[*FP}– Neblina (5/7): Mi segundo viaje a “Australia” (Cont.)

Carlos M. Padrón

Mi segundo viaje a “Australia” (Cont.)

Pasadas las 11 de la noche me despedí de mis hijas y me fui al Hyatt Palo Alto, y apenas acercarme a él me extrañó no ver ningún carro en el estacionamiento, que era el área alrededor del edificio. Mi extrañeza llegó a límites preocupantes cuando en la entrada del estacionamiento encontré una cadena que me impedía el paso. Toqué corneta (claxon) varias veces, y al rato vino hasta mí un individuo con uniforme de guardia de seguridad y cara de pocos amigos —valga la redundancia— que, de forma bastante brusca, me preguntó qué quería:

—Quiero entrar en mi habitación.

—Imposible. El hotel está cerrado.

—¿Qué quiere decir con que está cerrado?.

—Que fue clausurado hoy al mediodía.

—¿¡Como que clausurado!? ¿Y dónde está mi equipaje?.

—No hay equipajes en el hotel. Todos los huéspedes salieron esta mañana llevándose sus equipajes, y el hotel fue clausurado.

—Pues lo siento, pero esta mañana dejé mi equipaje en este hotel y lo necesito ya. Necesito entrar.

—No puede entrar. El hotel ha sido clausurado.

Tal vez porque ambos fuimos alzando progresivamente la voz, de pronto salió del hotel y vino hacia nosotros un individuo que dijo ser el gerente de Hyatt a cargo de la tal clausura, y preguntó qué pasaba. Cuando le repetí lo que ya le había dicho al guardia, el gerente, en tono más amable, me dijo que yo estaba equivocado porque, insistió, el hotel había sido totalmente vaciado, y los pocos huéspedes que quedaban habían retirado sus equipajes y entregado las llaves esa mañana al momento de irse.

Ante esto saqué de mi bolsillo la llave de mi habitación y balanceándola frente a su cara le pregunté:

—¡Conque todas las llaves fueron entregadas, ¿eh?!.

Poniendo expresión de asombro, el gerente, con un rápido gesto de su mano quiso arrebatarme la llave, pero yo, que me temía algo así, fui más rápido y la guardé de nuevo en mi bolsillo. La cara que luego puso aquel hombre me dijo que había caído en cuenta de que tenía problemas, y, de ser esto cierto, su próxima pregunta, inspirada seguramente en su fracaso por hacerse con mi llave, los aumentó:

—Bien, si es cierto lo que usted dice, ¿por qué no me lleva a ver su supuesta habitación?.

Follow me! (¡Sígame!)—, fue mi respuesta inmediata.

Se me hizo claro que el tipo supuso que yo NO era huésped del hotel y que, por tanto, no sabría llegar sin titubeos hasta mi habitación, pero, pasando por encima de la cadena, me fui directamente hasta la recepción, seguido de cerca por el gerente y el guardia, bajé una escalera hasta el nivel inmediato inferior, y eché a caminar muy deprisa por el largo pasillo, cuidando de usar sólo el rabillo del ojo para leer los números de las habitaciones por las que íbamos pasando. Y al llegar frente a la 124, que era la mía, sin titubeo alguno introduje la llave en la cerradura, abrí de par en par la puerta y, desde afuera, señalé hacia la cama, claramente visible desde el pasillo, y volviéndome hacia el gerente le dije:

—Eso que está sobre la cama es parte de mi ropa. Y aquella maleta de color negro, cuya combinación puedo darle si usted quiere, es mi maleta.

Incrédulo, el guardia, que estaba detrás del gerente, se adelantó dos pasos, miró hacia el interior de la habitación y, al comprobar que dentro estaba lo que yo había mencionado, dio media vuelta y se alejó casi corriendo; había presentido problemas y no quería participar más de aquel lío. El gerente, por su parte, se puso rígido como una estatua; enrojeció primero y después palideció. Luego, tartamudeando, sin atreverse a mirarme de frente y frotándose nerviosamente las manos, balbuceó:

—Pero, ¡esto no puede ser! ¡A mí se me dijo que el hotel había quedado vacío! ¡Que a todos los huéspedes se les había informado, al momento del chek-in, sobre la fecha y o hora límites!.

