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Cortesía de Juan Antonio Pino Capote
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Cortesía de Juan Antonio Pino Capote
El pasado miércoles, 26/03/2014, tuvo lugar en la Academia de Medicina de Santa Cruz de Tenerife la presentación del libro sobre la historia de esa institución.

Ésta fue la invitación cursada para el acto:

Y éstas, dos de las fotos tomadas durante el mismo:

De izquierda a derecha. De pie: Dr. Widlpret (presentador), Dr. Toledo, Dr. Morales, Dr. Rodríguez, y Dr. Burgos. En cuclillas, Dr. Pino.
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El Dr. Juan Antonio Pino Capote, pasense de nacimiento, autografía una copia del libro
Artículo relacionado:
Fotos cortesía de Lucy de Armas Padrón, tomadas por ella misma.
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COMENTARIOS
Estela
Las tres fotos son una belleza. La primera, ese faro en contraste oscuro con el brillo del mar, y este último en la segunda foto refleja en él las nubes, que no por ser oscuras se reflejan en el agua. Y la tercera foto, todo un contraste, la línea del mar con el resplandor del naciente, o puesta del sol, que para mí son bellísimas.
En fin, parece ser que estamos en presencia de una buena fotógrafa. ¡Felicidades!
Lucy de Armas
Gracias, compadre, por publicarlas; no pensé que lo harías. Y a ti, Roberto, por verlas con buenos ojos.
Un abrazo,
Roberto
Gracias, Carlos. Estupendas fotos, Lucy. Muchas gracia
Reportaje, que me llegó por cortesía de Eleuterio Sicilia, sobre la subida que a ese pico hicieron los miembros de un grupo italiano.
Las imágenes me recuerdan la que, con el propio Eleuterio y con José Quirantes, hiciera yo en 1958, según ya conté en El Teide y su sombra.
Por supuesto, en 1958 el refugio no ofrecía las comodidades que ahora tiene, y la subida implicaba más riesgos. Lo que sí sigue igual es la imponente sombra del Teide contra el cielo a la salida del sol.
Para ver/bajar el vídeo, clicar AQUÍ. Vale la pena comparar sus fotos con las que incluí en el artículo El Teide y su sombra.
Para ver el archivo, clicar AQUÍ.
Cortesía de Eleuterio Sicilia
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Cortesía de Mary Carmen Barbuzano
He querido reeditar esta historia antes de que termine este año 2013, año en que se cumplió el décimo aniversario de la ratificación como verídico del hecho que en ella narro, ratiticación por la que hube de esperar 52 años, durante los cuales mi credibilidad personal vivió maltrecha. Pero más vale tarde que nunca 🙂
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22-05-2008
Carlos M. Padrón
– I –
Cuando yo asistía en El Paso a la escuela primaria de don Enrique Campos —que estaba en los bajos de la casa de don Domingo ‘Pulguita’, en el extremo de El Callejón, como llamábamos, y aún llamamos, a la vía de unos 70 metros de largo que une el Camino Real con el patio de mi casa— a la hora del recreo, los alumnos solíamos organizar carreras de ida y vuelta entre la puerta de la escuala y el patio de mi casa.
Tanto en ésta como en todas las de alrededor había animales domésticos, principalmente vacas, caballos, cochinos y gallinas, cuyo excremento atraía muchas moscas que estaban por todos lados, dentro y fuera de las casas.
Y, por lo menos una vez por semana, mientras jadeante disputaba yo una de esas carreras, sin querer me traguaba una mosca, pero seguía corriendo porque, si no, era seguro que perdería la carrera. Igual hacían mis amigos competidores, y, que yo sepa, a ninguno nos pasó nada malo por la involuntaria ingesta de moscas.
Nos ocurría como lo que le ocurre al señor de este muy corto vídeo, que mi prima Lucy de Armas Padrón me hizo el favor de editar, y que aconsejo ver antes de continuar leyendo.
Además, en el pueblo había tantas moscas que a veces sin correr sino con sólo estar hablando podía uno tragarse alguna porque, simplemente, eran muchas, y alguna se metía en la boca. Creo que de esa mala maña de tales insectos viene el dicho “En boca cerrada no entran moscas”.
A diferencia de los citadinos, quienes tuvimos la suerte de crecer y ser educados en un pueblo de campo eminentemente agropecuario, no padecemos de tontos ascos ante la presencia o la necesidad de lidiar con productos naturales, como excremento de animales, moscas, cucarachas, etc.
