01-03-2007
Carlos M. Padrón
Emigró a Cuba, como hicieron casi todos los muchachos del pueblo, a la edad de 18 años, regresó a El Paso a los 23, y vivió por más de 100 años.
Era un campesino al 100% que se dedicó siempre a las labores del campo (labranza, siembra, siega, trilla, cosecha, tala y acarreo de troncos, etc.) y a sus cabras, vacas, caballos, mulas, cochinos, yuntas de bueyes y perros de caza, pues era un gran aficionado a la caza de conejos usando perros y hurones.
En las tardes se reunía con sus amigos, muchos de ellos también cazadores, en uno de los bares del pueblo, y entre vaso y vaso de vino se echaban cuentos que, al igual que se dice que hacen los pescadores, estaban plagados de exageraciones.
Por ejemplo, uno contaba que había ido a cazar con su perro, a un área distante varios kilómetros de su casa, y para que el perro no se enredara en algún arbusto cuando fuera corriendo tras un conejo, le sacó el collar que, por descuido, dejó olvidado en el lugar. Al llegar de vuelta en la noche a la casa cayó en cuenta del olvido, le ordenó al perro que fuera a buscar el collar, y el perro, sin más, entendió la orden, fue y regresó con el collar en su hocico.
A una exageración como ésta contestaba otro contertulio con una igual o mayor, hasta que uno de ellos concluyó diciendo:
—Es que hay perros que soy más inteligentes que sus amos.
Y, de inmediato, Gallito respondió:
—¡El mío es uno de ésos!.
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Allá por los años 50 se inició el juego de la quiniela, que consistía en tratar de acertar el resultado de unos 14 partidos de fútbol. Frente al nombre de los equipos que disputarían cada uno de ellos había que marcar un ‘1’ si el apostador creía que ese partido lo ganaría el equipo anfitrión; un ‘2’ si creía que lo ganaría el visitante; y una ‘X’ si creía que terminaría en empate. Y Gallito se aficionó al juego de las quinielas.
Una de sus vacas lecheras tenía malas pulgas, y un día, mientras Gallito la ordeñaba, la vaca le soltó una patada. Gallito se alzó del pequeño banco que usaba para sentarse a ordeñar, y soltándole a la vaca una patada en la parte baja de la barriga exclamó:
—¡Equis!
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Los cochinos, que entonces se criaban y engordaban con las sobras de la comida de sus dueños, a la que se añadía gofio de chochos, eran usualmente sacrificados sobre el mes de noviembre en una especie de ceremonia llamada “la matazón del cochino” de fulanito.
A ella asistían familiares y vecinos, pues la tarea era larga y había que realizarla en un solo día. Se iniciaba antes de despuntar el alba, cuando las mujeres ponían agua a hervir para con ella lavar y cepillar la piel del cochino, una vez muerto éste, hasta despojarla de toda la porquería acumulada en ella durante un año. Luego se le daba muerte al cochino, para lo cual se usaba generalmente o bien un fuerte golpe en la cabeza dado con la parte gruesa de la hoja de un hacha, o bien una certera puñalada directamente al corazón. Mi tío-abuelo Juan Sosa era un experto en esta modalidad de la puñalada, y tenía merecida fama de conseguir que el cochino cayera muerto sin emitir sonido alguno.
Los cochinos que, para mantener lejos los malos olores, usualmente se criaban en un lugar bastante apartado de la casa, se alteraban al ver que de pronto había muchas personas junto a su corral, así que el día de la matazón de un cochino de Gallito, éste entró al corral para matarlo, pero el cochino consiguió llegar a la puerta de salida antes de que Gallito acertara a cerrarla completamente y pretendió escapar por ella. Gallito alcanzó a sujetarlo por los cuartos traseros, y eso dio comienzo a un forcejeo entre Gallito, que quería meter de nuevo al cochino en el corral, y el cochino que quería escapar de él.
Unas veces Gallito conseguía meter hacia el corral parte del cuerpo del cochino, y luego era el cochino el que conseguía sacar del corral parte de su cuerpo. En ese vaivén estaban cuando Gallito exclamó:
—Tú serás más cochino que yo, ¡pero más animal, no!.
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P.D.: Mi madre y Gallito habían sido vecinos durante su infancia y primera juventud, y un verano de mediados de los 90, viudos ya ambos desde muchos años atrás, mi madre, para entonces de unos 85 años, estando de vacaciones a El Paso pasó frente al bar usualmente frecuentado por Gallito, éste la piropeó, en voz alta y ante público, y mi madre, que creía que la viudez es para todo el resto de la vida y que el mundo entero tenía que respetar esta crrencia suya, se sintió tan ofendida que, de vuelta en Caracas, por varios años comentaba a cada rato el incidente y montaba en cólera.
Un día, y ya que el médico decía que su cardiólogo dijo que mantenerla motivada, se me ocurrió decirle que Gallito, en vista de que ella lo había rechazado, estaba de novio con Eva, una prima hermana de mi madre. Esto bastó y sobró para que montara todo un drama exclamando a cada rato cómo era posible que su prima Eva, viuda también desde hacía años, se hubiera enamorado de Gallito, que qué clase de venda le habían puesto en los ojos a su querida prima, que cómo estarían de disgustados los hijos de Eva, etc.
Así que, para poner broche de oro al episodio, un día escribí una carta en la que, supuestamente, el hijo de Eva se desahoga conmigo contándome lo que sufría con la relación amorosa entre su madre y Gallito, las cosas de pichones enamorados que se hacían uno a otro, y los quebraderos de cabeza que daban a todos.
Un sábado le dije a mi madre que había recibido esa carta pero que había olvidado llevarla para leérsela, lo cual la dejó en ascuas y bien alerta durante toda la semana. El próximo sábado llevé la carta, se la leí,… y por poco morimos todos de risa ante los aspavientos y comentarios que mi madre hizo,… y siguió haciendo por meses.