—Pues a mí nadie me dijo nada y, como usted ha comprobado, el hotel ni está vació ni acepto que esté clausurado para mí, pues tengo que dormir unas horas porque debo volar mañana temprano.

—Pero, señor, usted no entiende: el hotel está legalmente clausurado, y legalmente no puedo permitir que nadie duerma aquí.

“Legalmente”, tal vez la palabra más manoseada en USA, me dio una idea, y echando mano de mi carnet de empelado IBM, que en aquellos tiempos obraba milagros en casi todas las áreas sociales de ese país, se lo puse al gerente frente a su cara mientras le decía que el hotel por él representado en el trance que nos ocupaba podría tener otros problemas legales diferentes a los por él mencionados. Por poco se desmaya, y casi en tono de súplica me pidió:

—Por favor, señor, recoja usted su equipaje mientras yo voy a recepción a tratar de conseguirle hotel para que duerma esta noche. Cuando esté listo, llámeme para que le ayudemos a llevar su equipaje hasta su carro.

—Está bien, pero tenga en cuenta que no aceptaré ni un hotel de menor nivel que éste, ni un pago mayor al que habría tenido que hacer aquí—, fue mi respuesta.

—Veré qué puedo hacer—, me dijo y se fue casi en carrera.

Cuando terminé con mi equipaje, lo llevé yo mismo —botones y camareros no son especies de mi devoción—, aunque al final tuve que aceptar que me lo llevaran hasta el carro porque, legalmente —eso me dijeron—, no podían sacar la cadena para que yo pudiera llegar con el carro hasta la puerta del hotel.

Al pasar por la recepción, el gerente me dio, escrita y sellada, una orden para el Hotel Hyatt Rickeys, y las instrucciones para llegar a él.

Creo que ambos, gerente y guardia, respiraron aliviados cuando, pasadas las 12 de la noche, me fui en busca del nuevo hotel,… y por el camino iba yo tramando ya cómo obtendría provecho de aquel desagradable inconveniente hotelero.

Apenas llegar al Hyatt Rickeys —muchísimo mejor que el Hyatt Palo Alto— me apresuré a meterme en la cama para ver de dormir algo, pero no sin antes pedir que me despertaran a las 4:15am; así lo hicieron. Antes de dejar mi habitación tomé la revista promocional de la cadena Hyatt, pues contenía datos clave para mi plan de sacar provecho del problema con el Hyatt Palo Alto.

A las 6:00am, después de haber devuelto en Hertz del aeropuerto de San Francisco mi carro alquilado, hice check-in en AA, y a las 7:50am estaba ya volando camino a Miami, y luego desde Miami a Maiquetía, a donde llegué a las 8:00pm (20:00).

Durante ese largo vuelo, además de dormir varias horas escribí dos documentos: 1) un memorando interno presentando a IBM mi queja por la negligencia de Neblina y los gastos por él causados; y 2), tomando datos de la revista promocional de la cadena Hyatt, una carta dirigida al CEO (Presidente Ejecutivo de la Junta Directiva) de esa cadena hotelera presentándole mi queja por lo ocurrido en el Hyatt Palo Alto.

Cuando al día siguiente llegué a mi oficina en Caracas, le pedí a mi secretaria que procediera a mecanografiar ambos documentos mientras yo fotocopiaba todos los recaudos que adjuntaría a ellos como respaldo.

Una vez que el memorando interno estuvo listo, engrapé a él los correspondientes recaudos, metí todo en una carpeta que solía yo llevar a las reuniones, y me fui a la oficina de Francisco L., gerente encargado de lidiar con proveedores. Le conté lo ocurrido y le dije que yo no aceptaría que al IICF se le cargaran los gastos de ese viaje que, por culpa de Neblina, había resultado frustrado.