Y si, además nos tocó época de escasez, comemos sin chistar todo lo que sea comida; y en presencia de algún plato para nosotros extraño, casi desconocemos la expresión “Esto no me gusta”, o la horrible “¡Aaaasco!”, tan común entre los venezolanos, citadinos o no.
– II –
A los 10 años de edad comencé a estudiar bachillerato, y por algo cuyo origen nunca tuve claro —pero que creo obra de mi madre— en vez de presentar exámenes en el Instituto de Enseñanza Media de Santa Cruz de La Palma, lo hacía en el de Santa Cruz de Tenerife, donde para esos tiempos vivía ya, con su familia, mi tío-abuelo Pedro Castillo (Pedro Martín Hernández y Castillo)
Si yo aprobaba los exámenes, mis padres me dejaban quedar en Tenerife durante casi un mes, parte del tiempo en casa del tío Pedro (en Santa Cruz), y parte en casa de su hija Concha (en La Laguna), quien además de prima era también mi madrina de bautismo, y que, por cierto, falleció el día 12 del pasado mes de enero, a los 94 años de edad.
Estar en La Laguna no me gustaba, pues era una ciudad endiabladamente fría y húmeda durante todo el año. La humedad era tal que, como yo usaba entonces pantalón corto —el largo me lo pusieron cuando cumplí 14 años—, el agua escurría por mis piernas cuando en las tardes, aunque de verano, me obligaban a salir a pasear por la calle Carrera.
Para atender las labores domésticas, Concha se había traído de El Paso a una joven de nombre Carmen, quien en 1952, cuando yo tenía 12 años, tendría unos 15 ó 16.

Así lucía yo en los días a que se refiere esta historia. La pared del fondo es de la casa en que vivían Concha y su familia, en la calle Viana, de La Laguna (Tenerife), ciudad nefasta.
Un domingo de junio de ese año, al salir de misa con Concha, su marido y la hija de ambos, pasamos por el cine Parque Victoria —que estaba en la Plaza del Adelantado, donde hoy está la central telefónica— y vi que para la matinée de ese día anunciaban una película titulada “Los tres randas”. Sólo el título y el correspondiente afiche me abrieron el apetito por ver esa película, pero se me presentaba un pequeño inconveniente: la entrada costaba dos pesetas, y yo no las tenía.
Después de almorzar, Concha y los suyos fueron a echar una siesta, y yo me quedé en la cocina sentado a la mesa que allí había y viendo cómo Carmen, mientras lavaba los platos, con expresiones de mal humor espantaba las moscas que, huyendo del frío y atraídas por los restos de comida, revoloteaban a su alrededor y en torno a la mesa donde aún había platos con sobras del almuerzo.
Tal vez por buscarme la lengua o por “hacerme rabiar”, como allá se decía entonces, Carmen me preguntó qué iba yo a hacer esa tarde, pues bien sabía ella que yo no podía hacer nada. Le dije que me gustaría ir al cine pero que no tenía las dos pesetas que costaba la entrada, respuesta que la motivó a seguir metiéndome el dedo en la llaga que recién me había descubierto.
A una de sus puntillosas preguntas respondí diciéndole que yo haría cualquier cosa con tal de conseguir esas dos pesetas. Envalentonada, y mientras se sacudía de encima una molesta mosca, me preguntó:
—¿¡Cualquier cosa!? ¿Por una peseta serías capaz de comerte una de estas moscas?
—No, una no; me comeré dos moscas si me das dos pesetas.
Poniendo cara de asco, pero convencida de que yo solamente alardeaba, me dijo, muy seria y en tono de desafío, que sí, que si yo me comía dos moscas me daría dos pesetas.
Sin perder tiempo, y convencido de que si ella no me daba las dos pesetas al menos le haría pasar un mal rato, puse manos a la obra.
Tomé la más gruesa de las rodajas de tomate que habían sobrado de la ensalada, le quité las semillas y le dejé sólo la pulpa. Luego, haciendo uso de una habilidad que todos los muchachos de El Paso teníamos, esperé a que una mosca se posara sobre la mesa, y abordándola de frente, con un certero y rápido movimiento, cuando levantó vuelo la atrapé dentro de mi mano derecha.
