.
Carlos M. Padrón
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LA FUENTE DEL PINO
Ya no bullen canciones de alegría
las cristalinas aguas de la fuente,
espejo de Acerina, que fluía
para copiar las rosas de su frente.Hoy llora entre lamentos de agonía
una furtiva lágrima doliente,
para lavar aquella cobardía
con la raza inmolada por valiente.El dolor que diluye su corriente
para contarnos el pesar que siente,
brota en la roca por la herida abierta.Y en un clamor sus aguas angustiadas
rezan a Dios, al verse liberadas,
una plegaria por la raza muerta.1946