Le brillaron los ojos, esbozó una sonrisa muy maliciosa, y me pidió que le pasara un memorando explicando con lujo de detalles todo lo ocurrido y adjuntando los comprobantes de los gastos ocasionados por el viaje en cuestión.

Cuando terminó de formular esta petición, abrí mi carpeta y saqué el abultado expediente, de memorando más recaudos, que deposité frente a un sorprendido Francisco L. Él tomó el legajo y a medida que avanzaba en su lectura iba invadiendo su rostro una sonrisa como la del infante al que le confirman por escrito que el Niño Jesús sí le va a traer por fin el regalo tan ansiado y esperado. Cuando terminó la lectura del memorando y echó una ojeado a los recaudos, la expresión era de total felicidad, y casi con alborozo me dijo:

—¡Es todo lo que necesito! Gracias. Te mantendré informado.

Incorporándome para irme, y ya camino a la puerta de su oficina, le dije que esperaba que esa información me llegara en breve y fuera portadora de buenas noticias.

Un par de días después recibí copia de un memorando de Francisco L. dirigido a la gerencia de la agencia de viajes representada por Neblina —con copia a la dirección de Finanzas de IBM, a la de Servicios Generales, etc.— en el que, en todo muy duro, Francisco L. denunciaba la irresponsabilidad y falta de profesionalismo del Sr. Neblina, pedía reembolso de más de US$5.000 por los gastos en que yo incurrí porque Neblina no había obtenido para mí la visa para Australia, y advertía que, de darse otro caso más de ese tipo, como ya se habían dado varios, IBM “revisaría seriamente” el contrato con esa agencia de viajes.

A poco, todos en IBM sabían de mi frustrado viaje a Australia, de la jalada de orejas que le habían echado a Neblina, etc. El inefable Tacoa se presentó feliz en mi oficina y me dijo: “¡Qué vaina tan buena le echaste a Fray Junípero! Si al tipo lo pinchan no le sale sangre. Carga una arrechera negra de verdad”.

Cuando me tocó viajar de nuevo, le pedí a MEU que me tramitara todo con Neblina. Me miró asombrada, pero le ratifiqué la petición: ¡con Neblina!.

Cuando uno de los analistas que trabajaba conmigo se enteró de esta decisión mía vino a preguntarme cómo se me ocurría volver a viajar con Neblina después de lo que me había hecho. Mi respuesta fue que ahora era cuando Neblina iba a esmerarse conmigo y a manejar mis viajes, reservas y demás, como Dios manda, y mejor que cualquiera otra agencia de viajes.

Y así fue, Neblina nunca más me hizo víctima de sus habituales trastadas, y aunque tampoco me miraba con agrado, seguí viajando con él por un tiempo hasta que, en la dirección de la otra agencia de viajes a la que IBM de Venezuela había dado cabida en el local que estaba frente a la de Neblina, pusieron a dos lindas muchachas que, además de buenas profesionales, estaban de muy buen ver. Ante esto, dejé de lado a Neblina y me fui con las muchachas.

***

Cuando mi secretaria hubo mecanografiado mi carta de queja al CEO de Hyatt, le adjunté todos los recaudos que creí oportunos y la envié por correo certificado.

[*Opino}– Origen de las palabras: Madrid y madrileño

Carlos M. Padrón

Y dale con la dificultad de pronunciar palabras que nada tienen de enrevesadas!

¿Por qué ‘madrideño’ es de pronunciación imposible? ¿Qué tiene de arduo pronunciar ‘cafecito’?.

¿Por qué es difícil de pronunciar la terminación ‘id’ y no lo es la ‘ed’ (usted, merced, etc.), o la ‘ad’ (verdad, gustad, etc.)? ¿Por qué, entonces, no suprimen la desinencia de la terminación verbal asociada a la forma imperativa plural de segunda persona de TODOS los verbos (comed, partid, cantad, etc.)? ¿De dónde sale entonces que es atípica la terminación en ‘d’?