Con cuidado, y manteniendo aún cerrada esa mano, introduje, entre su palma y el doblado meñique, el índice de la izquierda, y al dar con la mosca la maté apretándola contra la palma de mi diestra. Abrí luego la mano, le saqué las alas a la difunta —la religión auarita, la de los aborígenes de La Palma, considera sacrílega la ingesta de alas de mosca en los días domingo 🙂 — y deposité su aún tibio cadáver en la pulpa de uno de los cuartos de la rodaja de tomate.
Para ese momento miré de reojo a Carmen y noté con satisfacción que los ojos se le salían de las órbitas y que, paralizada y olvidada de los platos y cubiertos que debía lavar, no me sacaba la vista de encima. ¡Mi venganza iba por buen camino!
Repetí la maniobra con una segunda mosca, cuyo cadáver recibió sepultura en el cuarto de rodaja diagonal al anterior.
Doblé entonces por la mitad la rodaja de tomate, y, mirando a Carmen directamente a los ojos, mientras yo ponía la típica expresión del goloso que está a punto de degustar un exquisito y esperado bocado, ¡me la comí!
No había yo terminado de engullir tal “manjar” cuando Carmen, ahogando a duras penas el grito que se le escapó al ver que yo me había comido la rodaja de tomate con su mosquil aderezo, partió en carrera hacia el baño, pero un poco tarde, pues vomitó en el piso antes de llegar a destino.
Asustada por si descubrían lo ocurrido, se dio a la tarea de limpiar su vómito, mientras en voz baja, para no despertar a los de la siesta, me prodigaba variados “piropos”.
Cuando al fin hizo desaparecer el corpus delicti, se acercó a la mesa donde yo, muy tranquilo, permanecía sentado, y quiso endilgarme una monserga aleccionadora, pero la detuve alargando mi mano al tiempo que le decía:
—¡Mis dos pesetas!
Sin dejar de refunfuñar por lo bajito, pues no convenía que se enteraran los de la casa, se fue a su habitación y regresó con las dos pesetas que, a regañadientes, depositó sobre la mesa frente a mí.
Y así pude ir al cine esa fría tarde dominguera.
– III –
Varias veces eché ese cuento en Venezuela, país en el que abunda mucho el no me gusta esto o lo otro, y donde, tal vez por influencia gringa, se trata de ocultar, disimular o hasta ignorar, lo natural. De ahí el fracaso del famoso Decreto 21 que en tiempos de Carlos Andrés Pérez quiso obligar a que los establecimientos, como gasolineras en las carretereras, que tuvieran baños para uso público contrataran personal que los mantuviera limpios. El decreto murió de inanición porque nadie quiso ese trabajo.
Conociendo este punto flaco, le saqué buen provecho al cuento de “Dos moscas por dos pesetas”, pues cuando yo estaba en un grupo de gente de confianza, comiendo algo que a mí me gustaba, bastaba que yo echara el referido cuento para que alguna remilgada huyera de la mesa clamando el consabido “¡Aaaasco!”, tan común por estos lares, lo cual aprovechaba yo para hacerme del manjar que la remilgada había dejado abandonado.
Luego descubrí que, simplemente, la gente creía que eso no era cierto, que se trataba de un invento mío para conseguir esos manjares.
Cuando mi hija menor, Elena, tenía unos 7 años, como buena citadina sentía asco ante las moscas que, todavía a comienzos de los años ’80s, había en La Trinidad (Caracas), donde está mi casa. Yo le mostraba cómo cazarlas y matarlas, y Elenita disfrutaba con la aniquilación que yo hiciera de cada una de las por ella odiadas moscas.
Aprovechando la condición de héroe que todo niño atribuye a su padre, inventé una especie de conjuro y le dije a Elenita que con él podría conseguir, si lo declamaba con energía y convicción, que las moscas huyeran asustadas.
A pesar de su corta edad, Elenita se aprendió de memoria el “tremendo repertorio” —así lo bautizó mi madre— y lo recitaba airada, como si de verdad fuera un efectivo talismán contra las moscas, o para deleite de quien se lo pidiera:
¡Moscas, temblad porque viene mi papá,
y él es el terror de las moscas!
En el mundo del insecto volador
no hay afaníptero que se le resista.
Más tarde supo que las moscas no eran afanípteros, y me hizo el correspondiente reclamo, pero hoy, después de tantos años, todavía recuerda Elena este “gran poema”.
