Carlos M. Padrón
No sé si el artículo que sigue está escrito en clave de humor, pero sí sé que tiene un trasfondo que no lo está.
Y aunque acerca del tema del trasfondo podría yo escribir una larga disertación —y tengo intención de hacerlo algún día—, por ahora sólo pongo sobre el tapete tres observaciones.
1.- Estoy de acuerdo con Inma en que es deseable que los hombres fueran heterosexuales, y “como eran antes”. Una vez dicho esto,
2.- No creo que David Beckham —cuyo apellido se escribe así y no Beckam, como escribió Inma— le haya hecho daño al mundo masculino. Se lo ha hecho, brindándoles un pretexto, a los que tienen pene pero no pertenecen, o no quieren pertenecer, a ese mundo.
3.- Inma es, como una gran mayoría de las mujeres, de las que saben decir bien qué esperan recibir de un hombre: que les abra las puertas, les cambie el caucho (rueda) del carro (coche), las defienda, les sirva de chofer, etc., [y, cosa rara: que no sea sensible (¡?)]. Con esta lista de los deberes que Inma le asigna a “su” hombre me recuerda a las mujeres que debiendo y pudiendo cambiar un caucho, hacerle mantenimiento a su carro, clavar un clavo, etc, se justifican de no hacerlo diciendo: “¿¡Y para qué tengo yo un marido!?”.
Inma, repito, es de las mujeres que pueden hacer una larga lista con lo que esperan que su hombre tenga y les dé. Pero la pregunta que a esas mujeres las deja perplejas y sin saber qué responder es: “¿Y A CAMBIO DE QUÉ?”. ¿Qué le ofrecen ellas a ese hombre que debe reunir una larga letanía de atributos que las más de las veces sólo sirven para permitir que ellas sean una carga, y unas perfectas —y encima pretenciosas— parásitas?.
Por si quieren ver el artículo en original…
***
05.10.2006
Imma Sust
Hola. Me llamo Inma y quiero un hombre de verdad. A mis 32 años ya me he cansado de esperar al príncipe azul, y, una vez asumido eso, me doy cuenta de que los hombres de verdad ya no existen. Ahora, el hombre del siglo XXI es como nosotras, las mujeres; igualito pero con pene.
De hecho, son peores. ¡Usan nuestras cremas, se depilan, tienen más ropa en el armario, van al club cuatro horas al día, y son sensibles! Yo no quiero un hombre sensible, quiero un hombre que me abra la puerta del coche, me defienda si entra un ladrón en mi casa, sepa conducir, y no llore viendo “Los puentes de Madison”. Pero, ¿cómo encontrar a ese hombre?.
Yo ya no distingo a los metrosexuales de los homosexuales o los heterosexuales. Antes era más fácil, porque si un hombre llevaba un pendiente, estaba claro: era gay. Ahora tienes que hacerle un test para descubrir de qué palo va. El último hombre con el que he ligado pasa más horas en la peluquería que yo, se pinta las uñas, se gasta un pastón en ropa de marca, y es narcisista de narices.
Pero lo peor viene a la hora de cenar. No se limita a limpiar los platos o recoger la mesa, como haría cualquier hombre normal. No. Cada día entra en mi cocina, lo ordena todo a su manera, y decide por mí qué es lo que tengo que comer. Y no estoy hablando de unos macarrones y un bistec a la plancha, ¡qué va! Cocina cosas raras que yo no sabía ni que existían, como el tofu.
Pero el otro día pasó algo con lo que una no puede luchar: le pedí que me ayudara a colgar un cuadro, y resulta ¡que no sabía hacerlo! En aquel momento me di cuenta de que nuestra relación no iba a llegar a ningún lado.
Pero, ¿qué está pasando? Si un hombre ya no puede colgar un cuadro o cambiar una rueda del coche, ¿de qué narices sirve? Para eso me voy a vivir con una amiga porque, no nos engañemos: desde que existen esas cosas que vibran, ¿para qué necesitamos a un hombre si no puede ni montar una mesa de Ikea? Es desesperante. Cuanto daño ha hecho David Beckam al mundo masculino en general. Yo sólo quiero un hombre de verdad, que vea el fútbol a la hora de cenar y me deje en paz.
