[*ElPaso}– Mujer importada

13-08-2006

Carlos M. Padrón

Antonio, un muchacho de El Paso, emigró a Venezuela a comienzos de los 50, y Nieves, su novia, una muchacha también de El Paso, espigada y de buen ver sin ser una belleza, quedó esperando a que Antonio regresara a casarse con ella, o a que se casaran por poder y fuera ella a Venezuela a reunirse con él, según un trámite que fue bastante usado durante las décadas de los 50 y 60.

Por años, y como hicieron muchas otras muchachas, Nieves le “guardó la ausencia” a Antonio, o sea, se alejó de la vida social y sólo iba a misa, a funerales y a la boda de algún familiar cercano, pero nada de bailes, cine ni diversiones de ningún tipo.

Pero como el amor y la distancia no suelen hacer buenas migas, Antonio se casó en Venezuela con una mujer que poco tenía que agradecer a Dios por su físico, pues pequeña, regordeta y hasta con algo de joroba, no tenía ninguno de los atributos que hacen atractiva a una fémina. Y Nieves quedó para vestir santos, lo cual Doña Andrea, la madre de Nieves, nunca le perdonó a Antonio.

Pasaron los años, y un buen día Antonio regresó a El Paso trayendo consigo a su mujer «importada».

Como con cualquier otro “indiano” (así llamaban a los que venían de Venezuela, como llamaron antes a los que venían de Cuba), la noticia de su llegada corrió por todo el pueblo, que se hizo planes para asistir a la misa mayor del domingo inmediato siguiente a la llegada de Antonio, ya que era ley no escrita que él y su mujer debían ir a esa misa y, a la salida, saludar a todos los que allí iban a reunirse para ese fin, aunque fingiendo que no.

Y así ocurrió. Antonio y su mujer fueron a la misa mayor del domingo, y terminada la misa pasaron algún tiempo saludando, aún dentro de la iglesia, a los parientes y más conocidos, que por serlo se acercaron a ellos de inmediato.

El tiempo que dedicaron a esto lo aprovechó el resto de la gente para tomar posiciones afuera, frente a la puerta de la iglesia, y en particular lo aprovechó el “Consejo de Ancianas” cuya misión, implícitamente aceptada pero jamás declarada, era evaluar a la mujer de Antonio ya que ella no era de El Paso.

Un miembro distinguido de ese consejo era Doña Andrea.

Cuando por fin salieron Antonio y su mujer, comenzaron a saludar a unos y a otros hasta que dieron con la fila cerrada que formaban las ancianas del Consejo. Antonio fue presentando a su mujer a cada una de ellas, y al llegar a Doña Andrea —momento que todos esperaban con ansia—, ésta dio un paso atrás, con ojo crítico escaneó de arriba a abajo a la mujer de Antonio y, mirándolo luego a él directamente a los ojos, le dijo bien alto, para que todos pudieran oír:

—Pues para conseguir algo como esto no había que ir tan lejos.