– IV –
En algún momento del comienzo de mi relación con Chepina le eché el cuento de “Dos moscas por dos pesetas”, y además de que vi claramente que se sintió asqueada (otra citadina más), tuve la impresión de que no estaba muy convencida de que fuera cierto. Igual me había pasado, muchos años antes, con mis hermanas, pero, ¿qué otra cosa podía yo hacer si eso había ocurrido entre Carmen y yo? (y las moscas, claro).
En 2003 llevé a Chepina a El Paso por primera vez. Quise, por supuesto, que probara bocados típicos de mi pueblo, como leche con gofio (pero leche natural. recién ordeñada), higos pasados acompañados con queso, almendras y vino, etc.
Pero cuando le pedí a mi hermana María Celia que consiguiera un queso ahumado hecho en la casa de algún conocido, me vino con la respuesta de que su primera proveedora no tenía queso, ni la segunda tampoco, que había que comprarlo en el supermercado.
Ni a mí ni a María Celia nos gustaba esa idea, así que ella hizo algunas llamadas telefónicas y encontró la solución: Carmen “la de los quesos” tenía uno disponible. Sin perder tiempo, metí a Chepina y a María Celia en el auto y, guiado por mi hermana, nos dirigimos a casa de la tal Carmen.
En el camino le pregunté a María Celia quién era esa Carmen, nombre por demás común en El Paso. Su respuesta fue,
—¿No te acuerdas de la muchacha que Concha la de tío Pedro tuvo una vez trabajando en su casa, en La Laguna?
Haciendo un esfuerzo para ocultar mi sorpresa —y mi esperanza— contesté con un seco “Sí” y no dije nada más. Sólo recé para que Carmen no estuviera acompañada de otra mujer de su edad, pues, malo como soy para recordar caras, era seguro que yo no reconocería a Carmen.
Pero no, Carmen, convertida en una respetable abuela, estaba sola, y, apenas entrar y dar las buenas tardes, María Celia, en vez de decir “Vinimos a buscar el queso”, dio comienzo a uno de los interminables y retorcidos repertorios que usan los de El Paso —a veces creo que todos los isleños— que fue de este tenor:
«Bueno, Carmen, desde que me desperté esta mañana pensé que mi hermano Carlos iba a querer queso ahumado, y con esa matraquilla estuve toda la mañana porque yo sabía que Pili ya no los hacía porque no tenía cabras, y la pobre las echa en falta porque el otro día me dijo “¿¡Qué habrá sido de mis cabritas!? ¡Cuánto las extraño!”. Y yo creo que tiene razón, la pobre, porque a ella eso le servía de entretenimiento.
Entonces dije “Voy a llamar…”, y en eso sonó el teléfono y era Luisa la de Roberto. Y nos pusimos a hablar y se me olvidó lo del queso. Y es que yo últimamente olvido las cosas, Carmen, pues anoche dije “Tengo que tomar esta pastilla antes de acostarme”, y para no olvidarme la puse sobre la mesa del comedor, y cuando llegué a la cama para acostarme no me acordaba dónde la había puesto. ¡Ay, Carmen, que cosa tan triste es ponerse viejo!, pero yo creo…….».
Que equivale a que si alguien quiere ir desde Caracas a Miami, en vez de tomar un vuelo directo toma uno de Caracas a Madrid, luego sigue a Londres, Bangkok, Tokyo, San Francisco y, por fin, Miami; o sea, le da la vuelta al mundo. Así hablan mis hermanas y, repito, muchos Canarios.
Por eso, en el caso que nos ocupa, interrumpí a María Celia, pedí uso de palabra y dirigiéndome a doña Carmen le pregunté:
—¿Sabe usted quién soy?
—¡Buena va! Pues claro que sé. Tú eres Carlos Padrón.
—¿Y recuerda usted algo que yo haya hecho frente a usted, hace muchos años, estando en La Laguna?
—¿¡Que si lo recuerdo!?— contestó molesta por la duda implícita en la pregunta. —¡Claro que lo recuerdo! ¡¡TE COMISTE DOS MOSCAS!!
El sonoro “¡¡¡¡JESÚUUUS!!!” que gritó mi hermana, y la carcajada de Chepina estallaron simultáneamente. Y yo sentí tan grande alivio que abriendo los brazos me acerqué a doña Carmen, y diciéndole “¡Muchas gracias por ayudarme a demostrar, después de tantos años, que lo de las moscas es cierto!”, le di un abrazo y un sonoro beso en la mejilla.
