[*FP}– La astrología, una ‘amancia’

Carlos M. Padrón

Ahora que la selección de las excolonias francesas casi gana la final del Mundial 2006 gracias a que su seleccionador, Raymond Domenech, aplicó la astrología para armar las alineaciones, se me antoja que es momento de dedicar más a este controvertido tema.

Supe de la existencia de la astrología a poco de llegar a Venezuela, pues mientras estuve en Canarias no recuerdo haber oído siquiera mencionar nada de ella, pero en Venezuela era común que la gente tratara de averiguar su signo y las características a él asociadas y, en el peor de los casos, consultaban el horóscopo casi a diario, lo cual me pareció una tontería.

Para aumentar mi mala opinión al respecto, aunque según las fechas “oficiales” del Zodiaco yo era Leo, por más que leía y releía las características de Leo no terminaba de identificarme con ellas.

En 1996, una compañera de trabajo me animó a que visitara a una señora estudiosa de la astrología, así que, con mi ánimo crítico —como siempre lo he tenido al entrevistarme con quienes practican lo esotérico, y armado de un bloc para tomar nota de todo apenas salir de la sesión—, me fui a ver a la señora y, de entrada, le dije lo que siempre dije a estas personas: “Vengo a que me contesten preguntas, no a que me las hagan. Así que, por favor, límite sus preguntas a las mínimas indispensables”.

La señora aceptó, y sólo me preguntó mi fecha y lugar de nacimiento, como entiendo que hacen todos los astrólogos. Se las di, echó mano de un libro con aspecto de tener muchos años, consultó y, mientras lo cerraba con mucho cuidado sacándose al mismo tiempo sus lentes de presbicia, me dijo;

—Usted es Cáncer, así que vamos a….

La interrumpí, entre intrigado y defraudado, y le dije:

—Perdone usted, pero, según las fechas que da el Zodiaco, yo soy Leo.

—No, señor, usted es Cáncer por todo el cañón, aunque tiene algo de Leo como le explicaré después. Pero antes, y para que vea que es Cáncer, déjeme que le diga cómo es usted.

Y acto seguido hizo de mí la mejor y más completa descripción que nunca, conociéndome o no, haya hecho persona alguna, así que, ante tal evidencia, tuve que aceptar que soy Cáncer. Pero entonces quise saber por qué el Zodiaco decía que yo era Leo.

La señora echó mano otra vez de sus lentes y del viejo libro, y mostrándome unas tablas con fechas, horas, signos y demás, me explicó que el año en que nací ocurrió algo que no es muy frecuente: el cambio de Cáncer a Leo se retrasó, y a la hora en que nací (las 16:30), todavía Canarias estaba totalmente dentro de Cáncer.

En los días que siguieron me puse a revisar diferentes fuentes, y en todas las que consulté encontré asociados a Cáncer la mayoría de los rasgos que la señora me había atribuido.

A partir de ese momento comencé a ver la astrología con otros ojos, y a tomar las descripciones —no los horóscopos que, repito, no me merecen crédito— como producto de una “amancia”, término que aprendí en España cuando un reputado astrólogo dijo en un programa de radio que la astrología no era una ciencia sino una amancia (la palabra no está en el DRAE), o sea, que no señala rasgos inalterables sino tendencias que podrían resultar alteradas por la educación, el medio, traumas personales, etc.

Hoy creo que el tal astrólogo tenía razón, así que en la sección Esotérico de las próximas publicaciones abundaré más sobre el tema de las descripciones, o rasgos característicos de cada signo, y la compatibilidad de pareja que, según Hispavén y otras publicaciones, cabe esperar entre ellos.