[*ElPaso}– La Tejera y el Cugucho

10-06-2006

Carlos M. Padrón

Según contaba mi madre, a mediados del pasado siglo XX vivió en El Paso una señora a quien apodaban La Tejera y todos consideraban boba. Practicaba la mendicidad, deambulando de casa en casa, pidiendo comida y, sobre todo, vino. Del que fuera, de cualquier color, cosecha o condición; no importa como estuviera el vino, ella se lo bebía, por lo que cabe suponer que estaría alcoholizada y en permanente estado de ebriedad.

Un día llegó a la casa de una vecina justo en el momento en que la familia estaba almorzando. Como era obvio que esperaba que le dieran de comer, a guisa de explicación la señora de la familia le dijo:

—De haber llegado un poco antes habría podido darte algo, pero, como ves, ya todos nos servimos y no quedó nada en la olla.

A lo que La Tejera contestó de inmediato:

—Si se saca un poquito de cada plato se puede hacer uno para mí.

Otro día llegó a mi casa y le pidió vino a mi madre. Nunca tuvimos buen vino, y en aquel momento lo que había sólo servía como vinagre suave, y así se lo hizo saber mi madre a La Tejera, pero ella contestó que bebería cualquier cosa que se pareciera a vino aunque fuera vinagre puro. Horrorizada, mi madre exclamó:

—¡Jesús! ¡Dios nos dé cabeza!

A lo que, sin ni siquiera pensarlo, La Tejera contestó:

—No, que Dios nos dé juicio, porque cabeza todos tenemos.

Otro al que también consideraban bobo era un tal Carlos, al que le dieron el fonéticamente desagradable apodo de “Cugucho”.

Aparte de ninguna manifestación intelectual, de un escaso vocabulario siempre pobremente usado, y de no poder hacer, a decir de la gente del pueblo, razonamiento alguno, Carlos Cugucho tenía dos características destacadas: 1) Su gran capacidad para el trabajo agrícola, que ofrecía sin limitaciones a cambio de que le dejaran comer todo lo que él quisiera, que no era poco; y, 2) Su pasión por viajar en automóvil. Por tanto, dadas las características que lo adornaban, para todos en El Paso Carlos Cugucho era bobo, sin atenuantes ni posible apelación, y como tal lo trataban.

Julio Peña, vecino también de El Paso, tenía negocios en Los Llanos, y en su coche de dos plazas —que no manejaba con soltura porque había aprendido a conducir siendo ya mayor— bajaba en las mañanas a Los Llanos, regresaba al mediodía a almorzar en su casa y dormir la siesta, y bajaba de nuevo en la tarde.

Carlos Cugucho conocía esta rutina, y si no había sido contratado para alguna tarea como peón, montaba guardia después de mediodía frente a la casa de Julio en la esperanza de que éste le regalara el paseo en coche hasta Los Llanos, aunque eso implicara que luego Carlos tendría que subir a pie los casi cuatro kilómetros de los entonces mal empedrados caminos que lo traerían de regreso a su casa. Pero él —como bobo al fin, decía la gente— aceptaba con gusto el sacrificio de tal subida a cambio del enorme placer de viajar en coche. Julio sabía esto, y muchas veces —por compasión, supongo— le hacía el gusto a Carlos, lo sentaba a su lado en el coche y lo llevaba hasta Los Llanos.

Una tarde en que Julio llevó en su coche a Carlos Cugucho y a otro vecino, cuando bajaban por la estrecha y tortuosa carretera —con Julio aferrado al volante, circulando a baja velocidad por su canal, como siempre, y presintiendo un accidente en cualquier momento, a pesar de que apenas había tráfico—, al doblar una cerrada curva les pasó al lado, pero circulando correctamente por el canal de subida, un autobús de servicio público que, en opinión de Julio, iba a velocidad supersónica, algo imposible habida cuenta de cómo era la vía. Sin poder contener el susto, Julio frenó en seco, y saltando en su asiento exclamó:

—¡Qué barbaridad! ¿Ves, Carlos?: ¡si llegamos a venir corriendo, chocamos y nos matamos!

Sin inmutarse en lo más mínimo, Carlos Cugucho, el mismo al que todos consideraban bobo sin remedio, respondió:

—No. Si llegamos a venir corriendo no lo encontramos aquí

Tal respuesta implica que, en fracciones de segundo, Carlos Cugucho había analizado fríamente la situación, sus elementos y condiciones (dirección y velocidad de los vehículos, curvas en la carretera, etc.) y, con una lógica impecable —de la que no daban muestras muchos de los que en el pueblo eran considerados inteligentes— había concluido que si el carro de Julio hubiera ido a mayor velocidad, el cruce con el autobús habría ocurrido mucho más cerca de Los Llanos, donde la carretera tenía menos curvas y la inclinación no era tan pronunciada.

Así eran algunos “bobos” de El Paso.

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