Si en 1951 ella pensó que yo estaba loco, creo que en 2003 quedó totalmente convencida, pero al menos, y en virtud de la Ley de la Compensación que rige los grandes eventos cósmicos, para confirmar su opinión debió esperar el mismo tiempo que yo para que mi historia mosquil me fuera acreditada como cierta.
Y ya que hemos caído en el nivel cósmico, ¿cuántas moscas habrá —me pregunto— cuya memoria haya perdurado tanto en el tiempo? ¿Cuántas cuyo heroico final haya llegado a un blog?
Me cabe la satisfacción de saber que las de esta historia dieron su vida por una causa noble (aunque la peseta haya ya desaparecido), y serán recordadas como héroes en el mundo de los afanípteros,…. ¡perdón!, de los dípteros.
Lo que sigue molestándome de todo esto es que no recuerdo de qué trataba la película.
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P.D.: “DOS moscas por DOS pesetas” es un título apropiado para este artículo que monto en el blog hoy, 22 (DOS y DOS) de mayo de 2008, día del aniversario DOS de Padronel, desde San Francisco (California, USA) donde vine a visitar a mi hija Elena, la de “¡Moscas, temblad…!”.
16/12/2013
Guacimara Hernández
El archipiélago de las Afortunadas tiene algo más que sol y arena tentadora. Estos pueblos merecen un viaje.
1.- Betancuria (Fuerteventura)
El convento, del que sólo se conservan los muros
Fue considerada la primera capital de Canarias, cuando no había acabado la Conquista, y su fundación data de 1405, obra del normando Jean de Bethencourt, del que deriva su particular nombre.
Con su escasa población de menos de mil habitantes, respira historia por sus cuatro costados, con el viejo convento franciscano, de 1423, del que se conservan sólo los muros como rincón preferido para los fotógrafos.
Pese a que su ubicación trataba de protegerla de los ataques, en 1593 el pirata Jaban penetró hasta Betancuria y la redujo a cenizas. Hoy luce reconstruida la iglesia de Santa María, foco de atracción junto con el museo arqueológico.
2.- Artenara (Las Palmas)
Excavada en la montaña, la ermita de la Virgen es lugar de peregrinación
En la cumbre de Las Palmas se puede viajar en el tiempo y tener una idea de cómo vivían los aborígenes isleños.
Artenara da la posibilidad de apreciar los yacimientos arqueológicos de Acusa, constituido por cuevas habitacionales y funerarias, o visitar las cuevas de Caballero, zona de refugio de pastores prehispánicos.
La particular ermita de la Virgen de La Cuevita es también visita ineludible, ya que está excavada en un risco a 400 metros del casco del pueblo. Data del siglo XVIII, y posee todos los componentes necesarios para el culto religioso: altar, púlpito, confesionario y coro; todos labrados en la misma roca.
Si tiene la suerte de estar allí a mediados de agosto, podrá disfrutar de la fiesta patronal, en la que toda la isla parece desplazarse a este pueblo cumbrero.
3.- Tazacorte (La Palma)
La Plaza de la Vica, lugar de reunión del pueblo
Por sus casonas solariegas de los siglos XVI y XVII, sus callejuelas rebosantes de macetas con flores y su buen clima, de 3.500 horas de sol anuales, Tazacorte brilla con luz propia en la isla de La Palma.
Situado en la costa oeste, ha sido durante largos años un municipio cuyo color dominante ha sido el verde de sus plataneras, aunque en los últimos años ha reorientado su actividad hacia el turismo.
El museo del plátano y del mojo dan cuenta de este interés por exhibir al visitante lo mejor de la tierra bagañete, que tal es el gentilicio de sus habitantes.
Su barrio pesquero trae aromas a aguas saladas del mar, frente al Barranco de las Angustias, que las trae de tierra adentro, de la impresionante Caldera de Taburiente, parque nacional desde 1954 y corazón natural de La Palma.
A la hora de comer, no se pierda los polines: plátanos (cambures) verdes guisados, generalmente acompañados de pescado salado con mojo.
