07-01-2008
Carlos M. Padrón
Era de El Paso de Abajo, donde, al menos en los años 50, vivía con su familia. Tenía la manía de pedir besos, que solicitaba con su muy peculiar forma de hablar y su permanente exclamación “¡Beeesso, tú!”. Y, si se lo permitían, lo daba en el dorso de la mano de su “víctima”,… y luego solía echar a correr.
Tenía muy buena memoria para las caras de los paisanos, y era capaz de recordarlos aunque hubieran estado ausentes por años. Pero gustaba de algo que resultaba peligroso y de lo que fui víctima una vez: se aproximaba en silencio por la espalda de alguien, y tapándole los ojos con sus dos manos apretaba con fuerza; algo que la gente del pueblo solía hacer, pero suavemente, para que la persona cuyos ojos habían sido cubiertos adivinara quién era la que se los había cubierto.
Por qué Alfredo hacía esto, no lo sé, pero sí sé que un día, mientras yo miraba la cartelera del cine, me lo hizo, y torció casi fatalmente mis lentes (gafas), no llegando a romperlos porque del grito que le di se asustó y retiró sus manos.
Y fue en el cine, porque el cine era entonces su pasión. Al comienzo de cada función se le podía encontrar en la puerta, y desde horas antes iba por las calles diciendo “Cine hoy; pilícula bonita”. Si alguien le decía algo al respecto, él repetía el final de la última palabra que le hubieran dicho, o la palabra entera.
Cuando, ya en América, tuve mi primer contacto con brasileños no pude evitar acordarme de Alfredo porque, al menos en el portugués hablado en Brasil, parece que no existiera el adverbio ‘sí’ para dar una respuesta afirmativa, pues, por ejemplo, cuando uno pregunta, “¿Viste esa película?”, y el brasileño quiere responder que sí, responde “La vi”. “¿Tienes hambre?”, respuesta: “Tengo”.
Por muchos años, Alfredo ayudó en Monterrey —en el bar, restaurante y sala de fiestas— pues, por caridad (1), los propietarios le ofrecieron algo que hacer, lo cual le permitía sentirse útil, y le dieron las comidas; no sé si también alguna paga.
***
Mi amigo, el Dr. Juan Antonio Pino Capote, fue a El Paso este verano de 2008, y me cuenta que apenas llegar se topó con Alfredo, quien, para variar, vino a darle un beso en la mano.
Juan Antonio le tomó esta foto que muestra lo antes dicho: está muy viejo, pues pasa de los 80. A pesar de que esconde un tanto la cara, quienes lo hayan conocido sabrán que es él.
(1) Hoy, lunes 05-Julio-2010, me ha explicado José (Pepe) Monterrey, hijo de Don Víctor, el cabeza de failia de los Monterrey que conocí en los años 50, que el motivo por el cual su familia acogió de tan buen grado a Alfredo fue por un vínculo familiar, pues la abuela de Alfredo era hermana de don Víctor Monterrey.


Vive, debe tener ochenta años porque me decían era de la
edad de un tío mío que tiene esa edad, pero no solo eso,,
aún sube las empinadas cuestas del Paso de Abajo (de su
casa a La Plaza hay cerca de un kilómetro), no tan rápido como antaño, no con tanta frecuencia, pero algunas veces lo
he cruzado en el camino. No se a que sube ni a quién
visita, pues es obvio que no tiene a Monterrey ni al
Cine Los Ángeles.
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¡Pues qué bueno que aún hace eso! Seguro que el pobre Alfredo disfruta haciéndolo. La última vez que lo vi fue, si no me equivoco, en 2003.
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Buenas noches…. me encanta su blog…. hay que ver como desde la distancia puede haber personas como Vd. que recuerdan estas cosas….
Alfredo aún viene de vez en cuando a la Plaza (centro de El Paso) y si, aún viene al bar Los Angeles (bar del cine) a tomar su «cafeeeee» aunque debido a su avanzada edad y dolencias ya no lo hace con tanta frecuencia.
La «ruta» sigue siendo más o menos la misma. Bar Los Angeles, Bar de Ramón y Teresa (junto a la iglesia, sobre la panaderia), camino a Tenerra (Ela Leal, Maricarmen Monterrey, Carmen hermana de Argelia…)
Sigue pidiendo su «besoooo, tú» y sigue recordando a la gente… como si las hubiese visto a diario. La «manía» de tapar los ojos hace mucho tiempo que la perdió.
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Gracias, Alfredo.
Desde la distancia se recurrdan mejor estas cosas que a lo mejor cuando uno las tiene cerca pasan desapercibidas. La nostalgia puede mucho.
Las últimas veces que he estado en El Paso no he visto a Alfredo. Espero verlo la próxima, y es muy posible que me reconozca.
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Pues al salir yo del Adamancasis, y pasar por el Bar Central para ir a casa, Alfredo me pillaba, día sí y día también, me daba besos en la mejilla y me dejaba todo babado, hasta que, pasados unos meses, me dijeron un truco: si una le decía «Alfredo, va a llover» o «Alfredo, la iglesia la van a cerrar», se asustaba mucho, sobre todo con la segunda frase que hasta lo cabreaba mucho.
Esa segunda sólo se la dije una vez y nunca más porque se disgustaba mucho. La primera se la decía casi siempre que lo veía, y así corría a refugiarse gritando «¡Me mojooooo!». ¡Qué recuerdos!
Por cierto, ahora recuerdo a un señor que cortaba el pelo en la entrada del antiguo cine, y que, más que cortar el pelo, movía más las tijeras en el aire. Muchas veces, al regresar yo del colegio me quedaba mirando un buen tiempo cómo agitaba las tijeras en el aire, como unas maracas, y luego daba cortes certeros.
Nunca supe cómo se llamaba ni quién era. Seguro que alguien me pueden dar alguna información.
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Gustavo, no puedo darte datos sobre ese barbero porque cuando me fui de El Paso todavía funcionaba el cine Los Ángeles,… y ni siquiera sé qué es el Adamancasis. Por tanto, del tal barbero no sé nada. Eres el primero que me lo menciona.
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