Como resultado del tiempo que viví en Madrid llegué a creer que los peninsulares españoles en general padecen de pereza fonética, y detalles como los de este artículo y otros del mismo corte me ratifican en esa creencia. O tal vez la explicación sea que en pronunciar esas ásperas ‘z’ (p.ej., corazón) y ‘c’ suave (p.ej., asociación) gastan tanta energía que no les queda para más.

***

Amando de Miguel

Elena Alises me transmite su preocupación: «Llevo unos días dando vueltas al origen del nombre de ‘Madrid’, con la ‘d’ terminal atípica en español, y el adjetivo madrileño en vez de ‘madrideño’. ¡Si encontrara algún hueco para contárnoslo!».

¿Cómo no? Son muchos los que se han sentido intrigados con ese raro nombre de Madrid. Verdaderamente, hay pocas voces españolas terminadas en ‘id’. Algunas se relacionan con la guerra: adalid, ardid, Cid, lid.

Hay varias versiones sobre el origen de Madrid. Jaime Oliver Asín lo funda en la voz latinizada ‘matrice’ (= matriz, arroyo, fuente). De ahí pasó a ‘Matrit’, ‘Matriy’ o ‘Majerit’, pronunciado al modo arábigo.

Ramón Menéndez Pidal opina que el origen es céltico: ‘Magerito’, de ‘mago’ (= grande) y ‘ritu’ (= vado, puente).

Manuel Gómez Moreno sostiene que el nombre proviene de una mezcla de una voz púnica ‘magalia’ y del latino ‘maxeria’ (= choza). En casi todos los casos los nombres originales aluden a corrientes de agua, algo que se reproduce en otros muchos topónimos de ciudades. Sólo que las corrientes de agua que están en la base del nombre de Madrid no se refieren tanto a las del Manzanares como a las subálveas. En efecto, la ciudad de Madrid siempre tuvo muchos pozos y fuentes, circunstancia que, paradójicamente, retrasó mucho la traída de aguas desde la Sierra por medio de un canal. Es el famoso Canal de Isabel II, todavía en uso, sólo que muy ampliado. La abundancia de aguas subterráneas se explica por las abundantes lluvias de la zona serrana y el carácter poroso del terreno. Por eso el Manzanares es tan poco caudaloso. Respecto al gentilicio ‘madrileño’, es claro que se trata de facilitar la pronunciación del imposible ‘madrideño’. La derivación de madrileño’ me recuerda el diminutivo castizo de ‘cafelito’. Sería muy arduo decir ‘cafeíto’, ‘cafito’ o ‘cafecito’.

Si se me permite echar mi cuarto a espadas sobre el origen del nombre de ‘Madrid’, sospecho que proviene de la raíz ‘magh’, que en sánscrito y algunos idiomas europeos da poder. De ahí, por ejemplo, ‘madre’, ‘mago’ y ‘magia’, comunes a varias lenguas europeas. Es fácil ver en los símbolos madrileños elementos mágicos. «La villa de las siete estrellas» fue llamada Madrid, por las siete estrellas de la Osa Menor. La Osa y no el oso del madroño.

El madroño es un árbol mágico, puesto que sus extrañas bayas son alucinógenas. Podríamos imaginar que en la Silla de Felipe II, en la Almudena y en el Cerro de Los Ángeles se situaron sendos lugares de culto precristiano. Es fácil suponer que los druidas de esos primitivos templos utilizaban las bayas del madroño como estupefaciente ritual. Lo de la Osa Menor pudo venir de que en el Madrid musulmán funcionó una escuela de Astronomía. Con el tiempo, la metáfora de las «siete estrellas» adquirió otra significación: una estrella con siete puntas sobre el plano de las carreteras que confluyen en la puerta del Sol: las seis carreteras nacionales más la de Toledo.

También se pensó que las siete estrellas son las siete colinas sobre las que se asienta el plano del Madrid medieval. Se ha dicho lo mismo de Roma o de Lisboa. Lo más asombroso de Madrid es que no sea ciudad sino villa, y que hasta hace poco no haya tenido catedral. Es más, la mezquita se inauguró antes que la catedral. En fin, «Madrid, castillo famoso»; eso es lo que es.

LD.