4.- Tegueste (Tenerife)
Casco de Tegueste, con la iglesia de San Marcos al fondo
La villa de Tegueste se extiende dentro de una amplia cuenca hidrográfica junto a la Cordillera de Anaga, característica que sustentó su consolidación como un lugar de gran tradición agrícola.
Tegueste debe su nombre a uno de los nueve menceyatos aborígenes, y su casco es una buena muestra de arquitectura tradicional canaria, conservada en muy buen estado.
La iglesia de San Marcos es el eje cada año de una de las grandes romerías de Canarias, celebración que se une a la Danza de las Flores, con más de cinco siglos de historia, o la representación de La Librea, que convierten a esta villa en la auténtica capital de las tradiciones de las Islas Canarias.
Además, es un cautivador escenario para los amantes del enogastroturismo, con viñedos y bodegas donde conocer el proceso desde sus orígenes, a la vez que disfrutar de su gastronomía típica.
5.- Moya (Las Palmas)
Panorámica del casco de Moya visto desde el barranco
Entre palmerales y plataneras, entre los reductos de laurisilva o entre la medianía verde, Moya reúne en pocos kilómetros cuadrados una gran variedad de paisajes para atraer al visitante.
En su pintoresco casco, destaca el museo dedicado a Tomás Morales, el poeta que cantó «al sonoro Atlántico», que recoge objetos estrechamente vinculados al autor en sus diferentes salas.
Situada a pocos minutos de la ciudad de Las Palmas, Moya es asimismo lugar de peregrinación de los amantes de la buena mesa, en la que destaca el cherne Canario o la vieja, siempre con papas arrugadas.
6.- La Restinga (El Hierro)
Los barcos pesqueros y el muelle, una postal de La Restinga
El pueblo costero de La Restinga se ha vuelto famoso desde que hace dos años erupcionase frente a sus costas un volcán submarino, que tuvo en vilo a toda España ya que se hablaba incluso de que podría surgir una nueva isla.
Sin embargo, todo se mantuvo bajo el agua, y hoy sus habitantes han vuelto a la calma tradicional que recorre sus calles, con sus restaurantes donde se puede comer el mejor pescado de toda Canarias (así lo aseguran).
Pueblo marinero, el espectáculo de su muelle es disfrutable desde las terrazas donde se puede acompañar con una caña el lento atardecer herreño.
Desde La Restinga, además, se desarrolla una intensa actividad de submarinismo, con un certamen anual de fotografía que lleva hasta los fondos del Mar de las Calmas a visitantes del mundo entero.
7.- Teguise (Lanzarote)
El blanco de sus casas, signo distintivo de Teguise
Antigua capital de la isla conejera, la villa de Teguise es uno de los pocos entramados urbanos de esta isla que conservan su estructura arquitectónica. Su casco peatonal empedrado le confiere un aire rústico que coincide con su parsimonioso día a día.
Desde su nacimiento, en 1418, Teguise fue villa noble y señorial bajo la dinastía Bethencourt y Herrera, períodos en los que se construyó un rico conjunto arquitectónico.
De obligada visita son la Iglesia de Nuestra Señora de Guadalupe, el Palacio Spínola, y el Convento de Santo Domingo. En la cúspide de la montaña Guanapay, que cobija a La Villa, se encuentra la fortaleza más antigua de Lanzarote, el Castillo de Santa Bárbara, construida por Sancho Herrera en la primera mitad del siglo XVI.
Refugio de los frecuentes ataques de piratas de la época, desde 1991 se constituyó en la sede del interesante Museo del Emigrante, que cuenta con una importante colección documental sobre la emigración canaria de los siglos XVIII y XIX.
8.- Chipude (La Gomera)
La iglesia de la Virgen de Candelaria
Chipude es un encantador caserío situado junto a la iglesia parroquial de La Candelaria y su conjunto de viviendas tradicionales, donde destaca la hacienda de los Ayala, uno de los pocos grupos hacendísticos conservados en la isla de La Gomera.
La Fortaleza de Chipude, un roque con forma de meseta y 1.240 metros de altura, era considerado espacio sagrado por los antiguos isleños, y estaba dedicado a rituales religiosos, pero también ha sido utilizado posteriormente como refugio de pastores, y son innumerables los yacimientos arqueológicos hallados en su entorno.
Actualmente, el camino para alcanzar su cima es un estrecho paraje que en ocasiones puede verse interrumpido por desprendimientos o cúmulos de piedras.
