[*ElPaso}– La “Ciudad de los Apodos”.

Por Ezequiel González González, alias Foño, hijo de El Paso.

Cuando era un niño, en los años 20, si se hacía referencia a una persona decían: Domingo el Foño, Leandro el Arrugado, Tomás Galeno, Pedro Gabino, etc. Sinceramente, yo creí que eso era lo normal, sin pensar que cada uno tenía su apellido.

En mi adolescencia comprendí lo del apodo, y comprobé que sustituía al primer apellido, por ser así más reconocible la persona. Más tarde llegué a la conclusión de que todo era debido a la incultura, pues desde tiempos pasados ya existían. Tanto es así que al que consiguió que El Paso fuera municipio segregándose de Los Llanos, le pusieron Manuel de las Paredes. Más tarde pasó a ser Manuel Taño.

A pesar de tantos apodos, no creo que El Paso fuera un pueblo de burros, como se desprende de lo que llegó a decir un vecino: “Hermoso pueblo de El Paso / donde brilla la pintura / mas si le quitan la albarda / se le ven las mataduras”. Me refiero a que si en el año 1863 se formó una banda de música, es que todos no eran iletrados, pues los componentes tenían forzosamente conocimientos musicales, que tienen que ir aparejados con los intelectuales aunque sea en la mínima expresión.

En 1883, por lo menos, ya había la escuela pública, regida por el maestro Don Juan Suárez. Más tarde se fueron fundando más escuelas públicas —hasta 14 que yo recuerde— bien distribuidas por las diferentes zonas del pueblo, todas ellas con maestros y maestras nacionales.

En 1911 se formó otra banda de música, también con músicos del pueblo, y la dirigió Don Pedro Castillo[1] que, al propio tiempo, regía una escuela de pago, y daba clases de música.

A pesar de más escuelas, los apodos continuaban en su apogeo, hasta que llegó el día en que los pasenses empezaron a ilusionarse por el estudio, pues antes muy pocos podían hacer carrera universitaria. Comenzaron algunos por el Instituto de Segunda Enseñanza, en Santa Cruz de La Palma, y otros en academias de pago, y empezaron a salir médicos, abogados, peritos aparejadores y agrícolas, economistas, maestros, etc. Y como el progreso no para, llegó la era de la electrónica, y con el computador, Internet y el celular, llegó también la defunción del apodo, pues hoy es una casualidad o rareza oír uno.

El primer apellido ocupó su lugar, y hoy los Foños son González, lo mismo que los Vallejos. Los Galeno son Pinos, y los Pinos son Martín, como los Monteros son Lorenzo, y los Mosquines, Carmona. Y así sucesivamente.

El Paso, a pesar de todo lo relatado, siempre fue un pueblo culto, y lo prueban los recuerdos que voy a relatar.

Antes de mi nacimiento había dos salones de baile, el de Vicentico y el de Pais, también llamado El Gurugú[2]. Más tarde, ya cuando no funcionaban éstos, empezó el Salón de Capote (no sé qué tendría este salón, que dio lugar a una cuarteta que se puso muy en boga y que decía: “Tres cosas hay en El Paso / que causan admiración: / son el Salón de Capote, / Melania y José Ramón”.

Ésta era una pareja de novios, José Ramón (cubano), y Melania (de El Paso). Se casaron, allá por el año 25, chispa más que menos, y se marcharon para Cuba. Regresaron en el año 30, estuvieron un tiempito en el pueblo, y se volvieron para Cuba. Y parodiando a Pepe el Zorro diremos, “como al finado Fernández, nunca más se supo”).

Y ya, como cosa extraordinaria, el actual salón de Monterrey[3], que también era y es teatro. Don Víctor, persona culta y artista, contrataba compañías de teatro que venían a Santa Cruz de La Palma, y nos proporcionaba alguna función, como aquella cómica de “Anacleto se divorcia”, o las de otra compañía que regía el gran cómico catalán Roberto Font, y que eran varias bailarinas llamadas las Hermanas Gómez.

Con aficionados del pueblo, se pusieron en escena varias obras teatrales, como “Canción de cuna”, que fue algo extraordinario. También los entremeses cómicos cantados, como “Las barrenderas”, “El paragüero”, etc., todo amenizado por el Octimino Albéniz, formado y dirigido por Don Pedro Castillo[1]. Como cosa cultural había veladas literarias musicales, y todo ello de un gusto exquisito y por personal del pueblo, incluso trozos de zarzuela. Y también prestidigitadores como el famoso Tarrarrurra, que celebró varias funciones.

Aquellas temporadas de bailes —donde los jóvenes los organizaban y salían a caballo invitando a las jóvenes para que asistiera—, el baile de piñata, el de los compadres, etc., y, sobre todo, los carnavales. Se abrían el sábado por la noche y se “corrían” domingo, lunes y martes, y domingo de piñata. ¡Eso sí que era diversión carnavalera! En todas las casas había convite para los parranderos. Todo esto en los años 20 y primeros de los 30.

Y hasta aquí, mis recuerdos gratos, y después…

Hoy podemos decir con orgullo que la ciudad de El Paso es una ciudad culta, que puede figurar como ejemplo para muchas otras.

http://www.ayuntamientodeelpaso.org/

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NotasCMP.

[1]: Tío-abuelo mío (hermano de mi abuela materna) a quien mencioné en «La danza de Manuel González«.

[2] El inmueble existe aún. Está a escasos metros de mi casa natal y de la de otro tío-abuelo mpio (éste hermano de mi abuela paterna) Juan (Juanillo) Sosa Sánchez, a quien mencioné en “El silbido”,

Esta última casa es hoy propiedad de Donelia Fernández Padrón. El inmueble del Gurugú comparte con ambas casas la misma entrada desde el camino real, pero se encuentra en deplorable estado de abandono.

Su nombre —según me ha dicho mi amigo Wifredo Ramos, cronista de la ciudad de El Paso— viene del monte Gurugú, que domina la ciudad de Melilla, y que fue escenario, a principios del siglo XX, de encarnizados combates entre tropas españolas y los rebeldes rifeños de Abd el-Krim.

[3]: Cerrado, lamentablemente, desde hace como 15 años, que yo recuerde.