09-07-2006
Carlos M. Padrón
Las Canales está en la parte alta de El Paso y es uno de los barrios más cercanos a La Cumbrecita, una de las entradas naturales al gran cráter y parque nacional de La Caldera de Taburiente —o, como ya he dicho, La Caldera, a secas— que atrae cada año a cientos de turistas, muchos de los cuales vienen a El Paso con el sólo propósito de conocer esa maravilla geológica.
Palmiro era un vecino de Las Canales que gustaba de sentarse en una pared, al borde del camino —o, mejor dicho, del barranco, ancho y casi plano, que viene a ser el Camino Real en el punto central de Las Canales— y fumar su cachimba mientras veía pasar la vida. Como buen campesino, hablaba poco y, las más de las veces, contestaba con frases del género lapidario.
Un día, mientras él estaba en su habitual aposento sobre la pared, se le acercaron dos turistas que venían caminando desde el centro del pueblo y, aunque con sus morrales a la espalda, lucían inusualmente elegantes y hablaban muy buen español, lo cual les permitió llevar a cabo con Palmiro el siguiente diálogo:
—Buenos días. ¿Es éste el camino a La Caldera?
—Pos yo creo que sí.
—¿Cómo que cree? ¿No ha ido usted a La Caldera?—, exclamaron, en el colmo del asombro, los turistas.
—No.
—¡Dios Santo, ¿cómo es posible?! ¿Tan cerca que está usted de La Caldera y nunca la ha visto?.
—Más cerca me queda el ojo del culo y no me lo he visto todavía.
No tengo datos sobre la reacción de los distinguidos turistas.
