Además de obra en verso, don Antonio Pino Pérez tiene mucha en prosa. Su hijo, Juan Antonio Pino Capote, amigo mío desde que ambos éramos adolescentes, me ha hecho llegar varios de esos artículos en prosa, y aquí va el primero de ellos, precedido de una pequeña biografía que de su padre hace Juan Antonio.
Carlos M. Padrón
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Mi padre, Antonio Pino Pérez, nació en El Paso el 16 de julio de 1904. Estudió bachillerato en el instituto “De Canarias” (entonces el único del archipiélago, y hoy “Cabrera Pinto”) de La Laguna, Tenerife. Desde joven sintió inclinación a estudiar Letras, pero un mecenas familiar, que era quién le podía costear los estudios, lo hacía condicionándolo a que estudiara Medicina en Madrid, donde se podría relacionar con los líderes liberales, que era la tendencia política de su mecenas, y supeditando así sus estudios a la militancia liberal.
Con el pretexto de que algunas asignaturas del tercer curso de Medicina se le habían atravesado en Madrid, se trasladó a Galicia para terminarlo, y así fue. En cuanto pudo meterse en un barco hacia Cuba se escapó en 1928 de las redes políticas y de la Medicina para irse a ese país con la intención de trabajar y estudiar la carrera de su verdadera elección: Filosofía.
En Cuba fue acogido por paisanos suyos de la Quinta Canaria, donde, ayudado por sus tres años de Medicina, trabajó como enfermero mientras estudiaba Letras, y colaborando además, como redactor, con el cuerpo de redacción de “Tierra Canaria”, que es la revista en la que publicó los artículos que te he mandado.
Cuerpo de redacción de Tierra Canaria, 1930/31, donde aparece mi padre, ampliado en la foto que sigue.

Antonio Pino Pérez en Cuba. Foto de 1930/31.
Por su participación activa en las revueltas estudiantiles de los universitarios, debió huir de La Habana y se fue a Cabaiguán, pero como también allí lo buscaban, sus amigos le aconsejaron que regresara a Canarias, y le ayudaron a hacerlo.
Regresó a La Palma en 1932 y, precisamente trabajando en las ruinas de la Iglesia Nueva —“La ruinosa iglesia de mi pueblo”—, se enamoró de mi madre, que también trabajaba allí.
Pero mi madre era de familia afiliada al Partido Conservador, y, como ya dicho, el mecenas familiar de mi padre era Liberal y, por ello no estuvo conforme con ese noviazgo y no ayudó a mi padre para que se hiciera dentista, que era la carrera que, convalidando sus tres años de Medicina, podía él terminar en menos tiempo.
Sin embargo, de otros familiares consiguió dinero suficiente para hacerse dentista y casarse con la conservadora.
Tras largos años de ejercicio profesional, político y literario (Hijo Predilecto de su pueblo), murió en Santa Cruz de Tenerife el 24/08/1970. Al día siguiente sus restos fueron trasladados a su pueblo natal, El Paso,

El cortejo fúnebre llegando al Ayuntamiento de El Paso.

El cortejo fúnebre frente al edificio del Ayuntamiento de El Paso. Al fondo, paradójicamente, la torre de la que en 1930 era ruinosa iglesia.
que le tributó una calurosa y multitudinaria acogida, y fueron inhumados en el cementerio de su pueblo.
Juan Antonio Pino Capote
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Antonio Pino Pérez
La ruinosa iglesia de mi pueblo
(Artículo publicado en “Tierra Canaria”, La Habana, Cuba, en agosto de 1930)
Hace ya más de 20 años que estas cuatro paredes desnudas y sin amparo esperan ser terminadas debidamente, para ser convertidas en el Templo Parroquial de la ciudad de El Paso.
Desde hace tiempo, crecían, en la libertad de su abandono, las ortigas y los cardos, y a sus alrededores jugaban alborozados los chiquillos, lo pueril de sus travesuras y lo inconsciente de sus ingenuidades, mientras que en su interior, desierto, lloraba en silencio el más desconsolador de sus mutismos. Recuerdo que, en los días de fiesta política, los caciques del pueblo mandaban escupir sobre estas paredes desoladas la salva biliosa de un cañonazo, con el que celebraban sus triunfos fatales. En esta inocencia sentimental de mis pocos años, aquellos cañonazos se me antojaban como una maldición profana a lo que, tal vez, había de ser un día, o como un insulto belicoso a lo que ya in mentis era.
Hoy, como una ironía terrible a estas ruinas sin gloria y sin recuerdos, han rodeado sus paredes de una bella plaza donde en los días festivos lucen sus encantos y su lujo las mocitas casaderas, y los indianos pasean en triunfo sus fanfarronas arrogancias.
Pasan los años, y esta enorme mole de granito, que respira arte por sus pétreas formas y expande grandezas desde sus majestuosas magnitudes, yace abandonada al sol y a las lluvias, y confiada a la obra implacable del tiempo.
Contemplando sus piedras renegridas por la lluvia, y su vejez tan prematura que ni siquiera llegó a tener ni juventud, no he podido menos de compararla a la vida rota de un soñador de imposibles que se empeñó, en la vida de los hombres, en plasmar de realidades el ideal de un sueño superior a sus fuerzas.
La casa que había de albergar los misterios del catolicismo y servir de sedante a los anhelos gigantescos de la fe, postrada en el más doloroso de los olvidos y a medio hacer, como el esqueleto de una religión que languidece o como el fantasma temido de un enigma que no hemos sabido penetrar, perece hablarnos en su desgracia de la indiferencia desalentadora de los creyentes y de lo inconstante y tornadizo de los esfuerzos de los hombres.
Estas ruinas, edificadas expresamente para ruinas, inspiran mayor desaliento que las de Itálica y que las de Pompeya. No tendrán un cantor que las redima, porque no tienen historia, ni vendrá nadie a recordar entre sus escombros. Serán como un orgullo soberbio que se nutrió de sí mismo e, impotente, un día sin haber sido, se sepultó bajo la fantasía de sus grandezas, desdeñosa y despectivamente.
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NotaCMP.- Las ruinas cobraron forma, y el 27 de julio de 1934 fue inaugurada la que desde entonces se conoce en El Paso como “La iglesia nueva”, cuyo frente luce ahora como se ve en esta foto, tomada por mí en julio de 1974