Para disfrutar de la actividad con mayor seguridad, es importante informarse en el Centro de Visitantes o en las Oficinas de Turismo, acerca del estado en que se encuentra el camino y de las posibles visitas guiadas que se ofrecen.
9.- Antigua (Fuerteventura)
La iglesia de Nuestra Señora, en Antigua
Antigua, uno de los primeros pueblos que se formaron en Fuerteventura, recuerda a la Mancha Castellana, con su suave llanura interrumpida por los molinos de viento. Su pintoresca iglesia fue construida en 1785 y se alza entre árboles y arbustos.
Tierra de viento y sol, no extraña, pues, que uno de sus viejos molinos haya sido totalmente restaurado y convertido actualmente en centro cultural y de atracción turística donde se exhiben y venden artesanías típicas majoreras, como se les llama a los originarios de Fuerteventura.
Los amantes de las películas de terror se interesarán por «La luz de Mafasca», un extraño fenómeno que con frecuencia se produce en esta zona, entre los meses de noviembre y febrero, especialmente en los años lluviosos.
Esta luz, que ha inspirado ya películas, aparece tanto en las noches despejadas como en las nubladas, y las descripciones acerca de la misma difieren algo, pero todos destacan su luminosidad, que pasa del azul al rojo y luego desaparece.
10.- La Esperanza (Tenerife)
El magnífico lagar que se conserva en la exuberante plaza de La Esperanza
Olvídese del tradicional clima templado Canario, pues en La Esperanza suele hacer frío. Pero ésta es la mejor excusa para visitar este bonito pueblo rodeado por el verdor del cinturón forestal del interior de Tenerife, ya que el frío se puede combatir con unas caminatas por su casco, o hacer de él el punto de partida y llegada para las muchas rutas senderistas que de allí salen.
Merece una visita la Ermita de Nuestra Señora del Rosario, de estilo Canario, que nació de la necesidad de buscar un lugar para que los peregrinos que realizaban el camino hasta Candelaria se protegieran de las inclemencias del tiempo.
Muy cerca de allí se conserva la «Casa del Pirata», donde se dice que vivió el corsario Amaro Pargo.
La bien ganada fama gastronómica de La Esperanza hace que el visitante precavido reserve su mejor apetito para alguno de los muy buenos restaurantes de la zona, donde la carne de cabra, el conejo y las garbanzas aportan las calorías necesarias para enfrentarse al fresco.
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COMENTARIOS
CMP
En respuesta a Roberto.
Me too, Roberto.
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Roberto
Para gustos hay colores. A mí me asombran otros.
17/12/2013
El Teide protagonizó hoy la imagen astronómica del día seleccionada por la NASA.
La ocasión no es para menos: se trata de una espectacular fotografía captada por Juan Carlos Casado y Miquel Serra aprovechando la lluvia de las Gemínidas. Pese a la luna llena, los autores han logrado una imagen impresionante en la que se pueden observar con nitidez al menos 50 meteoros.
El Teide bajo la lluvia de gemínidas. | JUAN CARLOS CASADO | MIQUEL SERRA
Las lluvias de estrellas o meteoros se producen cuando la traza de partículas de polvo y rocas que dejan los cometas o asteroides en su órbita entran en la atmósfera de la Tierra y se desintegran.
Según explican desde la cuenta de Flickr del proyecto ‘Tierra y Estrellas’, en el que está involucrado Casado, la imagen se obtuvo el pasado sábado 14 de diciembre desde el Observatorio del Teide en el momento de máxima actividad de las Gemínidas (4:40-07:00 UT), tal como previeron los astrónomos.
Se utilizó un equipo compuesto por una cámara réflex digital con objetivo de 50mm sobre trípode.
La estrella que aparece justo en la cima del pico Teide es ‘Rigel’. ‘Sirio’, la estrella más brillante del cielo, se encuentra a la izquierda, y al fondo brilla la constelación de Orión.
«A pesar del frío y de la estrecha franja de observación, el espectáculo no defraudó. Con una actividad cercana a los 120 meteoros por hora (ZHR, tasas horarias cenitales) las Gemínidas se han convertido un año más en la lluvia más espectacular del año, presentando desde Canarias una actividad superior a las Perseidas», según informan desde el Instituto de Astrofísica de Canarias (IAC).
Las próximas lluvias de estrellas serán las Cuadránticas, en enero, y las Perséidas, en agosto.